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PRÓLOGO

  “Que sepan nuestros hijos que nunca los abandonamos,

  sino que por nuestro amor y creencia en su voluntad

  les otorgamos el mayor de los dones, la libertad”

  Extracto 104-25 del último libro de las visiones,

  recogido por la sibila superior Talia Dante

  Hoy iba a ser un mal día. Esto es lo único en lo que podía pensar Salar mientras recorría angostos pasillos de piedra de camino hacia la cámara de los Declamadores. Podía verlo en los peque?os eventos que se sucedían a su alrededor. Una de las sirvientas derramando una jarra de leche fresca sobre uno de los múltiples tapices que cubrían las paredes de piedra, un joven Iniciado siendo reprendido por su falta de disciplina en el patio de armas (aunque esto se estaba convirtiendo en algo habitual). Su coraza de acero bru?ido estaba veteada con cristales de elementos cristalinos de un intensos colores naranjas y amarillos oscuros. Durante sus a?os de servicio lo había protegido de innumerables peligros, hasta el punto de convertirse en su segunda piel. Ahora lo asfixiaba, le parecía demasiado pesada. Por supuesto, estos no eran los motivos principales de su premonición, pero en su experiencia cuando algo iba mal, todo parecía irse al traste a su alrededor.

  El comandante de la Orden Gris, Salar Matif, era un hombre de complexión robusta, un poco más alto que la mayoría, con varias entradas de pelo canoso, únicamente visibles en su bien recortada barba, ya que se afeitaba la cabeza. Su mirada denotaba la carga del mando, que llevaba a sus hombros desde hace 20 estelas. Pese al cansancio y la edad, que remarcaban la fina línea azul bajo sus ojos, aún transmitía la autoridad y fortaleza que le caracterizaban.

  El camino fue uno silencioso, pues no había mucho personal a esta hora tan temprana. Ni siquiera había tenido tiempo de desayunar. Desde la torre sur en la que se encontraban sus aposentos tendría que bordear la mitad del castillo oriental mientras descendía los tres niveles hasta la planta principal. La tercera planta era usada principalmente por los miembros de más alto rango, los Juramentados, por lo que allí se podía encontrar la mayor parte de la decoración existente en la fortaleza, por lo general marcada de un austero estilo castrense. Antiguas escenas, tejidas con hilos de colores apagados, estaban bordeadas por antorchas de tenue luz rosa. Representaban los momentos más destacables de la Gran Guerra de la Fe, en la que los dos bandos, por medio de un nivel de destrucción aterrador, casi llevaron al mundo a la extinción. Otros del Resurgimiento, el momento de creación y mayor orgullo de la Orden, cuando aún eran respetados y temidos. Los más recientes contaban sus menguantes éxitos en mantener la paz y la seguridad por todo el continente de Lantia.

  Mientras observaba distraídamente los ecos de épocas pasadas se acercó a su lado una mujer con armadura completa a paso firme. Sus hombreras representaban su veteranía con tres franjas negras y blancas, suficiente para estar en esa planta, aunque sus facciones e impoluta presencia denotaban que no había ascendido hace mucho. Aún tenía el brillo de alguien disfrutando de sus nuevos privilegios, ajena a la situación actual que la haría desear haberse mantenido como una Adalid de segundo rango indefinidamente.

  “Buenos días Comandante,” dijo mientras se cuadraba de hombros con el usual saludo de pu?o cerrado y parte inferior golpeando el pecho. “Los miembros del Consejo le están esperando”.

  Una mensajera entonces, pensó. Tal vez ella aún pueda librarse un tiempo de conocer la verdad, hasta que se gane la confianza de los demás.

  “Lo sé, por eso me dirigía allí” Salar se preguntaba como de asustados debían de estar al mandar a buscarle directamente para lo que normalmente es una reunión rutinaria. No es que estuvieran equivocados en su valoración. Cuando observó la intención de ella por seguirle se vio obligado a corregirla, “gracias por el mensaje, continuaré yo solo”.

  “?Sí se?or!” Gritó mientras le miraba con un respeto que rallaba la devoción. Se quedó parada observándole mientras se alejaba, como si grabará a fuego en la memoria la visión de uno de los héroes en los relatos antiguos. “Me tienen en tan alta estima que cualquiera pensaría que puedo solucionar los problemas chasqueando los dedos” murmuró. Si tan solo supieran….

  Mientras descendía las escaleras se fijó en como algunos de los sillares de piedra, que habían protegido a la Orden durante siglos, ahora mostraban signos del deterioro inexorable que solo los elementos provocan. Varias secciones se encontraban horadadas, multitud de tipos de musgos y líquenes verdes y rojos asomando entre las grietas. Hacía tiempo que no contaban con los recursos necesarios para mantener adecuadamente el inmenso bastión, y las canteras principales en las monta?as al norte de la capital ahora eran nidos infestados de criaturas de hasta clase 4, peligrosos incluso para los más veteranos de la Orden, lo que incrementaba en mucho el precio de la muy demanda piedra. Contentarse con exiguas reparaciones en las salas principales y algunas secciones de las murallas era todo lo que podían hacer.

  Paso rápidamente por la segunda planta, donde se encontraba la zona común a la fuerza principal del cuerpo, los Adalides e Iniciados de todos los rangos. Aquí no había mucho que ver ya que era una zona utilitaria, con camastros simples de madera y paja alineados en filas de dos alturas, más algunas salas de instalaciones para el entrenamiento basado en aptitudes físicas. Cualquier cosa más avanzada tendría que realizarse en alguno de los 3 patios exteriores para evitar desperfectos en el interior.

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  La planta baja era el principal centro de actividad del castillo, con los patios conectando el comedor, la herrería, establos, manufactorium y arcanum. También aquí se encontraba la magnífica sala de audiencias, que ocupaba la mitad del espacio en el piso. Anta?o recibían a los líderes de todas partes del mundo que buscaban su protección y consejo. Ya no recordaba la última vez que se le dio su uso original. Ahora, únicamente un salón glorificado.

  Su destino estaba detrás de una de las puertas traseras que se encontraban al fondo de esta sala, tras la que aparecían unas estrechas escaleras descendentes que desembocaban en un único pasillo recto de granito blanco, flanqueado por luces con cristales de cuarzo azul del tama?o de un pu?o, que emitían un fulgor leve pero constante. Al fondo se encontraba la sala, dos Juramentados con lanzas montando guardia en la entrada. Sus expresiones estoicas no traicionaban la preocupación que debían sentir al ser de los pocos “privilegiados” informados.

  No necesitaron más que un leve asentimiento por su parte para abrir el pesado pórtico de madera oscura, que conducía a una sala circular de unos 20 metros de largo. Contaba con una bóveda cóncava de color negro como la noche, manteniendo iluminada la habitación por medio de diminutos cristales incrustados en ella, que despedían una luz imitando el cielo nocturno y las estrellas de una forma casi exacta, lo cual conformaba un hipnótico paisaje, considerado una obra de arte reservada para aquellos que decidían el futuro de su pueblo. La cámara estaba rodeada por varias columnas lisas fusionadas con las paredes, llegando hasta el techo de al menos 6 metros de altura. Dos filas de asientos entre medias de ellas formaban un semicírculo en dirección opuesta a la puerta, en las que estaban sentados con el ce?o fruncido los miembros con más experiencia de entre los de alto rango. En el centro, se encontraba un púlpito de madera exquisitamente ornamentado, con distintos motivos geométricos y peque?as escenografías representando la creación del mundo por los dioses duales. En su parte frontal, una talla de letras en relieve grisáceo con los principios que habían regido la Orden desde su origen.

  En aquel lugar se respiraba un misticismo que se mezclaba con la ansiedad evidente en el ambiente, resultando en una sensación de opresión para cualquiera que entrará, al convertirse en el centro de atención. Salar avanzó con paso lento y seguro hasta el centro, y escaneó con una larga mirada a sus compa?eros. Conocía y confiaba en cada persona de los aquí presentes. Aun cuando discutían a menudo por sus diferencias de criterio, él sabía que el objetivo de todos era el bien mayor. No habrían llegado aquí de otra manera que no fuera ganándoselo con sudor y sangre. Sin embargo, estos imponentes hombres y mujeres ahora parecían nerviosos, frágiles. En el que era un sitio para el debate reinaba ahora un silencio sepulcral. Ninguno se atrevía a perturbarlo.

  “Camaradas” dijo Salar. Nadie se movió. “No necesitó preguntar si conocen el porqué de la urgencia para la reunión de hoy, vuestras expresiones son lo suficientemente elocuentes.” Hizo una pausa y respiró hondo. “Con el despuntar de la ma?ana un Juramentado que había sido destinado a investigar unas ruinas recientemente descubiertas al sur del bosque de Lindorn ha llegado a nuestra puerta. Se encontraba en un estado deplorable, sangrando de un brazo, con una pierna torcida y la cara desfigurada. Le faltaba la armadura, pues la había arrojado para escapar con vida y llegar aquí lo antes posible.” Paró un momento para componer sus pensamientos.

  “La información que ha podido proporcionar no ha sido muy precisa ya que, tras cabalgar durante un día y una noche sin descanso, su cuerpo se ha derrumbado según nos contaba las preocupantes noticias. En las ruinas que investigó junto con un grupo de 10 miembros de la Orden hallaron los restos de un antiguo laboratorio de la civilización del crepúsculo. Esto no sería algo extra?o normalmente, pero lo que encontraron en su interior fue una de las antiguas máquinas de absorción de partículas, que había sido reactivada.” Inmediatamente un murmullo inundó la sala. Una de las más antiguas compa?eras se levantó decidida a dar voz a sus preocupaciones. “?Estamos seguros de que no es un error? No sería la primera vez de alguien malinterpretando el brillo de un cristal de alma como el de una piedra de maná.” Salas negó con la cabeza, “la descripción de su color rojo intenso y forma ovalada concuerdan a la perfección con los registros que guardamos.” Inspiró. “Esta vez no podemos negarlo.” Todos los presentes eran de los más veteranos, ya sabían lo que implicaba esto.

  “Al investigar el suceso, nuestros hermanos fueron sorprendidos con un bombardeo de hechizos y flechas, fue una masacre. Sospechamos que era una trampa para cualquiera intentando averiguar el propósito de esta aberración. Nuestro hombre solo sobrevivió porque los demás se sacrificaron valientemente como escudos de carne, para que al menos él pudiera escapar.” Una voz se hizo eco en la sala, “quién sería tan necio de atacarnos de una manera tan abierta, ni siquiera el Imperio Fracturado se atreve a tocarnos, no después de lo que pasó la última vez”. Salar la miró fijamente al responder, “desconocemos la identidad de los atacantes, el Juramentado solo pudo ver que las armas y armadura que portaban eran de primera calidad, con vetas de cristal del color de ámbar recorriéndolas. Lo investigaremos, pero un grupo tan preparado no creo que haya dejado muchos rastros para seguir”. Otra vez el silencio. Sabían que ni siquiera ellos eran capaces de pertrechar a toda la Orden con equipamiento cuyo método de fabricación se había perdido en la guerra, como tantas otras cosas.

  “Si han conseguido reactivar una de las máquinas deben tener los conocimientos, y más importante, alguien con una destreza en la manipulación de energía que no se ha visto desde la época en la que los elementalistas puros casi nos destruyen a todos. Sus objetivos al respecto nos están ocultos, pero esto solo puede significar que buscan desentra?ar aquello que nos condenó a ser olvidados por los dioses.” Sentía como el corazón le latía con fuerza, el sudor perlaba su frente. Este era su cometido, pero no creía que estuvieran preparados para cumplirlo, no desde hace tiempo. Su segundo al mando, Boron, fue el más rápido para contestar.

  “Por toda la Creación Salar, ?tú te estas oyendo, blasfemando contra la decisión divina? No es la primera vez que un grupo de fanáticos intenta desenterrar el pasado, y cada vez los hemos detenido. Ese es nuestro deber sagrado, la razón de existencia de nuestra Orden, no puedes haberlo olvidado.” Sus palabras, duras pero razonables, no hacían sino clavársele como pu?ales en el corazón. Nada volvería a ser como antes.

  “Hermano, lo que dices es cierto y a la vez falso. Siempre hemos estado vigilantes, para defender a la gente frente a su propia insensatez, pues somos el baluarte que protege contra la tormenta. Sin embargo, esta vez llegamos tarde. Pronto la noticia se conocerá en todas las regiones, pero nuestro hermano lo vio primero. Esta vez, no impedimos la catástrofe. Tras huir de las ruinas, lo que presenció a sus espaldas lo hizo enloquecer. Casi no pudimos distinguir entre sus balbuceos la magnitud de lo ocurrido. Por primera vez en los 326 pasos de la estela, una detonación de elementos comprimidos ha sucedido en el bosque cercano a las ruinas. La zona es ahora uno más de los innumerables yermos repartidos por el mundo tras la guerra, y la aldea de Vinedo en sus inmediaciones, convertida en polvo al viento. Nada volverá a crecer en esa tierra, y todo el que entre en ella sufrirá la muerte por sobrexposición a la Pureza. Nuestros peores temores se han confirmado, nos enfrentamos a una segunda Condenación.”

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