“He oído que la carretera al norte ha vuelto a cortarse,
serán otra vez esas malditas bestias,
no creo que recibamos más mercaderes antes del invierno.”
Conversación de posada en el valle de Piedrallada,
Reporte de un informador de la Orden
“?Os digo que no podemos asumir el coste de una apuesta como esa, la ciudad de Millal se niega a participar en las absurdeces de este loco!” El representante Biyin llevaba un buen rato despotricando abiertamente contra la última propuesta del representante de la ciudad de Altay, las expresiones de la sala parecían indicar lo hartos que estaban los presentes de su verborrea. “?A quien acudiremos la próxima vez que un pueblo sea atacado, vuestros campos destruidos? Solo la Orden tiene los efectivos para lidiar con crisis como esa, y vuestros guardias y muros no os protegerán de los horrores de la devastación.” Continúo, en tono cada vez más elevado, repitiendo argumentos que llevaban debatiendo toda la tarde. El único sonido en las escasas pausas era el de los rápidos garabatos que tomaban los ayudantes de sala, dejando un registro escrito de los hechos acaecidos.
Por las rendijas en los muros de piedra de la sala podía verse como el Sol empezaba a ponerse por el oeste, aunque la cámara principal del Foro de la Unión de las Doce Ciudades estaba perpetuamente iluminada por tres gigantescos candelabros de hierro fundido entrelazados entre sí, con un gran número de cristales verdes, azules y rosas incrustados en varias aberturas estéticamente engarzadas. La luz generaba un mosaico de gran complejidad, ingeniosamente dise?ado para reflejar en la bóveda superior los sellos oficiales de cada una de las doce ciudades del Consejo encima de su correspondiente puesto. Los iridiscentes tonos violetas apagados que se desparramaban contra las paredes de lisa piedra blanca le daban un aire de solemnidad al espacio.
Para Talia siempre había sido un sue?o trabajar en esta sala, donde se decidían los destinos de toda la Unión, supuestamente por las mejores mentes disponibles. Sin embargo, en el escaso a?o desde que empezó su labor de ayudante, su desencanto no hacía mas que crecer. Pedantes parloteos incesantes, con frecuencia desembocaban en discusiones que no desentonarían pronunciadas por borrachos en una taberna. Acuciantes temas en los que casi nadie intentaba dar una opinión constructiva, no fuera que, los dioses no lo quisieran, se arriesgarán a hacer algo verdaderamente útil para su pueblo, o a herrar y perder su preciada posición. E incluso cuando las circunstancias obligaban a decidirse, una tímida resolución que difícilmente abarcaría la envergadura necesaria era habitual, cuyo único cometido parecía ser el de cubrir los orondos traseros de los estimados representantes para justificar su excusa de trabajo. No encontraba los hombres y mujeres de honor y sabiduría descritos en las historias aquí. Cada día se encontraba preguntándose más a menudo como una estructura social tan endeble no había colapsado por su propia idiosincrasia insidiosa. Irónicamente, esto ayudaba a reforzar la postura de la Unión sobre la protección divina que los había salvaguardado desde su fundación, pues nada menos que continuados milagros de los dioses habrían sido capaces de mantener semejante debacle política funcionando. Por suerte, las cosas iban a mejorar pronto.
“Representante Biyin, su opinión a quedado suficientemente clara, termine su intervención.” Vaya, incluso el viejo senescal no aguantaba más los quejidos de Biyin, pensó Talia. Sus intervenciones de voz carrasposa se estaban volviendo cada vez menos frecuentes, probablemente por el hastío que debía producir tener que estar a sus a?os manteniendo en vereda a semejante grupo. “Solo una cosa más, venerable.” Biyin se levantó de su mullido asiento, y aferró con fuerza los laterales de su atril. “Estoy seguro de que la mayoría, o todos, sabéis que tengo razón, esperó que vuestro silencio hoy os impida dormir por las noches.” Nadie se dio abiertamente por aludido, pero algunos de los presentes evitaron su mirada.
Tras esto, Biyin volvió a sentarse, y todas las miradas se tornaron hacia el miembro responsable del debate. Este no hizo ningún ademán por moverse o responder, mientras se dedicaba despreocupadamente a organizar sus papeles. Un ligero carraspeo del senescal fue la se?al para que uno de sus ayudantes anunciara la sesión como concluida, y nadie mostró intención de contradecirlo. Los presentes empezaron a abandonar lentamente la sala. Tras un breve período, solo quedaban cuatro personas (sin contar a los guardias de las entradas), Biyin y su ayudante, Talia y su jefe. El ayudante de Biyin pareció forcejear con su patrón por un momento, como instándole a irse, pero él no pretendía atender a razones, y a grandes zancadas se acercó para enfrentarse a su adversario. “Respóndeme una cosa, a mi al menos, si no pretendes decirla durante el pleno. Tus arengas pueden convencer a esos… pusilánimes, pero yo veo lo que intentas, ?Por qué estas tan seguro de que puedes cumplir lo que prometes?”.
Kastan Esir, representante por la ciudad del agua de Altay, esperaba esta confrontación. Después de todo, llevaba preparándose para ella durante mucho tiempo. Además, hoy se había asegurado de exprimir la irritabilidad de Biyin al máximo. “Mis motivos son los mismos que las últimas cien veces que me preguntaste, viejo amigo. debemos agarrar el futuro con nuestras propias manos, y dejar de esperar que otros hagan nuestro trabajo.” Su voz transmitía firmeza, manteniendo el tono que le habían ense?ado, los ínfimos gestos que practicaba todas las ma?anas en su reflejo del barre?o de agua. Su imagen estaba cuidadosamente dise?ada para dar la impresión de fuerza y determinación en cualquier acción. Continúo hablando, mirando fijamente en los ojos de uno que en el pasado consideró un igual, ahora un obstáculo. “No podemos continuar así y lo sabes. Pese a nuestros avances en tecnología, familias enteras mueren de hambre cuando no podemos proteger suficiente tierra para cultivar. Cada vez es más costoso mandar las caravanas, por temor a que no vuelvan, y todos conocemos los rumores de lo ocurrido en los bosques al sur. No estamos seguros ni en nuestros hogares Biyin, y la Orden, por encomiables que sean sus esfuerzos, cada vez tiene menor presencia y capacidad de reacción. Su tiempo ha pasado.” Este tema de discusión no era nuevo, ni mucho menos, pero un cierto deje de censura impedía que fuera tratado abiertamente, como si su mera mención fuera un mal augurio, que era mejor barrer bajo la alfombra.
“No tengas el descaro de tratarme como a uno de ellos, muchacho.” Una vena hinchada cruzaba la incipiente calva de Biyin, como si amenazará con desparramar su contenido en cualquier momento. “He visto tu solución, esa milicia tuya no es sino un atajo de chiquillos envalentonados que no han visto las carnicerías que suceden a diario detrás de los muros, y los que llamas veteranos licenciados, que han escuchado tus demencias, son de la clase que no dejaría entrar en mi ciudad para ayudar en un incendio porque la saquearían hasta los huesos. ?Precisamente por gente como tú la Orden no es lo que era, creando división entre nosotros cuando necesitamos unidad, ignorando los pactos sagrados que han protegido a la humanidad durante siglos, ?lo tirarías todo por la borda para satisfacer tus ansias de poder?!”.
“?Has terminado?” Kastan no parecía preocupado por el arrebato de su antiguo camarada, su expresión una máscara de piedra que no denotaba emoción alguna. “Necesitamos esto, y me aseguraré de procurar nuestra supervivencia, a cualquier precio.” Se volvió para irse a paso tranquilo, dejando a un furibundo Biyin intentando taladrar un agujero en su espalda con la mirada. Sus últimas palabras, con un tono casi melancólico, “ojalá pudieras verlo” fueron el último sonido que se escuchó en la sala.
Talia se apresuró a seguirle, caminando a escasos pasos por detrás de él. En espacios públicos sus posiciones exigían una cierta distancia en deferencia a las antiguas costumbres. Otro de los muchos legados de la anta?o una gran civilización, que habría podido justificar estas normas de protocolo. En su situación actual, sin embargo, gestos vacíos, de significado perdido hace tiempo, solo servían para remarcar el decadente estilo de su sociedad, anclado sin poder avanzar. En ese sentido, en realidad era apropiado, pensaba Talia en sus ratos libres. “Se?or, ?está bien dejarlo así? mientras persista este enfrentamiento será imposible actuar con un único propósito, y los que se oponen a estas ideas de seguro formarán una facción en nuestra contra alrededor de Biyin.” Kastan no respondió, y en breve habían llegado a las puertas exteriores del edificio principal del Foro. Los guardias personales de los representantes, que por ley no podían entrar mientras estuvieran en sesión, debían esperar en las puertas todo el día hasta que sus amos salieran. Estos le dieron un saludo castrense al verlos salir y se dispusieron a seguirles, incluso a más distancia que la de ella.
La noche casi había caído, solo los últimos rayos de luz destellaban en los picos de los edificios más altos. Los alumbradores ya corrían por la avenida para colgar de los postes repartidos de forma equidistante jaulas de cristales engarzados, que a duras penas arrojaban suficiente luz para ver escasos metros a su alrededor. Incluso esto era un lujo, ya que en cualquier otra ciudad no podrían permitírselo, por miedo a que los robaran. Otra muestra del deprimente estado actual de la socie…. Incluso Talia se daba cuenta que la espiral descendente de pensamientos sobre su situación que la asaltaban era de todo menos productiva. No que pudiera detenerla, aunque quisiera, la realidad a su alrededor no se lo permitía, pero debía ser consciente de ello.
Mientras caminaban por una de las aceras, podían observar como la iluminación residual de los comercios a ambos lados de la calle disminuía, hasta apagarse completamente, volviendo la oscuridad circundante más plena. Ninguna de las tabernas se encontraría en la avenida principal, por lo que poco tardaría en vaciarse de vida completamente. Irónicamente, esto la volvía más peligrosa que cualquier vía que no estuviera cerca del distrito de vida nocturna. Aunque uno tendría que ser un loco, o al menos muy desesperado, para asaltar a los que llevaban la insignia dorada que lucía Kastan, símbolo de su pertenencia al Consejo. Su sencillo dise?o, una rueda con doce radios, y su brillo metálico pulido eran inconfundibles para la gente de la Unión.
“Hace tiempo,” empezó Kastan de repente, “las cosas no eran así, ambos creíamos en dar lo mejor de nosotros por la causa. De hecho, el aún lo hace, a su manera. Nos pasábamos noches en vela planeando como superar las opresivas circunstancias que hemos heredado de nuestros predecesores, impulsábamos el desarrollo de tecnologías que facilitarán la vida, que no dependieran de la aptitud para controlar las habilidades divinas, con las que solo algunos privilegiados nacen. E incluso ellos acaban bajo la “tutela” de la Orden o de las dos Iglesias, ya que monopolizan cualquier clase de conocimiento para mantenernos en la inopia, y controlarnos adecuadamente. Necesitamos una nueva vía, o estamos condenados a repetir los errores que nos abocaron a nuestra situación actual.” Tras una breve pausa, se volvió para mirar a Talia, quien se había quedado absorta escuchándole, como si sedienta de conocimiento, bebiera con ansia cada una de sus palabras. “Sé que puedo contar contigo Talia, así que respóndeme a esto. ?porque tan pocos pueden verlo?”
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Ella no respondió de inmediato. Necesitaba pensar la mejor respuesta de la que fuera capaz para no decepcionarle. “No creo que no puedan verlo. Es obvio para cualquiera, aunque no quieran admitirlo. Los intendentes saben que cada vez recibimos menos envíos de las minas, cuando no dejan de responder por completo. Hace décadas que no llenamos los almacenes de grano, y cualquier granjero puede decirte el motivo es que no podemos cultivar suficiente desde que la Orden frenó sus planes de “reclamación de nuevas tierras,” y pese a que la población en las ciudades sigue creciendo, siempre hacen falta más soldados, que son asignados en los frentes de las zonas de contención donde habitan las bestias más peligrosas. Es una cuestión de calidad frente a cantidad. No podemos reponer los recursos como armas o armaduras que ya no podemos fabricar, solo reparar, lo que nos lleva a que cada derrota nos acerca un poco al borde del abismo, sin poder dar marcha atrás, por no hablar de…..” Talia se calló de inmediato al darse cuenta de que llevaba un rato soltando datos que, obviamente, ya conocía Kastan. Un leve rubor se mostró en sus mejillas. “Simplemente, tenemos miedo del porvenir, como si sufriéramos un lento estrangulamiento sin poder evitarlo. Admitir esto puede ser demasiado para algunos.”
En el transcurso de la conversación, habían llegado a la hacienda donde residían, en el barrio noble de la ciudad. El espacio en cualquier ciudad bien amurallada era uno de los bienes más preciados, así que ni siquiera las mansiones de los máximos dirigentes podían permitirse demasiada opulencia, aún si vivían con una comodidad con la que los demás solo so?aban. Una bonita mansión de tres plantas, si bien no especialmente grande, era de lo mejor que se podía encontrar.
Kastan prefería que le vieran ir andando a cualquier encuentro, a diferencia de los ricos carros que llevaban siempre a los demás representantes. Se esforzaba mucho por mantener una imagen de cercanía y de generosidad, con acciones como financiar varios orfanatos y comederos sociales. Asistir, e incluso participar personalmente en el “foro del pueblo” era ya una costumbre para él, un nombre elegante para designar las plazas donde la gente podía exponer sus preocupaciones, y las más importantes podrían llegar a ser discutidas en el foro principal de los representantes. Como consecuencia, su popularidad entre la gente común estaba por las nubes, en parte también porque las voces que disentían tendían a ser “convencidas de su error”. Al pasar por las puertas los guardias le hicieron un saludo de honor, como si de un general en la guerra se tratase.
Ya dentro de la vivienda, Kastan se permitió relajarse por primera vez en el día. Las cosas procedían según lo esperado, se acercaba el momento de la siguiente fase. Una mujer y un hombre vestidos con ropa de sirvientes se acercaron para coger su chaquetón y su capa. “Se?or, ya han llegado, le están esperando en la sala del fondo.” “No hay descanso para los justos” pensó, mientras dejaba escapar un suspiro. “Talia, por favor ve a mi estudio y trae los documentos.” Ella asintió, y procedió a subir la escalera al segundo piso.
Cuando Kastan abrió la puerta de la sala de reuniones tres mujeres con vestidos idénticos de buena factura se encontraban sentadas en un largo sofa, con dos hombres fornidos montando guardia detrás. El fuego que crepitaba en la chimenea tenía suficiente fuerza como para iluminar toda la sala sin necesidad de ayuda. “Mis disculpas por el retraso, hoy nos hemos alargado más de la cuenta.” Mientras lo decía, dedicó una leve reverencia, tras la cual se sentó en el sillón que le situaba enfrente de sus visitantes. Nunca le había gustado jugar con las extensas normas de cortesía que habían mantenido en la Unión, pero era un mal necesario en su posición, por lo que se había dedicado a interiorizarlas en cuerpo y alma, hasta profesarlas de forma natural. “No se preocupe, entendemos el peso de su posición.” “Le complacerá saber que su encargo ha procedido sin novedad, y debería llegar al punto de entrega en los próximos días.” “Confiamos en que cumplirá con su parte del acuerdo, y estamos deseando cerrar nuevos tratos con usted.” No sabía si era algo que practicaban, pero la forma en la que las tres mujeres estaban perfectamente coordinadas para decir cada una parte de sus conversaciones convertía cualquier interacción con ellas en una experiencia inquietante.
“Si no hay problemas esta vez, quiero mantener un envío periódico de material, junto con…” unos ligeros golpes en la puerta lo interrumpieron, tras los que entró Talia, con varias hojas en brazos. “Mis disculpas.” Empezó a distribuir los papeles encima de la mesa que se encontraba entre ellos, y cuando hubo terminado se colocó de pie a un lado de la sala. “Justo a tiempo, querida. Estas son las listas de material que pretendo pedir de formar continúa, además de los períodos en los que deberán ser entregados. También necesitaré empezar a importar piezas y herramientas para la construcción de un taller en la misma localización, las especificaciones están descritas en los documentos.” Las mujeres empezaron a ojear los papeles, pasándoselos entre ellas como si de una cadena mecánica se tratase. No mostraron una especial expresión de sorpresa al verlos, pero era de esperar. Representaban a un poderoso gremio de contrabandistas especializados en conseguir artículos prohibidos por la Orden, y aunque eran absurdamente caros, los resultados no dejaban nada que desear.
“Por supuesto, podemos conseguir todos los artículos en la lista.” “Sin embargo, la cantidad de materiales es muy inusual, no tenemos un inventario como para hacer entregas tan grandes en tan corto plazo.” “Por no hablar de los costes para que fuera posible, ?está seguro de que será capaz de afrontarlos?” Su perfecta sincronización las hacía parecer más un trío de mu?ecas mecánicas que personas de carne y hueso. “Es necesario que todo sea entregado dentro del plazo, no dispongo de mucho tiempo para esperarlo. El dinero no será un problema, y antes de que lo mencionen, soy plenamente consciente de las penalizaciones si no pudiera hacerme cargo.” El siguiente era un punto importante, por lo que antes de proseguir, se inclinó hacia delante apoyando los codos sobre las piernas para transmitir el énfasis adecuadamente. “Permítanme ser completamente franco, estoy dispuesto a cualquier cosa para conseguir mi objetivo, eso incluye financiar vuestras actividades para requisar el material restante directamente de la Orden, si fuera necesario.”
Esta vez, si consiguió una reacción de las imperturbables mujeres, aunque en menor escala de lo que esperaba. “Lo que nos pide entra?a un gran nivel de riesgo, incluso para nuestra organización.” “Y el coste de esas acciones sería incluso mayor.” “Permítanos devolverle su honestidad. ?Porque deberíamos arriesgarnos en semejante empresa, únicamente por dinero?”
Como respuesta, Kastan se limitó a mirar a Talia, que procedió a remover una de las tablas del suelo, en una esquina de la sala. Del hueco que se encontraba debajo, sacó un bulto envuelto en varias capas de tela oscura. Cuando las quitó todas, apareció una extra?a caja metálica negra. No era más grande que un cubo, con multitud de detalles geométricos en relieve de color gris inscritos alrededor. En la parte superior tenía una peque?a abertura, tapada con un grueso cristal translucido de poco más de 5 centímetros de diámetro, y de su interior emanaba una tenue luz iridiscente. Cuando dejo la caja encima de la mesa, esta crujió un poco por su peso.
“Si tenemos trato, esto será vuestro, como signo de buena fe.” Las tres se miraron entre ellas para confirmar su desconcierto. “Nunca habíamos visto un objeto como este, ?podemos entender que se trata de una reliquia del pasado?” “Incluso si así fuera, no imaginamos como podría tener un valor equivalente a la monumental tarea requerida.” “Le advertimos, de manera cordial, que nuestra paciencia es limitada.” Una ligera sonrisa cruzó los labios de Kastan. “Así que ni siquiera vosotras conocíais de su existencia.” “Para explicaros lo que es, primero debo preguntar, ?conocéis el motivo por el cual ya no es posible encontrar cristales de energía más puros que los dorados?”.
“Nos ofende con sus preguntas banales se?or, pero jugaremos como quiere.” “Los registros antiguos dan a entender que en los primeros tiempos los cristales que existían solo alcanzaban para albergar un brillo dorado, pero no contenían suficiente luz para defender a los frágiles humanos de las bestias, y la humanidad sufría por ello.” “Los dioses, en su infinita misericordia, condensaron su poder para nosotros un nuevo tipo de cristal que brillaba como las llamas de una hoguera, cuyo brillo eclipsaba a los demás, pero del que ofrecieron unidades limitadas, para que lo aprovecháramos y prosperáramos, pero nunca los sobrepasáramos en nuestra arrogancia.” Kastan se levantó de su asiento mientras procedían con la explicación, acercándose a la chimenea para remover las ascuas con el atizador, que luego dejó enterrado en las llamas. Aún con la aparente falta de le?os, arrojaban un brillo intenso en la sala. “Sí, ese es un buen resumen de la historia oficial. La realidad, sin embargo, nunca es tan idílica.”
“La primera parte es probablemente verídica, los registros escritos apuntan a que en el principio de nuestra era, las cosas estaban incluso peor de lo que están ahora, no teníamos la capacidad de defendernos adecuadamente. La humanidad vivía siempre atemorizada de lo que pudiera deparar el porvenir, muchos de los primeros escritos se encuentran en una forma prosaica de lenguaje con marcado carácter en verso, y una profunda melancolía. La extinción era una posibilidad tangible. En este punto, es cuando la historia empieza a diferir de la versión divina. Aunque era un pueblo disperso, los antepasados demostraron una marcada voluntad por sobrevivir, aunando esfuerzos y recursos entre ellos contra unas probabilidades suficientes para llevarlos a la desesperación. Ellos perseveraron, sin discriminación ni conflictos banales entre ellos, unidos en su causa. Sus esfuerzos no fueron en vano, y en un conclave de las mentes mas brillantes y poderosas de su tiempo se hizo un descubrimiento que cambió el mundo. No queda claro como llegaron a ello, pero desarrollaron el método para sintetizar cristales a partir de energía concentrada. Ahora tenían más herramientas para poner precio a sus vidas frente a los horrores que enfrentaban, pero seguía sin ser suficiente, no tenían la potencia para da?ar a las bestias más peligrosas. Fue entonces cuando, pareciendo todo perdido, un rayo de esperanza apareció. Una joven, que no parecía haber salido de ningún sitio, con la mirada perdida, y vistiendo únicamente una sencilla túnica raída, apareció en el sitio del cónclave, lo que se podría considerar la capital de la antigua civilización. Con ella trajo consigo lo que se consideró el primero de muchos milagros, en palabras del cronista Jaques de Reten, la primera piedra que conformaría el camino a nuestra salvación. En sus manos tenía lo que más tarde conoceríamos como un cristal naranja, o piedra de maná. De hecho, si hacemos caso a su historia, decía que lo había creado ella misma.”
El representante daba su lección de historia con pasión, como si estuviera declamando en un escenario, pero el público no compartía su entusiasmo. “Se?or Kastan, haría bien en recordar que no somos parte de su séquito de fervientes adoradores.” “Por favor, guarde los discursos de pasados inspiradores para sus apariciones en público, nuestro interés en usted es puramente material.” “No pretendemos ser descorteses, vaya al grano”.
La mirada de Kastan no se había separado del fuego, cada vez más débil, que sin embargo no mostraba signos de disminuir su fulgor. “Para otra ocasión entonces.” Cogió unas tenazas que se encontraban encima de la chimenea, y las metió en las brasas. De ellas sacó no una candela, sino una peque?a bolsa de cuero moteado atada con un fino cordel, que incomprensiblemente no mostraba signos de combustión. Esto no era lo más llamativo, sin embargo. El brillo de la chimenea se apagó casi por completo, y en su lugar la bolsa demostró ser la causante de la luz anaranjada que ba?aba la habitación, ahora con más intensidad. Kastan volcó la bolsa en una fuente de metal bru?ido en la mesa central. Un único cristal, tan grande como el pu?o de un bebe, fue lo único que salió. Su tallada forma poliédrica tenía más caras de las que era posible contar a primera vista.
“Esto es lo que nos ha traído aquí. La “caja” solo admite este combustible, su función os la revelaré más adelante. Podéis cogerla sin peligro, observadla más de cerca.” La hermana sentada a la izquierda extendió tímidamente el brazo, obviamente no terminaba de creerse las palabras de su anfitrión. Rozó levemente la superficie del cristal, que demostró ser inocuo al tacto. Cuando lo sujetó, lo hizo casi con reverencia. Después de todo, en su larga carrera este era, a juzgar por su tama?o, indudablemente el objeto más valioso que había sostenido. Su mirada quedó absorta en la luz que irradiaba. No parecía importarla arriesgar una ceguera temporal por su intensidad, mientras pudiera seguir deleitándose con él. El ligero carraspeo de su compa?era la devolvió a la realidad. Un ligero rubor casi imperceptible ti?ó sus mejillas, aunque no duró mucho. Su mirada se despegó del cristal y se volvió a su cliente, ahora con verdadero interés. “?Cómo…?”, “Secreto profesional.” Casi a rega?adientes le entregó el cristal a la mujer a su derecha, que tuvo una reacción similar. “?Cuántos…?”, “Más que suficientes.” El cristal volvió a cambiar de manos a la última integrante del trío, que pareció mantener mejor la compostura. “Le ofrecemos nuestras disculpas por el escepticismo se?or, estaremos encantadas de proceder en los términos acordados.”
Una ligera sonrisa perfiló el rostro de Kastan, mientras que su ayudante observó la escena con expresión impasible.