El laboratorio estaba en calma. Perfectamente ordenado, cada herramienta en su lugar, cada pergamino y frasco acomodado según su categoría. Justo como a Ching le gustaba.
Con precisión meticulosa, la científica real de los monstruos escribía notas sobre su último experimento. Su mente funcionaba como una máquina bien aceitada: lógica, organizada, sin distracciones. Al menos, mientras estuviera en su laboratorio… porque si alguien viera su casa, pensaría lo contrario. Pero nadie lo sabía, y así debía seguir.
Justo cuando terminaba de anotar una fórmula, la puerta se abrió de golpe con un estruendo. Ching dio un peque?o salto, sujeta sorprendida de su pluma, y frunció el ce?o con un suspiro exasperado mientras acomodaba sus lentes.
—Un poco más de delicadeza al entrar no te mataría, ?sabes?
—?Lo siento! —respondió Rishia, sonriendo ampliamente mientras entraba con su energía característica—. ?Pero es que me emociona venir aquí!
Ching rodó los ojos, pero en el fondo, no pudo evitar encontrar su entusiasmo… entra?able.
—?Trajiste la carta que te pedí?
—?Sí! —Rishia sacó un pergamino de su bolso y se lo entregó.
Ching lo tomó, desdoblándolo con precisión. Leyó las especificaciones con atención: algunas solicitudes de mantenimiento, un par de ajustes en los sistemas de defensa… todo en orden. Dobló la carta y la guardó.
—Gracias.
—?No es nada!
Ching la miró un segundo antes de cambiar de tema.
—?Y qué tal te ha ido con la espada que hice para ti?
Los ojos de Rishia brillaron.
—?Es genial! ?Me encanta!
—Me alegra escuchar eso.
Ching aún recordaba la expresión de la reina Melty cuando le presentó la espada de fuego que había dise?ado para Rishia. Era un arma peligrosa, sí, pero Ching confiaba en que la joven podría manejarla… después de quemarse unas cuantas veces e ir a verla para que le tratara las heridas, claro. Pero ahora, después de tanta práctica, la manejaba con destreza.
—?Ya aprendiste a no incendiar nada con ella? —preguntó Ching con una ceja alzada.
—?Por supuesto que sí! —Rishia levantó la barbilla con orgullo—. …Bueno, casi siempre.
Ching suspiró y rodó los ojos.
Al principio, su interés en Rishia era puramente científico. Quería estudiarla, entender la biología humana. Eran frágiles comparados con los monstruos. No podían regenerarse, sus heridas tardaban en sanar, eran propensos a enfermedades.
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Aprendió esto la vez que Rishia, cuando era ni?a, jugó bajo la lluvia y terminó enferma. Fue una oportunidad de estudio para Ching… pero también fue la primera vez que sintió un genuino deseo de ayudarla. Dise?ó una cura que aceleró su recuperación en solo unas horas.
Y cuando Rishia le sonrió y le dio las gracias con una calidez tan pura… Ching sintió algo extra?o.
Después de eso, se involucró más en su educación. Le ense?ó a escribir, a leer datos científicos, a usar instrumentos de precisión. Descubrió que la joven era inteligente, curiosa y que, sorprendentemente, disfrutaba sus pasatiempos considerados aburridos por otros: construir máquinas, observar cosas bajo el microscopio, analizar fenómenos naturales.
Sin darse cuenta, Ching se había encari?ado con ella.
—Si necesitas algún ajuste en tu espada, dime —le dijo con su tono habitual, serio pero con una ligera suavidad.
—?Lo haré! —respondió Rishia con su entusiasmo característico.
Luego, con una despedida animada, salió del laboratorio.
Ching no apartó la vista de sus apuntes, al menos por unos segundos. Entonces, sin poder evitarlo, dejó escapar una peque?a risa.
Sí, definitivamente se había encari?ado demasiado con ella.
El sonido del metal chocando resonaba en el cuartel del ejército de los monstruos. Bajo el sol de la tarde, Gara balanceaba su espada con precisión letal, manteniendo la vista fija en su oponente.
Rishia, con su característico entusiasmo, saltó hacia ella, intentando atacar con su espada de madera. Era rápida, increíblemente ágil, sus reflejos agudos le permitían esquivar ataques con facilidad. Aunque para los monstruos seguía estando por debajo en términos de fuerza, su velocidad y flexibilidad la hacían destacar.
Gara sonrió con algo de orgullo.
"Talvez en el estándar humano, probablemente sería considerada una guerrera excepcional."
Pero aquí, en el reino de los monstruos, todavía tenía mucho por aprender.
Cuando Rishia se lanzó de nuevo, Gara utilizó una de las serpientes de su cabello para intentar atraparla. La joven logró esquivarla con un rápido giro, pero en ese instante, Gara bloqueó su golpe y la empujó hacia atrás.
Rishia cayó al suelo con fuerza, pero se levantó casi de inmediato, sin perder el entusiasmo.
Gara apuntó su espada hacia ella.
—Has mejorado, pero necesitas aprender a hacer ambas cosas al mismo tiempo. Esquivar y atacar.
—?Lo sé! ?Déjame intentarlo de nuevo! —respondió Rishia, con la emoción brillando en sus ojos.
Gara no pudo evitar sonreír.
Al principio, todos pensaban que ella sería la última en aceptar a Rishia. Después de todo, fue la que sugirió matarla cuando aún era solo una bebé. Pero, irónicamente, después de Melty, fue quien más rápido formó un lazo con ella.
Tal vez porque veía mucho de sí misma en Rishia.
Apasionada, determinada, temperamental… pero con un fuerte sentido del honor.
Rishia no solo quería ser parte del ejército real, quería ser una gran guardia, alguien fuerte, alguien en quien la reina pudiera confiar. Esa determinación le recordaba a sí misma cuando era más joven, antes de convertirse en comandante.
Así que, aunque sabía que Rishia nunca igualaría la fuerza de un monstruo, se dedicó a potenciar lo que sí podía mejorar: sus reflejos, su agilidad, su creatividad en combate. Y tenía que admitirlo… la chica era impresionante. Su capacidad para esquivar ataques con saltos acrobáticos, utilizar el entorno a su favor y reaccionar con velocidad era algo que incluso algunos monstruos no lograban hacer.
La pelea continuó unos minutos más. Rishia mejoraba con cada movimiento, pero al final, Gara logró hacerla caer de nuevo.
Esta vez, Rishia tardó más en tocar el suelo.
Gara le extendió una mano para ayudarla a levantarse.
—No estuvo mal.
—?Sí! ?Duré más esta vez! —Rishia sonrió, tomando su mano para levantarse.
Gara sacudió la cabeza con una peque?a risa.
—Descansaremos para comer.
—?Eso suena bien!
Rishia dejó su espada a un lado y siguió a Gara mientras salían del área de entrenamiento.
Con cada día que pasaba, Rishia se acercaba más a su meta. Y aunque Gara quisiera protegerla de todo peligro, sabía que lo único que podía hacer era ayudarla a volverse más fuerte.
Y lo haría, hasta el final.