home

search

4. EL ABISMO

  “Hay monstruos en la noche

  Asustan a los ni?os

  Les generan pesadillas

  Con sus garras y colmillos”

  Canción infantil escuchada en un callejón de La Brecha

  “?Falta mucho?” Wagner creía que su hermano, cuando estaba borracho, era la persona más insufrible que existía. Su nuevo empleador le estaba haciendo revisar esa opinión con cada frase que decía. “?Solo llevamos dos horas, como puedes ser tan exasperante en tan poco tiempo? Podremos ver la entrada cuando alcancemos la cima de esta colina.” Para un viaje tan corto, Wagner se había visto obligado a cargar una enorme pila de todos los “extremadamente importantes artilugios para el estudio de ruinas,” que Elinar había asegurado ser imprescindibles. Estaba convencido de que podrían haber tomado prestada una bestia de carga, pero Elinar había insistido que no sería necesaria. Wagner habría jurado que solo quería fastidiarle. Claro, él no hacía de porteador.

  La ligera pendiente que normalmente solo sería otro tramo del camino empezaba a parecerle eterna, y la multitud de peque?os bultos, que se bamboleaban dentro de su mochila, dificultaban mantener un centro de gravedad estable, lo que hacía las delicias para sus cansadas piernas. Cuando por fin llegaron a la parte superior de la no tan empinada loma, la espesura que habían atravesado se abrió a una vista completamente distinta. Aunque la densidad del follaje les impedía vislumbrarlo antes, escarpados picos coronados por diversos parches blancos se distribuían hasta donde alcanzaba la vista. El macizo ante el que se encontraban les separaba de casi toda la parte oeste del continente, salvo por unos pocos pasos francos, que con el transcurso de la estación se volverían infranqueables. Solo unas pocas columnas de humo a unos cientos de metros de ellos delataban la presencia de civilización en la zona.

  “Por fin, ya me preocupaba tener que esperar hasta ma?ana, pero me has traído bastante bien, y tus piernas han aguantado por encima de mis expectativas,” dijo Elinar mientras se adelantaba a buen paso. Wagner le echó una mirada furibunda, que su compa?ero no mostró indicios de haber percibido, mientras trotaba alegremente alejándose de él. Con un suspiro, y un último esfuerzo, consiguió arrastrarse hasta la explanada fuera de la espesura, donde el peque?o campamento de una expedición minera estaba montado. Muchas tiendas de lona alrededor de varias hogueras que mantenían las ascuas, y una única caba?a, que se asemejaba más un cobertizo eran visibles. Solo un par de personas merodeaban alrededor, siendo el único vigilante que se encontraba en el borde exterior quien los vio acercarse.

  “?No esperábamos ninguna entrega de material ni compradores, que hacéis vosotros aquí?” El guardia parecía más sorprendido que preocupado, pero claro, el lastimoso aspecto que traía uno de los desconocidos, que parecía a punto de desplomarse, no intimidaba demasiado. “Buenas tardes amigo, lamentablemente no venimos para hacer turismo, sino que tenemos una misión oficial, esta tu capataz por aquí?” El guardia les echó otro vistazo, pero no debió ver nada sospechoso, un poco raro tal vez. Con un gesto se?aló la destartalada caba?a que se encontraba pegada a la entrada de la caverna. Elinar le sonrió y siguió su despreocupado camino junto a su cansado lacayo. La puerta se encontraba entreabierta así que no llamaron, y pasaron sin preguntar.

  Una gran cantidad de equipos de minería se encontraban apilados en un extremo del cobertizo, aunque ni rastro de lo que estuvieran extrayendo. En el otro se podía ver lo que parecía una mesa de operaciones con mapas desperdigados, presumiblemente serían de los túneles excavados. La complejidad y número de mapas parecían indicar que habían llegado a gran profundidad. Un hombre barbudo y fornido que parecía rondar la cuarentena por las arrugas en su expresión los examinaba con gran interés, hasta el punto de no prestar atención a quien entraba.

  Como nadie se lo impidió, los dos visitantes simplemente se acercaron a la mesa, pero ni el ruido de sus pisadas sobre los mal sujetos tablones hicieron que levantará la cabeza. Cuando llegaron al borde de la mesa el hombre levantó la palma de la mano, indicando que no avanzaran más. “Habéis tardado mucho.” Su voz, en contraste con su apariencia, mantenía el timbre de una persona joven, probablemente aún en la veintena, aunque si un poco ronca. Elinar avanzó otro paso, hasta ponerse en el extremo opuesto de la mesa a su interlocutor. “No es fácil llegar hasta aquí, por si no lo habías notado.” Con un peque?o gesto debajo de su capa, saco un saquito que resplandecía con luz multicolor, que tiró a las manos del capataz. Este lo atrapó y con rapidez lo abrió y empezó a contar su contenido. “?Qué, no te fías?” dijo Elinar con un poco de sorna. El capataz no respondió, y en su lugar se tomó su tiempo contando hasta que estuvo satisfecho, tras lo que se guardó el saco en un bolsillo de su camisa. Su expresión se relajó, y su cara pareció rejuvenecer varios a?os. “Soy Shang, tras la muerte del anterior gerente me han puesto al mando de los hombres y mujeres en este agujero.”

  Tras lo que le pareció una eternidad, Wagner por fin consiguió dejar en un rincón el condenado saco que había prácticamente arrastrado los últimos metros. Se sentó en una de las pocas sillas alrededor de la mesa, y procedió a quitarse las botas y masajearse sus doloridos pies. No se consideraba débil en comparación con los demás cazadores, pero esto había sido una experiencia más dura de lo que reconocería.

  Mientras, Elinar y Shang se habían puesto cómodos cerca de un peque?o hornillo en el otro lado de la mesa, y mantenían una conversación entre susurros. “Profundo….”, “Cerrado….”, “Vigilan….” Wagner solo escuchaba algunas palabras inconexas, aunque tampoco intentaba enterarse de más. Para él, cuanto menos tuviera que saber mejor era el trabajo. Tras un rato, volvieron a conversar en un volumen normal, como si nada hubiera pasado. “Entonces, ahora que estáis aquí, ?entiendo que os hacéis cargo?” Preguntaba Shang esperanzado, incluso levantándose un poco de la expectación. Pese a su sempiterna sonrisa, esta vez los ojos de Elinar se mostraron más distantes. “Siento decirte que aún no, el relevo tardará unas cuantas jornadas más. Pero la Orden correrá generosamente con los gastos, así que eso os lleváis.” Con un largo suspiro, Shang se dejó caer de nuevo en su asiento, como si volviera a sentir un peso que, por un segundo, se había permitido olvidar.

  Con mucho menos ímpetu ahora, Shang rebuscó entre la monta?a de papeles y saco del fondo de la pila un mapa que parecía más detallado que los demás, y se lo tendió a Elinar. “Con esto deberías poder llegar a las ruinas, pero intentad no perderos, porque nadie irá a buscaros, o al menos no a buscaros vivos.” Un ramalazo recorrió la espalda de Wagner, recordatorio de que se jugaba la vida para variar. Tras unas pocas indicaciones de que debían buscar (y que debían evitar) Elinar se levantó como un resorte y antes de que Wagner pudiera decir nada salió por la puerta, no sin indicarle antes que, por supuesto, recogiera la mochila de los bártulos. Con un gru?ido de disgusto se levantó a rega?adientes. Cuando iba a recoger la condenada, una mano le detuvo. Shang le estaba mirando fijamente a los ojos. Tras unos momentos de tensión le dijo, “Tú no eres de ellos, no tienes porque estar aquí.” Con un brusco movimiento Wagner se lo quitó de encima. “A mí me lo vas a contar.” Shang se quedó mirando mientras salía del cobertizo.

  Una vez fuera Elinar le se?aló a Wagner que dejara los cachivaches junto a una tienda de lona un poco más alejada del resto, que parecía estar abandonada. Wagner no creía que sus antiguos ocupantes fueran a reclamarla. Cuando la dejó caer a un lado su inmediata siguiente acción fue desplomarse y cerrar los ojos, aunque fuera para descansar unos minutos la vista. Su patrón no le prestó atención, y se puso a rebuscar entre la miríada de objetos que traían. Con un ojo entreabierto Wagner pudo ver una parte del equipo sacado: varios metros de cuerda, gruesas varillas de metal con una apertura cilíndrica en un extremo, extra?os frascos de líquido oleoso, y lo que parecían unas voluminosas bolas de pocos centímetros envueltas en pa?os, que despedían un olor muy fuerte a especias. No vio nada que llamará especialmente la atención, así que se dio la vuelta y volvió a cerrar los ojos para aprovechar el, con toda probabilidad, corto respiro que se le ofrecía.

  Por el ruido provocado parecía que siguió rebuscando un rato más antes de darse por satisfecho. Cuando dejó de escucharlo, Wagner se dio la vuelta para mirar, justo a tiempo de que una bolsa de arpillera repleta impactará con su cara. No fue especialmente doloroso, pero le pilló totalmente por sorpresa. “Arriba dormilón, toca ganarse el sueldo.” Con un quejido a medio camino entre gru?ido e improperio se levantó, echándose a un hombro la sorprendentemente no muy pesada nueva bolsa. “Podríamos haber traído solo esto desde el principio, malditos grises,” murmuró Wagner.

  Elinar llevaba una bolsa similar, así como varios de los frascos colgando de su cincha. Sacó del gran saco que Wagner había cargado unos guantes viejos de cuero color azabache, a los que ya se les veía las costuras, y tras observarlos un momento se los tiró a Wagner. “Considéralos un préstamo, puede que te salven la vida.” Wagner no veía que diferencia iban a hacer cuando parecía que se iban a deshacer con solo rozarlos, pero hizo caso igualmente. Al ponérselos notó unos peque?os bultos que le raspaban la palma de la mano, y tras examinarlos con detenimiento vio que un tenue brillo se desprendía de ellos. Peque?as aberturas en el guante escondían cristales del tama?o de peque?os guijarros de un tono azul cerúleo. Wagner miró sorprendido a Elinar, pero este ya se había dado la vuelta y comenzado a caminar. Ajustándose su zurrón a la cintura y la nueva mochila al hombro, le siguió casi a trompicones.

  La entrada a la gruta no había sido excavada por el hombre, con varios bordes irregulares en sus contornos. Pese a una altura de al menos cinco metros y anchura suficiente para que la atravesará holgadamente un carro, era sorprendentemente poca la luz que llegaba a su interior, incluso con la luz solar incidiendo en un ángulo perfecto para ello. Parecía que la oscuridad se negaba a ceder su terreno frente a la invasión exterior, guardando celosamente cada recoveco para esconder sus secretos. A pocos metros de la entrada una cochambrosa empalizada construida a toda prisa estaba guardada por la mayor parte de los integrantes del campamento, con un portón de madera y algunos arqueros situados en su parte superior. Antorchas de aceite vegetal y lámparas de cristales luchaban una batalla pérdida para proporcionar escasa luz a sus defensores, que apenas vislumbraban una docena de metros en la distancia.

  Al ver acercarse al dúo, una mujer sentada al lado del portón sujetando una lanza más alta que ella los saludo sin mucha energía, como si el simple gesto ya fuera demasiado esfuerzo. Había perdido un brazo a la altura del codo, lo que probablemente la volvía incapaz de usar su arma en condiciones. Varios vendajes manchados de mugre y sangre ennegrecida cubrían el resto de su cuerpo, salvo en su cara donde un profundo ara?azo apenas cicatrizado surcaba su frente.

  “Estáis locos por querer bajar allí, deberíamos haber sellado este inmundo agujero lo antes posible,” dijo la mujer, mientras los observaba con una dura expresión, claramente culpándolos por todo lo que habían tenido que pasar al tener que ser guardianes de esta puerta al infierno. Wagner no respondió, tan solo se acercó a ella y puso una mano sobre los restos del brazo cercenado. Un tenue brillo se desprendió de esta y la expresión de la mujer se relajó un poco. “No podemos compensaros, o pediros perdón por lo que habéis sufrido, solo agradeceros vuestros sacrificios y prometeros que no han sido en vano. Ya no durará mucho.” La mujer pareció sorprendida por un momento, pero acto seguido escupió a los pies de Elinar. “Guárdate tu compasión que no me devolverá mi brazo o a mi marido, nunca dejaré de maldecir el día que aceptamos vuestro “rutinario encargo”. La flagrante falta de respeto no inmutó a Elinar, que simplemente sostuvo la fría mirada de la mujer, así como de todos los guardias que clavaban sus ojos de forma amenazadora en ellos.

  Unos momentos que a Wagner se le hicieron eternos fue todo lo que duró el intercambio, tras lo que los guardias procedieron, a rega?adientes, a levantar el pesado le?o que usaban como cerrojo para la puerta de troncos separándolos del abismo. “Cerraremos la puerta cuando paséis, no esperéis que nadie vaya a ayudaros, no importa los gritos que se escuchen.” Con un simple asentimiento de cabeza Elinar avanzó, seguido muy de cerca por Wagner, que estaba deseoso de alejarse de aquellas miradas hostiles, pues parecían querer agujerear su espalda mientras se adentraban en la gruta.

  Cuando se hubieron alejado un poco de la triste posición defensiva, Elinar sacó una sencilla lámpara con varios cristales de tonos azules de su bolsa. Tras concentrarse un momento al sostenerla, la luz que irradiaban fue aumentando en vigor hasta iluminar varios metros a su alrededor. Wagner conocía algo de magia de luz, pero no habría sido capaz de iluminar ni con la mitad de intensidad, ya que hacía falta un control muy preciso de la energía interna para no agotarla si la querías transmitir fuera de tu cuerpo. Mientras la miraba embobado, Elinar se la tendió. “Asegúrate de que no se apague.” Wagner la cogió sin pensar, pero luego la empezó a mirar preocupado. “?No atraeremos como mierda a las moscas cualquier bicho viviente al ser la única fuente de luz aquí?”, preguntó. “Es malo que ellos puedan vernos, pero sería peor si nosotros no pudiéramos verlos a ellos” respondió. Wagner tragó saliva y se dispuso a escudri?ar cada sombra durante todo el camino.

  This content has been unlawfully taken from Royal Road; report any instances of this story if found elsewhere.

  Elinar iba al frente, en una mano un guante que apuntaba siempre hacia delante, de mucha más calidad que el de Wagner, que, si bien no iluminaba más que un par de metros a su alrededor, penetraba con facilidad la oscuridad en un amplio abanico enfrente suya, haciendo posible anticiparse a los obstáculos del camino. La otra iba colgando a un lado, sin nunca separase mucho de la empu?adura de su espada. Pese a ser capaces de ver el camino, avanzaban con lentitud, por no dejar sombra sin alumbrar, ni agujero sin inspeccionar.

  No era la primera vez que Wagner venía aquí, si bien nunca había descendido a una gran profundidad. Había formado parte de una batida de caza encargada de limpiar los nidos de alima?as que habían tomado cobijo en la zona. Cualquier sala en la que hubieran encontrado alguno había sido meticulosamente inspeccionada y sellada para prevenir futuras infestaciones, por lo que se había considerado esta una zona relativamente segura. Los nuevos caminos que con toda seguridad habrían abierto las actividades mineras seguramente habían despertado algún nuevo ser de las profundidades de la tierra. No era una historia particularmente poco común, y cualquiera con dos dedos de frente contrataría un nutrido grupo de mercenarios para garantizar la seguridad. Por la situación del campamento, eso no había sido suficiente en esta ocasión, lo que solo servía para alentar los miedos de Wagner.

  El silencio era total, opresivo mientras descendían por las sinuosas cavernas. Elinar únicamente mandaba vagas se?ales con la mano sin siquiera darse la vuelta para indicar cuando parar o proseguir, y Wagner no osaba romper la atmósfera que lo rodeaba. Podría considerarse que la falta de se?ales de vida hostiles era buena compa?era, porque su presencia estaba pasando inadvertida. La otra cara de la moneda era, lo que fuera que estuviera observándolos, era capaz de hacerlo sin ser detectado. La incertidumbre fácilmente se convertía en paranoia, horadando lentamente la cordura de cualquiera que pasará suficiente tiempo en su compa?ía. Una gota de sudor perlaba el cuello de Wagner, mientras se mordía compulsivamente la piel de los labios. Cada agujero en la piedra era una nueva ubicación de la que podía provenir la amenaza, la siguiente esquina que sobrepasaban una excruciante agonía para los nervios. Por no hablar de las bifurcaciones en el trayecto, en las que se quedaban expuestos a lo que pudiera provenir a su espalda desde el camino no elegido.

  La percepción del tiempo era confusa sin el cielo para orientarse, pero habrían pasado un par de horas avanzando cuando encontraron las primeras se?ales del camino que buscaban. Si bien los espacios se volvían cada vez más estrechos, los le?os de madera que apuntalaban el techo y paredes eran claramente de reciente factura, lo que indicaba que estaban llegando a la zona en la que se adentraron los miembros de la anterior expedición.

  La noticia de que no habían perdido su rumbo era un bálsamo para su inquietud, o eso pensaba Wagner hasta que encontraron algo que, debería haber sido evidente encontrar. Si este era el camino que habían seguido, significaba que era el camino en el que desaparecieron. Los primeros restos fueron únicamente unas gotas de sangre, apenas suficientemente visibles en uno de los postes de la pared. Las siguieron varios ara?azos en la piedra, que por su profundidad no podían ser obra de manos humanas. El túnel en el que se encontraban era recto como una flecha, por lo que no peligraban perderse, ni del camino, ni del espectáculo que los esperaba.

  El pasadizo se abrió exponencialmente delante de ellos, hasta que se encontraron en la caverna más grande de todo el trayecto. Techos de varios metros de altura se adornaban con infinidad de estalactitas, que no se encontraban en el resto de la cueva. Varias casas cabrían en su interior, y la leve inclinación del suelo había hecho que el goteo constante que caía del techo se hubiera acumulado en un peque?o estanque en uno de los extremos de la sala. Era aparentemente el lugar ideal para hacer una parada en el camino, y los predecesores que habían montado un improvisado campamento aquí claramente pensaron lo mismo. Varios sacos, herramientas apiladas, restos de una hoguera…. Solo faltaban sus ocupantes, y el motivo era más que obvio. Era macabro.

  La sangre seca salpicaba hasta donde alcanzaba la vista, como si se hubiera extendido con brocha por cada roca. Al ser la única fuente de luz de los cristales azules que llevaban, la mezcla de colores con el rojo oscurecido daba un tono purpura, como el de una herida fea que cicatriza por debajo de la piel. Restos cercenados de extremidades y entra?as yacían en cada recoveco, era más difícil no encontrarlos, o pisarlos. Pero lo peor eran sin duda los cadáveres, que pese a llevar presumiblemente varias semanas allí tirados, apenas se habían descompuesto. Por la profundidad a la que se hallaban, los usuales culpables de limpiar la materia orgánica no habrían podido llegar, por lo que pasarían meses, sino a?os, antes de que toda la carne se desprendiera de su forma física. Las últimas expresiones que habían llevado eran claramente distinguibles, una mezcla de dolor, sorpresa y puro terror. Algunos se hallaban aún sobre sus lechos con los ojos cerrados, los afortunados que habrían dormido mientras ocurría todo, sin ser testigos del horror.

  Estos no eran los primeros cadáveres despedazados que veía Wagner, todos los cazadores se encontraban a veces con los restos de algún pobre desdichado que se había apartado del camino y no se le había vuelto a ver. Pero esto era distinto, la sensación que transmitía se asemejaba más a un campo de batalla, por la brutalidad de la escena. La carne no había sido consumida por los seres que los hubieran matado, por lo que no fue por hambre, y se?ales de persecución más allá de campamento echaban tierra a la idea de que simplemente estuvieran defendiendo su nido. No, este parecía más un acto de odio, cuya ejecución no había dejado apenas supervivientes.

  Si Elinar se sentía afectado por el espectáculo, no lo demostró. Paseo inspeccionando los cuerpos, deteniéndose únicamente a observar más de cerca alguna herida. Tras dar una vuelta completa a la caverna, Elinar pareció quedarse ensimismado por unos momentos, hasta que se dio la vuelta para mirar a Wagner, y la primera sonrisa que había visto en todo el camino adornó sus labios. “Bueno, parece que este es el momento para que demuestres tu experiencia, cuéntame que ha pasado aquí.” Una repentina oleada de ira recorrió a Wagner por la aparente frivolidad que demostraba aquel despreciable, pero pudo contenerse la lengua justo a tiempo. No le extra?aría que cualquier miembro de la Orden tan experimentado estuviera acostumbrado a ver este tipo de escenas, ni tampoco era especialmente sorprendente su insensibilidad con cualquier persona que no fuera uno de ellos.

  “Estoy seguro que no necesitas mi opinión, es bastante obvio,” dijó Wagner tras soltar un largo suspiro. Elinar simplemente enarcó una ceja y mantuvo el silencio, animándole a continuar. “Para empezar, todos los cuerpos tienen heridas lacerantes similares, así que es probable que los hiciera la misma criatura o criaturas. Veo además que no hay se?ales de que se hayan llevado ninguno, así que tampoco parece que los quisieran para su despensa. La forma de actuar es muy extra?a para unas bestias normales, incluso si solo estuvieran defendiendo su territorio…. a no ser que no sean bestias normales. Parece más que actuaron como guardianes que simplemente eliminaban a unos intrusos.”

  Elinar le siguió mirando con una gran sonrisa en los labios, incluso cuando Wagner terminó de hablar, lo que le hizo sentir un poco incómodo. “No está mal, has acertado casi todo. La única puntualización que tengo que hacer es que los que hicieron esto, no son bestias, ni guardianes como los llamas. Ya los hemos encontrado en muchas instalaciones, son experimentos de la guerra, armas de carne y hueso dise?adas para inspirar terror en sus enemigos. Como puedes observar, son bastante eficaces. No conocemos su nombre real, si lo tenían, así que los llamamos simplemente vestigios, o vestos para acortar. Son vagamente humanoides y nocturnos, se alimentan directamente de la energía de los cristales, incluso si la utilizas contra ellos, así que solo sirven los ataques físicos. Nunca fueron perfeccionados porque son de los últimos dise?os de aquella época, cuando ya solo importaba la destrucción y muerte de los que eran diferentes. Te diría que atacan nada mas verte, pero en realidad no pueden. Te detectan por el calor que emitimos y el sonido, recuérdalo. No era de lo peor que podíamos encontrarnos, pero tampoco les costaría mucho hacernos pedazos si no tenemos cuidado.”

  “Fascinante, y seguro que tienes un plan para enfrentarnos a ellos, ?verdad?”, dijo Wagner en tono fanfarrón, aunque por dentro se sentía de todo menos seguro de si mismo. Elinar había empezado a sacar de su bolsa varios objetos con metódica precisión, alineándolos en uno de los pocos pedazos de suelo que no te?ía la sangre. Algunos los había visto antes como la cuerda o las extra?as varillas, pero vio otros, como unas extra?as canicas que parecían de barro, o una miríada de cuchillos de distintas formas y colores, que solo tenían en común su anormal longitud, tan largos como podía ser su brazo. No se detuvo hasta terminar de sacar lo que consideró necesario, tras lo que le hizo una se?ar a Wagner para que se acercara. “Coge las bolas en una mano y la linterna en la otra, las necesitarás.” “?Para qué?”, preguntó. “Esos seres son muy agresivos, pero son de todo menos estúpidos, no caerán en la típica trampa que pondrías para cazar en el bosque. Por eso no les pondremos la típica trampa. Bueno, yo me encargaré de eso, ?pero te acuerdas de ese plus de peligrosidad que te pagué? Ha llegado la hora de que te lo ganes.”

  Quería pegarse cabezazos contra pared, y lo estaría haciendo si no se encontrará en su situación actual. Pues claro que nadie regala nada, y menos semejante fortuna por un trabajo con “la improbable posibilidad de despertar algo”. Wagner escupiría al idiota que se había tragado semejantes palabras vacías. Si sobrevivía a esto tendría que buscar como poder hacerlo. Mientras tramaba su venganza autodestructiva, siguió avanzando lentamente por el sendero que se encontraba en el otro extremo de la caverna a la que habían entrado.

  Elinar se había quedado atrás para preparar la trampa, y claro, que trampa está terminada sin su cebo. Ni siquiera le había explicado en detalle en que consistía, solo que fuera a buscar el nido de los vestos, y volviera corriendo a la menor se?al de algo. Era fácil decirlo, cuando no era él quien iba a despertar de la siesta a una manada de bestias de clase 3. Wagner avanzaba incluso con más cuidado que antes, cada paso seguía al anterior únicamente cuando encontraba suelo firme, como si temiera resbalarse al mínimo descuido. Lo más desconcertante era no haber sido capaz de encontrar ninguna huella, ningún resto de piel o excrementos, nada para indicar la existencia de otro ser vivo rondando. Sus sentidos no le decían que estuvieran cerca, pero su instinto le picaba en la nuca como si mil ojos observaran su respiración. Irónico, que lo único que pudiera hacer eso, en realidad no fuera capaz de verle.

  No tuvo que andar demasiado, tan solo unos cientos de metros. Un leve crujido se escuchó en la distancia, aunque los espacios como aquel solían hacer que el sonido rebotara, podría estar más cerca de lo que pensaba. Su primera reacción fue la de salir corriendo sin mirar atrás. Pero no había visto nada en realidad, podría ser su mente jugando con él. Necesitaba asegurarse, o al menos ver algo por el rabillo del ojo. En momentos como este, era cuando su curiosidad sacaba lo peor de él, una quemazón aliviada solo por el bálsamo del conocimiento. Unos inseguros pasos más tarde, un sonido distinto, más gutural, como el de una persona atragantándose con su propia sangre. Casi presa del pánico, apuntó con la lámpara tambaleante a donde creía ubicar su procedencia, pero allí no había nada. Tampoco en sus alrededores. Tan solo más oscuridad.

  Decidiendo que ya se era suficiente riesgo por un día, apretó con firmeza las extra?as esferas, que eran su única arma disponible. Tal como le habían instruido, las arrojó con todas sus fuerzas justo por donde continuaba el sendero. Los quebradizos orbes no tardaron en estallar al impactar contra el suelo y paredes, revelando su brillante contenido. Wagner pensaba que sería alguna clase de explosivo, o tal vez incluso veneno, porque había dado por sentado que era un arma para defenderse. En su lugar resultaron ser simples cristales, de una vivaz tonalidad azul.

  Su confusión solo duró un momento, pues cuando vio el horror ahora iluminado, se le heló la sangre. Seres de piel completamente blanca como la niebla, con rostros totalmente desprovistos de ningún elemento que pudiera reconocerse en una cara, salvo por sus bocas, en ellas se entreveían finísimos dientes como agujas. Algunos caminando, otros a cuatro patas, todos con garras extremadamente afiladas y curvadas, como si tuvieran cuchillas por manos, injertadas por algún proceso macabro. La mayoría se encontraba observando con cautela el fulgor de los cristales arrojados, pero algunos lo observaban a él. No sabía cómo, pero estaba seguro de que estaban pendientes de cada uno de sus movimientos. En ese momento, cayó en la cuenta de lo que acababa de hacer. Aquellos seres se alimentaban de la energía de los cristales, así que no solo acababa de ofrecerles un festín, además tenía en sus manos un sabroso cristal en forma de lámpara, por si no estaban suficientemente interesados aún.

  En el escaso, precioso momento que tardó en procesarlo, un simple sonido, “ah”, salió de su garganta. Eso fue todo lo necesario, la se?al dio comienzo a una frenética y salvaje carrera. Sus perseguidores obtuvieron una decisiva ventaja al empezar a correr hacia su presa con total abandono y convicción. La distancia separándolos fue rápidamente recortada, y aunque Wagner tiró la lámpara y empezó a correr más deprisa que en toda su vida, podía sentir en sus huesos que había sido demasiado lento. Los vestos no emitían ningún sonido, y la única indicación de la presencia a su espalda era de las peque?as piedras desplazándose a su paso, repiqueteando contra las paredes.

  Wagner tenía la mente totalmente en blanco, todo su ser estaba plenamente concentrado en imprimir la mayor potencia posible a sus músculos. La senda era prácticamente recta, pero las sombras no parecían querer despegarse de él siquiera en los escasos meandros a su paso, y aún era incapaz de ver la entrada a la caverna por la que habían llegado. No tenía tiempo para soltar maldiciones, ni siquiera cuando notó con claridad como uno de aquellos seres se acercó lo suficiente como para rasgar su espalda. El corte no debió ser muy profundo, pues esto solo le impulsó a llegar a velocidades cuya capacidad para alcanzar le era desconocida hasta ese momento. El corazón amenazaba con salírsele por la boca cuando por fin vislumbró la luz al final del túnel. Consiguió sacar fuerzas de flaqueza para hacer un último sprint hacía su salvación, sin saber lo que realmente le esperaba. Justo cuando se precipitaba por la entrada, recordó la necesidad de saltar la cuerda ahora colocada a la altura de la cintura. No estaba en condiciones de intentarlo correctamente, simplemente se tiró al suelo, dejándose arrastrar por la inercia dolorosamente por el suelo, esquivando su último obstáculo.

  Cuando el primer vesto llegó pisándole los talones, lo recibió un ensordecedor asalto de mil trompetas sonando en un mismo punto, o al menos eso pareció. Una gran cantidad de varillas huecas colgaban de un semicírculo formado por la cuerda traída, y estaba atado a las paredes de la cueva por una miríada de soportes enganchados. De ellas salía aquel estridente sonido, que estaba orientado a la abertura por donde seguían llegando. Como si hubieran enloquecido, la estampida de vestos empezó a apilarse en la entrada de la cueva, mientras tropezaban unos con otros y se retorcían de puro dolor en el sitio donde caían. Wagner se había llevado las manos a los oídos y aún así estaba sufriendo una terrible jaqueca. Solo Elinar, que sujetaba la cuerda en alto, era capaz de resistirlo de algún modo, y su cara de total concentración denotaba quien controlaba aquel concierto infernal.

  “?Chico, los frascos, ahora!” gritó Elinar en medio de aquella cacofonía que amenazaba con dejarlos sordos. Wagner pudo entenderle de puro milagro, y se apresuró a recoger los tarros de donde los habían dejado en un rincón. Llenos de aquel espeso mejunje, su color era completamente negro, y cuando Wagner consiguió tirarlos a duras penas, impactaron en medio de donde se encontraban la vorágine de los vestos. Estos no parecieron siquiera advertirlo, pero el negruzco líquido se esparció rápidamente, en parte ayudado por cómo se revolvían en su agonía. En ese momento, Elinar apuntó la mano del guante al grupo, y solo tardó un momento en formarse una bola de fuego condensado del tama?o de un pu?o primero, luego de una cabeza, y finalmente de una enorme rueda. Las llamas no eran estáticas, se movían como si fueran a erupcionar dentro de la misma esfera flameante, torsionándose y ondulándose sobre ellas mismas a gran velocidad. Cuando está salió disparada de su mano, el impacto envolvió casi al instante a la manada de bestias en una enorme hoguera de llamas hasta el techo. Sus chillidos se volvieron audibles incluso por encima del sonido producido por las varillas. El olor a carne quemada empezó a inundar la sala, y Wagner tuvo que contenerse con todas sus fuerzas para no vomitar todo lo que estaba en su estómago. Cuando los alaridos empezaron a disminuir, las varillas hacia rato habían dejado de sonar. Solo se escuchaba el chisporroteo ocasional de la pira, y el crepitar la grasa explotando en los cuerpos incinerados.

  Would you like to see the next chapter, even if it is not finished?

  


  0%

  0% of votes

  0%

  0% of votes

  Total: 0 vote(s)

  


Recommended Popular Novels