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El gran día

  Rishia despertó antes de que los primeros rayos del sol iluminaran las torres del castillo. Su corazón latía con fuerza, rebosante de energía y anticipación. Hoy era el día. El día en que demostraría que cada gota de sudor, cada herida, cada hora de entrenamiento había valido la pena. Hoy, por fin, haría la prueba para convertirse en guardia real.

  Se vistió con rapidez, con la precisión de alguien que había practicado esa rutina una y otra vez. Su uniforme, hecho a la medida, se ajustaba con firmeza a su cuerpo, resaltando la resistencia que había construido con a?os de esfuerzo. Sobre su cadera, colgaba su espada: un arma elegante y bien equilibrada, forjada por Ching con materiales que solo ella sabía manipular y el poder de encenderse en fuego. Al pasar la mano por la empu?adura, sintió una oleada de determinación recorrer su cuerpo.

  Salió de su habitación con paso firme, cada latido resonando en su pecho como el redoble de un tambor. Cruzó los pasillos del castillo, descendiendo las escaleras con una agilidad que hablaba de su entrenamiento. Pero justo cuando estaba a punto de atravesar las grandes puertas de entrada, una voz familiar la detuvo.

  —Rishia.

  Se giró de inmediato. Desde el umbral de su oficina, Melty la observaba con una expresión serena, pero con ese brillo inconfundible en los ojos que solo una madre podía tener.

  —?No te olvidaste de algo?

  Rishia parpadeó, confusa, hasta que comprendió de qué hablaba. Soltó un suspiro y, con una mezcla de impaciencia y cari?o, retrocedió hasta donde estaba la reina.

  Melty esbozó una leve sonrisa antes de alzar la mano y despeinar con suavidad sus mechones oscuros. Luego, con el gesto preciso de alguien que había hecho esto incontables veces, acomodó el cuello de su uniforme.

  —Ahora sí —dijo en voz baja—. Mucha suerte.

  Rishia sintió que el pecho se le llenaba de calidez.

  —?Gracias, Melty!

  Y, sin más, echó a correr.

  Mientras se dirigía al cuartel, su emoción era palpable. No podía quedarse quieta, ni reducir el ritmo de sus pasos. En el camino, se cruzó con Ching, quien cargaba una caja de considerables dimensiones, probablemente llena de muestras destinadas a sus estudios en el laboratorio.

  —?Ching! —la saludó con entusiasmo.

  La cientifica levantó la vista por encima de sus lentes, examinándola con su habitual expresión imperturbable antes de hacerle un peque?o gesto con la cabeza.

  —Rishia. ?Hoy es la prueba, verdad?

  —?Sí!

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  Ching dejó la caja sobre una mesa con cuidado y se ajustó las gafas antes de responder.

  —Buena suerte. Aunque, honestamente, no creo que la necesites.

  Rishia sonrió con orgullo.

  —?Gracias!

  Sin perder tiempo, continuó su camino. A su paso, iba saludando a mos monstruos con los que había crecido quienes le devolvían el saludo. Nadie la miraba con desconfianza, nadie la veía como una extra?a. Su presencia se había vuelto parte del reino, un vínculo irrompible entre dos mundos.

  Cuando llegó al cuartel, Gara la esperaba con los brazos cruzados. La postura firme de su maestra no dejaba entrever emoción alguna, pero sus ojos evaluaban cada uno de sus movimientos mientras sus serpientes la miraban de igual manera.

  —?Lista?

  Rishia se cuadró, con los hombros rectos y la mirada firme.

  —?Sí!

  Gara asintió y, sin más, la guió al primer reto: la prueba teórica.

  El examen no representó dificultad alguna. Gracias a las largas sesiones de estudio con Ching, su mente estaba llena de conocimientos sobre todos los temas. Respondió con rapidez y precisión, asegurándose de que cada respuesta fuera impecable.

  La segunda fase fue la prueba física. Carrera de resistencia, escalada, maniobras evasivas. Nada que no hubiera enfrentado antes. Luego vino el combate, donde debía demostrar su habilidad con la espada. Sus reflejos eran agudos, sus movimientos rápidos y calculados. Cada golpe resonaba con la fuerza de su determinación. Y cuando la prueba terminó, supo que había dado lo mejor de sí.

  Pero la última prueba… esa era diferente.

  La Prueba Personal.

  Sin decirle nada, Gara la llevó más allá de la ciudad, hacia un territorio que Rishia nunca había pisado. El paisaje cambió lentamente: las calles adoquinadas dieron paso a caminos de tierra, los edificios se disiparon hasta ser solo un recuerdo. Pronto, se encontró en una extensión solitaria de terreno abierto, donde el viento silbaba entre las colinas.

  —?Dónde estamos? —preguntó con curiosidad.

  —Cerca de la frontera —respondió Gara con calma.

  Rishia abrió los ojos de par en par.

  —?La frontera de verdad?

  —No. —Gara negó con la cabeza—. Es un área segura, pero lo suficientemente cerca.

  Se detuvieron en un claro con una vista despejada en todas direcciones. El suelo estaba firme bajo sus pies, y el horizonte se extendía como una línea infinita entre los dos mundos.

  —Tu trabajo es simple —dijo Gara—. Te quedarás aquí hasta las seis de la tarde. Vigilarás que ningún humano cruce. Si ves a alguien, no lo enfrentes, solo reténlo y ve a buscarme.

  Rishia asintió con entusiasmo.

  —?Entendido!

  Pero Gara no había terminado.

  —No puedes moverte de este tramo. No puedes avanzar más ni retroceder. Si lo haces, repruebas.

  El entusiasmo de Rishia se transformó en una ligera inquietud.

  —?Quedarme quieta?

  —Exacto.

  Rishia tragó saliva.

  Esto… iba a ser más difícil de lo que pensaba.

  Gara la miró alzandl una ceja.

  —Tu mayor debilidad es la impaciencia. Te distraes con facilidad y te dejas llevar por la emoción del momento. Esta prueba es para superar eso.

  Rishia sintió una punzada de incomodidad en el pecho, pero la disipó con un suspiro. Se irguió con determinación y apretó los pu?os.

  —No me moveré.

  Gara la observó un momento más antes de girarse para marcharse y desearle suerte.

  Por supuesto, la joven no estaba en la verdadera frontera. Había dispositivos de vigilancia ocultos para asegurarse de que no corriera ningún peligro. Pero la prueba no se trataba de eso. Se trataba de ver si Rishia era capaz de controlarse a sí misma, ya que Gara lo sabia, era imposible que se encontrase con algún humano y tuviera que hacer algo.

  Rishia se quedó sola en aquel claro, con el viento meciendo su cabello y el sol comenzando su ascenso en el cielo.

  Se plantó con firmeza, con los pies bien anclados al suelo.

  "Puedo hacerlo. Solo tengo que quedarme aquí y vigilar."

  El día sería largo.

  Pero Rishia estaba lista para demostrar que era digna.

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