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1. OLVIDADO

  “Todo acabó en un suspiro,

  con el torrente de luz fracturando el cielo

  que anunció el inicio del horror.”

  Compendio sobre las 11 estelas de la Desolación,

  relato de un testigo desconocido, sección 24-2

  Podía volar. O al menos, flotaba con elegancia. Surcaba por encima de valles y monta?as, descendía vertiginosamente sobre ríos únicamente para alzarse a escasos metros del suelo, como si la gravedad fuera un concepto ajeno. La sensación de libertad no era comparable a ninguna otra, su vista se agudizaba, alcanzando a distinguir los bordes del horizonte. Las corrientes de viento soplaban a su alrededor, compa?eras de viaje que lo mecían suavemente si se lo permitía. Cada vez era más osado, se permitía tirabuzones en las caídas, quiebros entre las copas de los árboles. La vida era una constante danza en el filo de la navaja en la que solo importaba la complejidad de las acrobacias, más fluidas, más rápido, más altura. Rozaba las nubes de espaldas al dar la vuelta, acelerando hacia la tierra. No necesitaba frenar, quería exprimir al máximo aquella sensación. Cada vez más cerca. Más cerca. No había vuelta atrás. En el momento en el que rozó la superficie del mundo, este se dio la vuelta. La oscuridad lo envolvió mientras escuchaba una voz de fondo, como si le susurrara al oído, “despierta.”

  El mundo no era tan maravilloso, como le recordaron las frías tablas de madera que lo trajeron de vuelta del otro lado. Sentía la cara como si le hubieran dado un pu?etazo, probablemente porque era lo primero que golpeó el suelo al caerse del camastro. Mientras se levantaba farfullando algunos improperios, sujetándose con la mano derecha el costado, que también parecía haber absorbido el impacto, se fijó por primera vez en la figura que le observaba con ojos divertidos apoyado en el umbral de la habitación.

  “Buenos días alteza, ?cómo se encuentra en esta buena ma?ana proporcionada por nuestro luminoso se?or?” dijo Jhob sardónicamente. Su hermano mayor tenía una mala tendencia a hablar sin morderse la lengua cuando estaba en privado, aunque no podía reprochárselo, él era igual. “Como si me hubieran tirado de un balcón, por suerte la visión de tu cara aleja cualquier dolor y lo sustituye por una urticaria”. Jhob se echó a reír. “Bueno parece que todo sigue en orden ahí arriba, así no habrás olvidado que hoy teníamos que madrugar para ir a por los nuevos arcos encargados por padre al viejo Enzo”. Wagner no pudo evitar hacer una mueca al comentario. Cómo olvidarlo, es lo que único de lo que se habla en esta casa desde hace una semana, pensó, aunque no se atrevió a decirlo en voz alta.

  Wagner empezó a ponerse perezosamente la ropa, unos pantalones y camiseta de tela sencillos junto con un chaleco de cuero endurecido y las botas de viaje de resistente piel de bestia reptiliana clase 3 que le habían regalado por su 17 estela, cuando se le reconoció como miembro de pleno derecho en su familia. Aún le sorprendía que ya hubieran pasado 3 estelas de ese día. Se echó al hombro su zurrón, que contenía un cuchillo, algunos retales de tela limpia, un odre de agua y varios cristales de elementos del tama?o de canicas, rosas y azules, los menos valiosos (los pocos cristales verdes que poseía estaban a buen recaudo en un falso fondo de las botas).

  Jhob se mostraba impaciente mientras veía la parsimonia con la que se preparaba su hermano, “si queremos probar los arcos cazando unos chuls tendremos que llegar antes del mediodía, cuando están pastando desprotegidos en los campos cerca de los Estanques Perlados”. “Además, luego tenemos que ayudar por la tarde en los campos de tallos, faltan manos”. Wagner resopló, “?Otra vez? Es la quinta este mes”. Tras unos momentos a?adió, “entiendo que hemos tenido varios ataques de vospren en la zona, pero la semana pasada unos cazadores trajeron al pueblo las pieles de una docena de ellos, por lo que deberíamos poder estar tranquilos un tiempo, no?” Jhob no parecía estar de acuerdo, pero tampoco lo discutió.

  Tras un modesto desayuno de gachas con un pedazo de carne los dos salieron de la casa, una humilde vivienda de piedra y madera que primaba más la funcionalidad que la arquitectura, con formas lisas y firmes para poder resguardarse dentro en caso de una estampida de bestias. Algunos peque?os cultivos de frutas verdes y alargadas se distribuían alrededor de un robusto almacén para consumo propio. La residencia estaba ubicada a 5 kilómetros al este del pueblo de Verdilar, lo suficientemente lejos como para que el terreno y los árboles imposibilitaran verlo desde la entrada.

  Varios caminos secundarios a través del bosque les conectaban con las demás familias que habían decidido vivir fuera del pueblo (normalmente porque no podían pagar la tasa de protección requerida), y uno de ellos llevaba a la caba?a de Enzo, en lo más profundo de la arboleda. Un tipo raro, pues rehuía de la compa?ía y seguridad que proporcionaba la civilización y rara vez se le veía alejarse del bosque. Mientras recorrían el alejado sendero escuchaban en la lejanía las alegres melodías de algunos cantores del claro, unos peque?os pájaros con las alas de vistosos matices anaranjados, que cambiaban de tonalidad con las estaciones. La ligera brisa, combinada con luz que se filtraba fugazmente entre las copas de los árboles generó durante unos momentos un escenario bucólico. A Wagner le vinieron a la mente las escenas que había visto en los grabados de la iglesia del pueblo, donde se mostraba como habían vivido sus antepasados antes de la Condenación, en armonía con el mundo y la naturaleza.

  Cuando llegaron a la caba?a, los hermanos se encontraron con una pareja de vospren durmiendo plácidamente a un lado. Estas bestias de 4 patas medían 2 metros de largo y eran tan altos como un ni?o peque?o, con un pelaje oscuro y dos filas de dientes de sierra bastante amenazadores. Nadie había conseguido sacarle a Enzo como era capaz de controlar seres de clase 2, pero era un hecho que los animales le eran completamente leales. Por suerte ya los conocían, y solo soltaron un leve gru?ido cuando se acercaron.

  Tras llamar a la puerta con golpes secos Jhob se aseguró de ser escuchados. “Enzo, somos los hijos de Dalek, venimos por los arcos que prometiste.” No hubo respuesta. Wagner le echo una mirada a su hermano y este simplemente se encogió de hombros. No parecía ser la primera vez en esta situación. Volvió a llamar, en esta ocasión con más fuerza, “Enzo, tenemos prisa, pero más importante, tenemos tu pago.” Tras un rato escuchando, una profunda voz les respondió desde el interior, “un momento”. Sonidos de la madera crujir hacían ver que el cazador estaba buscando entre sus armarios (aunque sin mucha prisa, pensó Wagner). Cuando se abrió la puerta lo que les recibió fue hombre bajo, con una poblada barba negra, la cara cubierta de finas cicatrices que parecían cubrir la mitad de la piel expuesta y una mirada que solo transmitía frialdad.

  El hombre, sin mediar palabra, les tendió dos arcos largos de madera oscura, junto con sendas bolsas alargadas con dos docenas de flechas en cada una. Al entregárselo todo extendió la palma de la mano, y Jhob simplemente asintió con la cabeza mientras sacaba de su bolsa 1 cristal verde y 3 azules, que soltó encima de su mano. Enzo gru?ó cuando lo vio. “El precio acordado fueron 1 verde y 2 azules” dijo. “Lo sé” respondió el hermano mayor, con la mejor sonrisa de comerciante de la que era capaz, “el otro es la comisión por un trabajo bien hecho y por futuros encargos”. El viejo cazador no parecía tener intención de continuar la conversación, ya que tras otra gélida mirada simplemente cerró la puerta con brusquedad y escucharon como se alejaba hacia el fondo de la casa. Wagner ya conocía su hura?a personalidad, pero aún le sorprendía su total rechazo a mantener conversaciones que duraran más de un minuto. Jhob no parecía molesto por el trato recibido, tan solo se echó un arco y carcaj al hombro, y, con expresión contemplativa, empezó a andar sin mirar atrás. “Vamos”.

  Wagner desconocía porque les habían dicho que trataran con respeto a este hombre tan desagradable. Claro, su talento como cazador era conocido por todos, pero se negaba a ayudar en las partidas de caza que mantenían a raya las bestias del bosque, y había tenido varios altercados con la gente de la zona por sus hoscas maneras. “No se merecía el cristal extra, hermano”. Wagner no pudo evitar el comentario, aún sabiendo la recepción que tendría. “Bastante lo ha defendido ya nuestra familia frente a los demás, a expensas de nuestra propia reputación. Ya nos miran raro por intentar siquiera tratar con él”. A Jhob siempre le disgustaba hablar de este tema, como si le pusiera triste. “Ya conoces la opinión de padre, no es mala persona en el fondo, y es el mejor con el arco de todo el valle”. Se rascó la sien durante un momento, antes de continuar. “Además, nos cobra menos de lo que vale realmente su trabajo. Sé que puede ser seco en su forma de hablar, pero a su manera nos ha ayudado bastante, al menos podemos darle un poco de margen a cambio.” Por supuesto, Wagner ya sabía todo esto, pero sentía que estaban dando más de lo que recibían, y no andaban tan holgados como para poder permitírselo.

  Estaban en el décimo mes del a?o, y si bien quedaban varias semanas para que llegarán las primeras heladas, debían empezar ya a prepararse. Eso implicaba reunir grandes cantidades de carne para ahumar y pieles para intercambiar por sal, mantas y demás suministros obligatorios para no necesitar salir más de lo necesario de la casa durante varios meses.

  El área en la que iban a cazar se encontraba a una hora de camino hacia el sur, un coto especialmente abundante en chuls, pues se encontraba cerca de un conjunto de estanques con varias zonas de pradera alrededor. Muchos animales pastaban allí en épocas de cría, lo que los hacía vulnerables, al dividirse en grupos peque?os para sus rituales de apareamiento. Lo cual era conocido por todos los cazadores locales, humanos y bestias por igual. Para el ojo inexperto podía parecer un codiciado premio esperando a ser recogido, pero más de un cazador se había convertido en presa al entrar sin cuidado en esta zona. Las manadas de vospren haciendo su territorio en los bosques y colinas colindantes no toleraban la competencia. Si tenías mala suerte podías encontrarte incluso con bestias de clase 3 como algún dalmarán, una grotesca ave lo bastante grande como para levantar a dos hombres sin problemas, garantizando una muerte horrible, ya que les gustaba jugar con sus presas tirándolos encima de rocas hasta romperles los huesos. Por ello, se consideraba como algo de locos o desesperados venir a esta zona, un tesoro envenenado. Wagner no estaba seguro de que categoría se aplicaba a ellos, pero esta era la mejor forma de cumplir rápidamente tus cuotas y hacer dinero. Si salías con vida, por supuesto.

  A pesar de ello, su padre siempre había sido de los pocos que se arriesgaban a probar suerte en los sitios más peligrosos, y les ense?ó desde peque?os las mejores formas de evitar ser detectados, lo cual era efectivo la mayoría de las veces. El resto, normalmente dependían de tu suerte o capacidad para correr más rápido que aquello persiguiéndote. No era una perspectiva muy halagüe?a para Wagner, pero ya estaba acostumbrado. A medida que se acercaban, comenzaron a vislumbrar el brillo nacarado de las masas de agua entre los árboles, y empezaron a bajar el ritmo. Se movían con el mayor cuidado posible, observando donde pisaban, que sonidos escuchaban, que sombras veían moverse por el rabillo del ojo. Sus firmes movimientos denotaban experiencia, la calma demostrada en un territorio hostil fruto de a?os de entrenamiento y situaciones de vida o muerte. Tras avanzar un par de centenares de metros, un estridente relincho sonó en la distancia. Sin hacer un sonido Jhob hizo una se?al con la mano para indicar que lo investigaran. Incluso más despacio que antes, se aproximaron al origen del sonido.

  Con el cuerpo pegado al suelo, se colocaron tras una leve elevación de terreno en la que brotaban algunos arbustos con bayas, suficiente cobertura para no ser descubiertos si eran meticulosos en sus movimientos. Wagner echó un ojo por encima del matorral y allí estaban, a unos 30 metros. Una pareja de imponentes machos marrones de chul bastante grandes (debían de llegar a los 4 metros y al menos 600 kilos), peleando con su único cuerno, que sobresalía de su frente. Más al fondo, lo que parecía un reba?o de hembras con algunas crías observaban la situación y vigilaban sus alrededores.

  “Perfecto, hoy no tendremos que recoger bayas.” Wagner susurraba en el tono más bajo posible, preparando una flecha al mismo tiempo. “Podemos apuntar cada uno a una hembra, o si te sientes afortunado, los dos a un macho”. La mano de Jhob se posó encima del arco tensado de Wagner. “Espera, acabamos de llegar, observemos un poco más por si surge una buena oportunidad”. Wagner creía que su hermano tendía a ser demasiado reflexivo, a veces simplemente tienes que actuar. “Jhob, esta oportunidad es tan buena como cualquier otra. Si esperamos más quien sabe si se marcharán a otra parte, o si aparecerá algo para robarnos la pieza, o convertirnos a nosotros en una”.

  Mientras mantenían su casi inaudible discusión, un súbito aullido los puso en alerta inmediatamente, al igual que a los chuls. Negras figuras empezaron a aparecer entre la línea de árboles al fondo del claro, rodeando a las hembras y sus crías. Gru?ían mientras buscaban aberturas para lanzarse a por los más débiles. Los machos dejaron inmediatamente su enfrentamiento y corrieron a enfrentarse al grupo de vospren que había bajado de las colinas, al menos 8 individuos. La manada no parecía mostrarse intimidada ante sus contrincantes, a pesar de estar en clara inferioridad de tama?o. Los vospren estaban considerados categoría 2 en la escala de peligrosidad, no por su fuerza individual, sino por su capacidad de coordinar ataques, y una sorprendente ferocidad, por la cual atacaban sin miedo a seres mucho más grandes y poderosos que ellos. Los chuls eran solo categoría 1, incluso con sus grandes cuernos. Esta batalla estaba decidida antes de empezar.

  “Maldita sea, estábamos tan cerca, y ahora no desearía otra cosa que estar lo más lejos posible.” Jhob estaba listo para salir corriendo en cualquier momento, pero, para variar, Wagner no estaba por la labor. Su mirada estaba centrada en la escaramuza produciéndose delante, analizando las capacidades de los integrantes, buscando una manera de sacar ventaja de la situación. Jhob ya sabía donde llevaba eso, y no le gustaba nada. “Ni se te ocurra, no sabemos cuántos puede haber en los alrededores, y si captan nuestro olor no podremos escapar”. Wagner no le estaba escuchando, como si estuviera en trance, observaba los círculos concéntricos realizados por los depredadores, cada vez más cerca de su próxima comida.

  Un chasquido a su espalda lo hizo reaccionar justo a tiempo para darse la vuelta y agacharse mientras un vospren, más peque?o que los demás, saltaba hacia su cuello. Pudo esquivarlo por los pelos, pero otro inmediatamente después consiguió tirársele encima, tumbando en el suelo a Wagner, mientras a duras penas lo sujetaba con una mano, la otra intentando desesperadamente interponer el arco entre su cara y las filas de dientes acercándose cada vez más. El forcejeo duró unos interminables momentos, acabando cuando una hoja de metal apareció desde arriba atravesando la cabeza del animal, que tras un leve quejido perdió la fuerza y se desplomó, no sin antes llenarle la cara a Wagner de sangre, hasta el punto de tragar por accidente un poco. La escupió rápidamente, y con increíble esfuerzo se quitó de encima la bestia muerta. Jhob lo ayudó a levantarse mientras gritaba, “?la manada no planea dejarnos escapar tampoco a nosotros, Condenación, porque tenemos tan mala suerte!”

  Cuando vieron su ataque sorpresa fallido, los vospren soltaron un agudo aullido de lamento que heló la sangre de los hermanos, y tres de los que acosaban a los chuls corrieron a unirse al restante atacante, a pocos metros de distancia de la posición donde se encontraba la joven pareja. Los vigilaron atentamente, reconociendo la amenaza que suponían, pero sin mostrar ninguna intención de dejarles irse, no después de haber matado a uno de los suyos. El entrenamiento de supervivencia de Jhob y Wagner se activó como un resorte, y sin pensarlo prepararon casi al unísono una flecha cada uno, que soltaron según corrían las bestias hacia ellos. Las saetas silbaron al surcar el aire. Una alcanzó en el costado a su objetivo, que cayó al suelo gimiendo de dolor, la otra flecha hiriendo en la pata trasera a otra criatura, lo cual hizo que no pudiera seguir el ritmo a los demás. No había tiempo para preparar otro disparo, esta vez cada vospren decidió atacar de manera coordinada a uno de los hermanos. Uno se tiró a por el brazo con el que sostenía el arco Jhob, el otro repitió la jugada de su camarada caído y salto a la yugular de Wagner.

  Esta vez, Wagner estaba preparado, no consiguió tirarlo al suelo. En su lugar con una maniobra lateral dejo pasar al animal mientras con un golpe de la mano derecha lo impulsó con más fuerza en la dirección de salto, lo que resulto en la incapacidad de este para controlarse en el aire y acabó enredado en grupo de gruesas zarzas que se encontraban a la espalda de Wagner. Desesperada, la fiera se revolvía con todas sus energías, lo que irónicamente hacía que se enredara incluso más en el puntiagudo arbusto. La sangre empezó a brotar de cien peque?os agujeros, no parecía haber salvación para el animal. Mientras tanto, Jhob se encontraba con su codo dentro de la boca del último vospren, la única forma de defenderse posible en el escaso tiempo que había tenido disponible. Con el brazo libre tenía sujeto el cuchillo de caza, que clavó en el vientre desprotegido de su atacante. Pese a haber sido perforada, la bestia no estaba dispuesta a soltar su botín, y solo tras varias pu?aladas liberó sus fauces.

  Wagner llegó demasiado tarde para ayudar a su hermano, y solo pudo quedarse mirando como el animal borboteaba sangre de su abdomen, su hermano del brazo. No era un mordisco profundo, pero si bastante feo, ya que la mandíbula de los vospren no estaba pensada para perforar, sino para rasgar y arrastrar la carne. Con rapidez se sacó uno de los pedazos de tela la bolsa y se lo tiró a Jhob, quien vendó la herida apretándola tanto como pudo. Los dos a los que habían disparado antes seguían a cierta distancia, aunque uno de ellos parecía estar acercándose renqueando, a pesar de su herida en una pata. Obstinadas criaturas, sin duda. “?No podemos quedarnos más tiempo Wagner, corre!” Era el momento de irse, antes de que ningún otro invitado se presentará a la fiesta. Wagner se apresuró a coger el cadáver del primer vospren que habían matado, el de la herida en la cabeza, y se lo echó como pudo al hombro. Incluso en una situación como esta era necesario asegurar algún ingreso, y además de los materiales, los miembros de la Orden en el pueblo daban recompensas por pruebas de muerte de bestias peligrosas. Por suerte, esta debía ser una joven hembra, pues no pesaba tanto como esperaba.

  Jhob iba detrás de él sujetándose el brazo herido, una mueca de dolor en su rostro cada vez que lo movía. Los dos corrieron tan rápido como pudieron en dirección opuesta a donde seguían luchando por sus vidas el grupo de chuls. Por fortuna, parecían estar manteniendo a raya a los vospren, al menos de momento. Los vospren eran inteligentes, probablemente se daban cuenta de que no podían enviar más miembros a por los humanos si querían asegurar la mejor presa delante de ellos.

  Jhob iba vigilando que no eran seguidos, y Wagner a duras penas conseguía mantener el ritmo de la carrera. Media hora más tarde alcanzaron el camino principal que conectaba la región y decidieron tomar un descanso. O más bien, sus piernas no les permitieron dar un paso en cuanto se vieron a salvo. Wagner se tumbó directamente sobre el suelo, resoplando, y Jhob se sentó encima de una roca a inspeccionarse la herida. A pesar de haberla vendado, un hilillo de sangre seguía permeando la fina tela. Con un severo esfuerzo, Wagner se levantó de nuevo y se acercó a su hermano. Su cara estaba bastante pálida, sus manos temblorosas. “No parece haber parado de sangrar, tendremos que usar magia de luz para cerrar la herida” dijo Wagner. Las esferas que tenía en su bolsa probablemente tenían suficiente energía para ello, pero su habilidad era demasiado pobre para valerse de ellas eficientemente, tendría que usarlas todas. Cuando metió la mano el morral, Jhob lo detuvó. “Nos saldrá mucho más caro aquí que en la iglesia, puedo esperar.” Se notaba el intento por imprimir fuerza en sus movimientos, lográndolo solo a medias. “No es el momento de escatimar, si acabas agotado antes de llegar será incluso peor” respondió Wagner.

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  Los dos se miraron fijamente. Pese a estar más débil, Jhob tenía la resolución en la mirada de alguien que no se va a dejar convencer, incluso si arriesgaba su propia salud. Su altruismo era una de sus mejores cualidades, por las que Wagner le respetaba. Finalmente, el hermano peque?o desvió la mirada, sintiéndose avergonzado por su falta de convicción. Con un suspiro, Jhob le dijo, “recuperemos el aliento un momento y luego vamos directos a que me curen.” Aún dudando si era la decisión correcta, Wagner saco otro pedazo de tela de su bolsa para cambiarle en vendaje. Su conciencia no le permitía hacer menos. Su hermano se quejó un poco por el dolor, pero le dejo trabajar.

  Descansaron un rato, pero Wagner estaba demasiado inquieto y volvieron a ponerse en camino rápidamente. Tardaron casi dos horas en llegar a la entrada de Verdilar, ya que se habían alejado sin darse cuenta al huir de la emboscada. El pueblo estaba rodeado por una valla de unos dos metros de altura, con troncos clavados directamente en la tierra y un peque?o foso excavado delante, probablemente pensado para canalizar el agua de las lluvias más que como defensa.

  No era un poblado muy grande, si juntabas todas las personas dentro del pueblo y las casas repartidas en sus alrededores no llegarían a un millar. Sin embargo, la población era la más importante en varios días de viaje a la redonda, motivo por el cual un buen número de comerciantes la usaban como parada intermedia, conectando las tierras del Imperio y el territorio controlado directamente por la Orden Gris, estando Verdilar en el extremo suroeste de este último.

  Los guardias de la puerta los conocían, y pudieron pasar sin preguntas cuando vieron el estado de Jhob. La iglesia del dios Lux, encargada de todos los tratamientos curativos en la localidad, se encontraba al fondo de la calle principal. Atravesaron la calle con las miradas curiosas de los lugare?os sobre ellos, aunque ninguno les preguntó por lo ocurrido. El pórtico de la iglesia, a primera vista vacía, estaba abierto para todos los visitantes y devotos a cualquier hora, por lo que entraron sin problemas. Jhob se veía cada vez peor, con una creciente dificultad para caminar y respirar, su tez un tono cada vez más pálido. Wagner entró gritando, “??es que aquí no trabaja nadie?!, ?necesitamos ayuda ahora!”

  Una joven ataviada con las ropas tradicionales de una sacerdotisa de la iglesia salió corriendo de una habitación detrás de la estatua de mármol blanco en el centro de la nave, representando la deidad del templo. No debía ser mucho más joven que Wagner, y vestía una sencilla túnica verde, del rango más bajo en la jerarquía de las iglesias. Cuando se acercó pareció mirar con mala cara a Wagner por sus modales en un lugar de culto, pero inmediatamente la cambió cuando vio el estado de Jhob, ahora siendo ayudado a moverse por su hermano. Entendiendo la urgencia de la situación, indicó con gestos a Wagner que la siguiera. Entraron en una sala lateral con varias sencillas camas tendidas pegadas a la pared, y dejaron a Jhob con cuidado en la más cercana disponible.

  “Necesito saber que le ha hecho esto” ordenó la clériga, con un tono que no admitía discusión. Wagner respondió como a trompicones, las palabras queriendo salir todas a la vez. “No-nos ha atacado una manada de vospren en el bosque, a Jhob le han mordido el brazo como si quisieran arrancárselo, apenas ha podido quitárselo de encima.” “Estábamos bastante lejos y ha perdido mucha sangre de camino, creo necesita una cura mayor.” La chica escuchó atentamente, y se dispuso a examinar a su paciente. Examinó su herida debajo de las vendas, comprobó su temperatura corporal poniendo la mano en su frente, abrió uno de los ojos, ahora cerrados por el cansancio.

  Era mala se?al que hiciera todas esas pruebas en vez de aplicar directamente energía sanadora sobre la herida. Significaba que no podía simplemente curarlo. “?Qué ocurre, porque solo le observas?”. Ella, habiendo terminado su reconocimiento al parecer, se alejó del convaleciente Jhob para hablar directamente con el preocupado Wagner. “Tengo una buena noticia y dos malas.” “Empecemos por la buena, puedo asegurarme de que la vida de este hombre no corra peligro, por un tiempo.” La cara de Wagner se relajó, pero sus pu?os siguieron cerrados (no se había dado cuenta de que lo estaban), esperando el golpe de realidad por llegar. La sacerdotisa hizo como si no se hubiera dado cuenta y prosiguió. “La mala es, que aún me falta experiencia y no puedo curar heridas graves.” “El cura capaz de tales obras ha ido hoy a visitar una granja atacada hace poco por bestias, a medio día de camino al norte de aquí. No volverá hasta ma?ana por la tarde, y no conozco a nadie más con sus habilidades.”

  Bueno, no era una gran noticia, pero simplemente significaba esperar hasta ma?ana para sanar a su hermano, parecía que lo peor había pasado. Pero claro, eso significaba… Esta vez, cuando habló la sacerdotisa, no le miró a los ojos. “Debido a la cantidad de cristales que tendré que usar para mantenerlo vivo hasta ma?ana, más los que deba usar el sacerdote superior Darán en su obra, el precio total será de al menos… nueve verdes o noventa azules.” Esta vez sí, el impacto de la situación consiguió dejarlo sin habla. Era diez veces lo esperado. Esa cantidad era más de lo que llevaban encima, incluso con sus ahorros secretos. Su padre les había dado la mayor parte del dinero de la familia para pagar los arcos y otros suministros indispensables, si gastaban el resto en esto no podrían pagar la tasa anual de la Orden, y perderían la protección de las patrullas en su zona. No durarían un invierno sin ellas.

  Un sudor frío empezó a recorrer su espalda, la sensación de náuseas por el mareo le quiso hacer vomitar, un fuerte dolor se acomodó en su pecho. Con la mirada ausente, se encontró sentándose en uno de los bancos de la nave central en la iglesia. Su cabeza trabajaba furiosamente en pensar formas de reunir el dinero. Tal vez, si cobraban una pieza de una bestia de clase 3 podrían salir al paso. No, pensó, después de acabar así por cazar en un área peligrosa, la solución no podía ser intentar algo aún más peligroso, acabarían muertos incluso más deprisa. ?Un préstamo entonces? ?Pero, quien estaría dispuesto a arriesgar su propia forma vida con gente de fama tan temeraria? Tampoco tenían nada de verdadero valor para usar como aval o vender, hacía tiempo ya del último empe?o de los brazaletes pertenecientes a su difunta madre, y aún no los habían recuperado.

  Era el único camino disponible, y Wagner no sabía como lo iba a recorrer. Su mirada perdida se posó sobre la blanca estatua del dios que había creado este mundo. En tiempos pasados, la gente venía a estos lugares sagrados para pedir ayuda divina o consejo por sus penurias. Las leyendas en los sermones de los sacerdotes contaban como a veces incluso se concedían las peticiones. Lamentablemente, esos tiempos quedaron atrás, si alguna vez existieron siquiera. Ahora, la gente hacía simples ofrendas de comida o bienes a la iglesia, para dar las gracias por el mero hecho de existir (y en muchos casos, subsistir). A muchos, sin embargo, les motivaban más los horribles destinos, descritos con todo lujo de detalles en las antiguas crónicas, reservados para aquellos que no mostraran el debido respeto.

  La clériga salió tras de él, preocupada por su estado, o tal vez preocupada por si pensaba irse sin pagar y abandonar a su suerte a la persona ahora descansado dentro. Obviamente no iba a hacer eso, pero tampoco sentía ganas de confirmárselo.

  Wagner no iba a quedarse sentado allí, desesperándose. Necesitaba un plan, una idea, un milagro a ser posible. Tras recuperar la compostura, le dijo a la joven, aún mirándole con ojos de pena, “volveré dentro de un rato, necesito pensar en que voy a hacer.” Se encaminó hacia el pórtico principal, y cuando se hallaba bajo su umbral volvió la cabeza atrás para a?adir algo más “por favor, cuida de mi hermano.” Con un leve asentimiento, ella entró de nuevo en la sala de los enfermos.

  Al salir, Wagner miró al cielo, con el sol rojizo en su punto más alto deslumbrándolo. A esta hora las tabernas empezaban a servir las comidas. Antes de ir, necesitaba pasar por la oficina de la autoridad local para cobrar por el cadáver que aún llevaba. No conseguiría mucho, pero en su situación era mejor que nada. La oficina se encontraba enfrente de la plaza principal de Verdilar, cerca de la entrada. El camino se le hizo demasiado largo para los escasos centenares de metros que recorrió. Por suerte no parecía haber cola para entrar, y pudo pasar directamente por el amplio arco de madera tallada. Una gran sala con suelo formado por un mosaico blanco y negro se extendía ante él. Siempre se quedaba mirando las paredes al venir, repletas de distintas partes de las más grandes bestias cazadas en las inmediaciones. Una garra de tres dedos, con u?as tan largas como sus brazos. Lo que parecía una cornamenta, con ramificaciones asemejando las ramas de un retorcido árbol centenario. Incluso un par de membranosas alas colgaban del techo, abarcando la longitud completa del edificio, de al menos 10 metros de largo. Al fondo se encontraba un amplio mostrador donde se despachaban todas las actividades relacionadas con el exterminio de monstruos en la zona, ya fueran recompensas, patrullas o partidas de caza.

  En teoría, todas las tareas relacionadas con la defensa de las poblaciones recaían sobre La Orden, por medio de antiguos tratados. La realidad, sin embargo, era que no tenían miembros suficientes para ello, por lo cual cada vez con más frecuencia reclutaban a parte de la población local como milicias o cazadores para cubrir los huecos. Era un trabajo peligroso. Los “grises,” como los llamaba la gente común, (aunque nunca a la cara) disponían de una formación y equipamiento muy superior a la mayoría, por no hablar de sus capacidades en manipulación de los dos elementos básicos, que los distinguía como la élite de la humanidad. Mientras tanto, una simple armadura de cuero curtido y una lanza de hierro era lo normal para los demás. Esta discrepancia había creado una grieta entre los dos grupos, manifestándose como desconfianza de la gente para con sus custodios.

  Hoy estaba de guardia en los pupitres una de las jóvenes Iniciadas del grupo llegado hace poco a Verdilar. Se notaba su falta de experiencia en la forma que trataba a los lugare?os. Aún les mostraba respeto y cortesía. Los demás miembros tendían a actuar como si hubiera que besar el suelo por donde pisaban, y sus palabras fueran a seguirse de forma indiscutible, como si los mismísimos dioses hablaran a través de ellos.

  “Hola Kara,” dijo Wagner. Ella levantó la mirada de la pila de papeles en la que estaba inmersa y le dedicó una sonrisa. “Buenos días, Wagner”, respondió, y tras un vistazo al cuerpo sobre su hombro a?adió, “veo que la caza va bien.” Wagner suprimió una reacción sarcástica. Ella no tenía la culpa de lo ocurrido. “Podría ir mejor, de momento te traigo esto.” Dejó caer el cadáver sobre una plataforma de piedra dispuesta a un lado de la sala para estas ocasiones. Kara se levantó para inspeccionarlo. La joven era más alta que él, con una trenza rubia a un lado y algunas pecas en la cara y brazos. Sus músculos estaban bien definidos, prueba de su estricto entrenamiento. Wagner no tenía ninguna duda, en una confrontación directa ella podría barrer el suelo con él. En el mundo que vivían esa era una cualidad muy apreciada, y ella incluso era objetivamente atractiva. Una lástima que no hubiera opción de nada con uno de los grises. Ellos solo se casaban con los suyos, presuntamente para cultivar sus dones.

  No había mucho que ver, Kara anotó tras un rápido análisis los datos en una tablilla y se volvió detrás del mostrador. Rebuscó en uno de los numerosos cajones fuera de la vista y saco una bolsita de piel con un potente brillo multicolor. “Por tus servicios te corresponden tres cristales azules. Toma, cógelos.” Tres. Tendrían que cazar 30 veces esta cantidad y traerla solo para saldar la deuda. No creía ser capaz, no en tan poco tiempo. “?No sería posible aumentarlo a 4?” Preguntó Wagner, con un leve deje de desesperación en su voz. “Además, también abatimos varios vospren más, aunque no pudimos traerlos de vuelta, deben seguir en un claro cerca de los Estanques Perlados. Déjame alguien para ir por ellos y te lo demostraré.” Kara alzó una ceja. “Las normas prohíben eso, ya lo sabes. Es demasiado peligroso ir allí solo por recoger unos cadáveres, y lo más probable sería que otra bestia se los hubiera llevado antes.” “Además ya te estoy dando el precio máximo, el grupo de Malpar trajo muchos más y les dimos entre dos y tres azules por cada ejemplar.” Wagner calló un instante, sin saber que decir. Notaba algo amargo acumulándose en su estómago.

  Kara achacó esto a haberlo convencido, y, sin darle más importancia, cambio de tema. “?Y donde esta tu hermano?, siempre soléis ir juntos a todas partes.” Wagner la miró, pensando como mejor responder. “Hoy hemos tenido un… peque?o contratiempo. En cuanto le curen volveremos al bosque a cumplir nuestra cuota.” Ella le miró con comprensión. Sabía perfectamente lo peligroso de su trabajo. “Bueno, seguro que saldréis adelante. Podrías hacer una ofrenda en el templo de la diosa Nia, uno de sus aspectos está relacionado con la caza y la naturaleza.” Ah, cierto, ella también era una profunda devota de la diosa, como pocos lo eran hoy en día. No llegaba a ser cargante con sus predicaciones, aunque podía volverse un poco pesada. En cualquier caso, tampoco tenía nada para ofrecer. “Gracias por el consejo, me esforzaré por estar a la altura de las expectativas.” Respondió Wagner con una forzada sonrisa, cogiendo los cristales y dándose la vuelta.

  Mientras se alejaba, notaba la mirada de ella clavándose en su espalda. Cuando se encontraba a pocos pasos de la puerta ella, le gritó, “?Si quieres practicar puedes venir a nuestro campo de entrenamiento, te ayudaré a mejorar tu técnica!” él no se volvió, simplemente agitó la mano como despedida. Ya podía imaginarse lo que pasaría si de verdad decidía ir, y no le interesaba un lavado de cerebro.

  Con los cristales apretados en una mano, se dirigió a la posada más barata de las tres en el pueblo, medio escondida detrás de la zona con los corrales del ganado. Aunque estuvieras acostumbrado, el olor a mierda de sisante, unos grandes animales de seis patas usados para el transporte, nunca ayudaba a abrir el apetito. Esa era la razón principal por la cual tenía unos precios más bajos en comparación con las otras tabernas. Mientras se acercaba a la destartalada cantina advirtió como no escuchaba ningún ruido viniendo de dentro, algo extra?o en una hora punta como esta. El ambiente cuando entró en el “Erudito borracho” no era especialmente alegre. Algunos grupos de paisanos se encontraban desperdigados por las mesas, pero hablaban entre susurros, lo que generaba un indistinguible murmullo de fondo. El local hacía forma de L, estando la mayoría de los presentes apelotonados en la zona frontal a las cocinas.

  Wagner avanzó sin preocuparse mucho por sus alrededores, sus pensamientos ahora en otra parte. Prefería sentarse en la barra, donde era más fácil pedir directamente al tabernero. Buscó un asiento decentemente limpio cerca de la parte donde se encontraba la esquina del bar, donde estaría más alejado de los demás. El due?o, un hombre mayor de aspecto intimidante, con grandes músculos asomando bajo su mandil, se acercó a su sitio. “?Qué te pongo?” Nervioso, pensó. “Una ración del plato del día. Y una jarra grande de cerveza.” El alcohol aquí dejaba mucho que desear. A Wagner le pareció apropiado, viendo como estaba yendo su día. Sacó cuatro cristales rosas, los menos valiosos, y los puso sobre la mesa. Fueron recogidos rápidamente por una mano bastante grande, y sin decir nada más se marchó por la puerta lateral a la cocina.

  Mientras miraba a su alrededor para distraerse, y dejar de pensar en sus problemas, se percató de una figura en el extremo del bar, pegada contra las paredes del fondo donde no había ninguna ventana. Pesé a ser pleno día, la madera oscura con la que estaba construido el edificio y las escasas aberturas para iluminación proyectaban un aspecto lóbrego al interior. Eso hacía fácil pasar relativamente desapercibido si te encontrabas en uno de los rincones en las sombras. Lo curioso era qué, en contra de lo esperado, muchas miradas de soslayo estaban dirigidas en esa dirección, como flechas apuntando al origen del cargado ambiente. No se veía mucho de aquella persona, una capa de un sucio color pardo cubría la mayor parte de su cuerpo, aunque era bastante abultado. Solo los atisbos de una poblada barba negra cuando sorbía su bebida daban alguna pista sobre su cabeza, oculta hasta la sien por las solapas de la capa.

  Probablemente fuera un pobre comerciante que no se podía permitir una estancia mejor, pensó Wagner. Sin prestarle más atención, se puso a repasar sus opciones. Actualmente tenía, junto con el dinero restante de su hermano, algo más de seis cristales verdes. Su padre probablemente no poseía mucho más, les había dado la mayor parte y ya la habían gastado. Si trabajaba como guardia en los campos ganaría tres azules al día, pero era un trabajo poco deseado. Era poco probable que fueran atacados, pero si pasaba, su vida correría incluso más peligro que en el bosque. Tal vez podría adentrarse en una de las numerosas cuevas de las monta?as en busca de cristales puros, pero esa era la opción más peligrosa. Numerosas criaturas vivían en ellas, y eran lo suficientemente grandes como para usarlo de mondadientes si tenía la mala suerte de molestarlas. Sin embargo, el riesgo estaba acompa?ado de una recompensa acorde. Formaciones de cristales verdes o, los dioses lo quieran, alguno amarillo, habían sido encontradas en el pasado un pu?ado de veces.

  Mientras cavilaba ensimismado, un sonido seco sonó delante de él. El posadero había dejado un plato hondo de madera con un guiso de escasos pedazos de carne, algunas verduras y trozos de pan duro asomando por un lado. Una pinta estaba a su lado, de un pálido tono terroso, probablemente aguada para aumentar la cantidad producida. En conjunto, una pitanza para poco más que una forma de llenarse el estómago. Tampoco se podía pedir un banquete por el precio. Empezó a comer lentamente, sin ganas, dándole peque?os sorbos al brebaje mientras, pues sus entra?as no le permitían tomarlo más deprisa. Estaba acostumbrado, no le preocupaba devolverlo, ni siquiera a causa del pungente olor inundando sus fosas nasales. Pero tampoco tenía curiosidad por comprobar su límite.

  Cuando ya llevaba un rato comiendo, algo cambió. Wagner notó como, por algún motivo, todos los presentes se pusieron en alerta. Era algo sutil, pero su experiencia le ayudaba a reconocer ciertos patrones en la naturaleza, uno de ellos siendo el de un animal oteando vigilante sus alrededores, siempre a la espera por la aparición del depredador. Además, las miradas se estaban volviendo discretamente en su dirección, y empezó a escuchar sonido de pasos detrás. Antes de que pudiera darse la vuelta, un movimiento de brazo más veloz de lo que pudo ver dejó una de las jarras, igual a la suya, pero vacía, encima de la barra con un sonoro golpe. El due?o de aquella agilidad era el extra?o hombre, ahora de pie, pero igualmente tapado por la capa.

  Instintivamente, se llevó la mano a la bolsa en busca de su cuchillo. Escrudi?ó la expresión de aquel poco educado individuo, pero no pudo ver mucho, seguía estando tapado por sus solapas. Solamente pudo ver sus ojos, de una tonalidad verde apagado. Lentamente, desapretó la mano de la empu?adura, pero no dejó de mirarlo. El extra?o no pareció siquiera prestarle atención. En cambio, una mano enguantada salió de la capa y dejo dos cristales rosas al lado de la jarra. “Gracias por la bebida, aunque estaba asquerosa” dijo aquel hombre, con voz profunda y un poco socarrona, como el mar ligeramente encrespado. “Gracias por venir, aunque espero que no vuelvas,” respondió el mesonero. Un ligero gru?ido de diversión salió del hombre de la capa. Cuando se volvió no intento salir, sino que fue directo a una de las mesas, para sorpresa de los sentados en ella.

  “Hola otra vez chicos, ?lo habéis reconsiderado?” dijo según se acercaba. El grupo sentado eran cuatro veteranos cazadores. Wagner los conocía de vista y algunos nombres, pero nada más. “Ya te hemos dicho nuestra respuesta, búscate otros para hacerte el trabajo sucio. O mejor aún, hazlo tú mismo” dijo una mujer de los del grupo, hablando en nombre de los demás. Sus miradas transmitían una mezcla entre falta de interés y frialdad. Esto no pareció inmutar al desconocido, y aunque estaba de espaldas, Wagner habría jurado que estaba sonriendo. “?Estáis seguros?, no es por alardear, pero pago mucho mejor de lo normal, incluso excesivamente para la simple tarea requerida.” Al grupo esto claramente no les impresionó, sus expresiones se tornaron incluso más gélidas. “Conocemos exactamente lo que pides, y no tienes lo suficiente para cubrirlo, dupliques o tripliques la cantidad.” Otro del grupo, un fornido hombre con cara de enfado, se levantó. “Esto es una pérdida de tiempo, no nos sigas más o lo lamentarás, no importa los trucos que uses.” En un instante, se hizo el silencio absoluto, como si hasta ahora no hubiera suficiente. El hombre de la capa le mantuvo la mirada un segundo, lo que pareció acobardar un poco al veterano cazador. No obstante, simplemente procedió a encogerse de hombros. “No hace falta llegar a las manos, me ha quedado claro que, por desgracia, no tenéis la visión para reconocer una oportunidad frente a vosotros” dijo de forma un poco teatral el hombre de la capa. Esto pareció encender al enfadado, pero sus compa?eros se pusieron rápidamente delante suya para calmarle. “Basta ya, nos vamos. Guárdate tus ofertas para quienes tengan un verdadero deseo de muerte, nosotros no.” El grupo salió con aire malhumorado de la taberna, y tras ellos varias mesas más se levantaron y les siguieron.

  Tiene que ser uno de los grises, pensó Wagner. Solo ellos son tan arrogantes. Apuró los restantes pedazos de comida en su plato y se dispuso a irse también. No fue lo bastante rápido, para su tormento, pues al ser el último en levantarse también era el último en salir. El hombre se había interpuesto entre él y la salida con los brazos en jarras. “?Y tú que chico, tampoco te interesa ganar lo de un mes en un día?” Wagner no se imaginaba el motivo por el cual estaba siendo tan insistente, y tampoco planeaba descubrirlo. “Disculpa, tengo prisa” respondió. El hombre no se movió, y en su lugar sacó algo de un bolsillo dentro de su capa, que por dentro tenía un tono azul celeste. “?De verdad? Yo pensaba en quitarte esa prisa con esto.”

  Wagner iba a quitarle del camino, pero se paró en seco cuando vio lo que sostenía la mano extendida enfrente de él. El tono ambarino era inconfundible, aunque pocas veces había visto uno. Un cristal amarillo, resplandeciente como el oro, y con su mismo brillo encandilador. Esa peque?a piedra ovalada, poco más grande que uno de sus dedos, era suficiente para solucionar sus problemas y dejarle con cambio. Sintió una irresistible tentación por alargar la mano, pero se contuvo en el último momento. Maldita sea, piensa un poco Wagner, se dijo a si mismo. Los otros no habrían rechazado un precio como este si no fuera extremadamente peligroso. Inspiró con fuerza y miro en aquellos ojos, que sin parecer burlarse de él tampoco mostraban la humildad de alguien pidiendo algo. “Es una buena oferta, seguro alguien más la aceptará, pero no seré yo.” El desconocido se limitó a responder con una cansada sonrisa, y mostrar la otra mano, hasta ahora oculta en los pliegues de la capa. “Me alegró que por fin alguien lo reconozca, que la oferta es buena. Demasiados en este pueblo me han dado la espalda sin pensarlo dos veces. Pero, ?y si fuera incluso mejor?” Cuando Wagner vislumbró el brillo dorado desprendiéndose de la otra mano, no pudo evitar las siguientes palabras que salieron de su boca. “Te escucho.”

  “Excelente, por fin alguien dispuesto a ayudar, ya era hora.” La capa ondeó un poco con la brisa del exterior, revelando la figura completa del hombre. Una armadura de metal claro con algunos ara?azos y varios cristales de un verde brillante, incrustados formando complejos patrones, era lo más visible. La maza colgando a su lado tenía un recubrimiento extra?o de algún tipo de mineral pulido en la empu?adura que la daba un aspecto antiguo, pero aún funcional. El resto de su equipo era igualmente impresionante, varias bolsitas que desprendían una tenue luz multicolor sobresalían del interior de su capa en una miríada de bolsillos cosidos a su forro. Cuchillos y botellas colgaban de su doble cinturón de cuero tachonado. Definitivamente estaba mucho mejor preparado en comparación con los miembros de La Orden que solían aparecer por el pueblo. El imponente caballero se acercó a Wagner y puso la mano sobre su hombro. “Bueno, ahora vamos a hablar de cómo me vas a ayudar con mi misión. No es nada tan complicado, simplemente vamos a ir a una de las minas en esta zona. Los trabajadores han encontrado la entrada oculta de unas instalaciones en lo más profundo de la cueva. Vamos a investigar si hemos encontrado uno de los antiguos laboratorios que se creyeron perdidos en la Guerra de la Condenación.”

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