"?Qué mierda...? ?Por qué no vimos nada de esto anoche? ?Estaban escondidos en el pasto alto o qué?"
Me giré hacia la carreta, viendo que seguía exactamente donde la dejamos anoche, intacta, con algunos baldes vacíos bien puestos.
Suspiré aliviado. Por ahora, este lugar parecía seguro, aunque no debíamos bajar la guardia.
"?Miren! "?Hay cosas corriendo por allí!" Gritó Samira.
"?Nunca los había visto, ?y ustedes?!"
"Creo que nadie los ha visto antes, hermana".
"Parece que son animales de los que no comen carne... Bueno, uno come de las dos cosas", comenté, haciéndome el tonto.
"Chicos, si me lo permiten, voy a organizarnos. Nos dividiremos en tres grupos para cubrir más terreno y traer comida. Aya, vos vas a ir a la costa a cazar peces con tus manos. ?Te parece bien?"
Aya asintió al compás de un movimiento sutil de orejas.
"Sí, Luciano. Puedo hacerlo. Si los encuentro, me aseguraré de traer suficientes para todos".
"Perfecto. Suminia, Samira, ustedes dos deben ir con Mirella a la llanura. Hay un animal por ahí, uno un poco grande, con pelo negro y patas cortas. Se me acaba de ocurrir llamarlo... jabalí. Eh... Creo que si trabajan juntas pueden cazarlo. Mirella, vos podés guiarlas desde el aire y usar tu magia para matarlo. ?Entendido?"
Suminia apretó la lanza en sus manos, clavándola un poco en la tierra.
"Entendido, Luciano. Vamos a por ese... animal".
"El jabalí".
"Sí, eso".
La otra gemela, un poco más nerviosa, miraba de reojo la llanura.
"P-Pero... Es un poco grande, ?no?"
Su hermana le dio un golpe en su brazo con el revés de la mano.
"No seas tonta, Sami. Si tú nunca tienes que hacer nada cuando cazamos animales. Yo siempre hago todo".
"?Oye...! Yo soy la que trae las frutas, y eso es muy importante".
"Al menos hubieras traído una lanza para disimular..."
Mirella dio una voltereta en medio de las dos chicas, cortando con la tensión.
"?Claro que sí iré con ellas dos, Luciano! ?Voy a guiar a las chicas como la mejor! Y..."
Se acercó a mi oído, bajando la voz.
"Te estaré vigilando desde la lejanía, ?eh? No hagas nada raro sin mí".
Reí por lo bajo, sacudiendo la cabeza.
"Tranquila, Mirella. No me meteré en problemas. Yo soy muy fuerte, no lo olvides".
"?Sí!"
"Y nosotros dos", dije, girándome hacia Rin, que se lo veía preparado con su lanza en la mano.
"Vamos a ir a la llanura también, pero más cerca del bosque. Desde acá veo muchos animales en ese lado, así que seguro traemos algo".
Rin asintió, con una sonrisa tranquila.
"Me parece bien, Luciano. Vamos a hacer esto juntos. Aunque, ?qué es una 'llanura'?"
"Es todo este lugar abierto a nuestro alrededor", expliqué, dando media vuelta con la mano extendida.
"Todo lo que está verde y con pasto es la llanura, un lugar donde está todo al aire libre".
"?Y por qué se llama así?"
"Porque es llano".
"?Lleno?"
"Llano se dice. Significa que es plano".
"Ahhh..."
Rin se puso a mirar al infinito y más allá. Creo que no entendió una mierda. Se me va a complicar si todo el tiempo les estoy dando palabras nuevas.
Al ver a Aya marcharse, yo también empecé a moverme.
"?Entonces, todos a cazar! Nos encontramos acá dentro un rato con lo que hayamos cazado. ?Suerte!"
El grupo se dispersó, cada uno yendo en su dirección. Rin y yo nos quedamos solos, caminando hacia el borde del bosque, donde los ciervos de cuernos blancos seguían correteando entre el pasto alto.
Rin no paraba de mirarme de reojo.
"Luciano, ?sabes? Esta es la primera vez que salimos a cazar juntos. Siempre has estado ocupado con la magia, la huerta o Rundia me decía que todavía no era el momento. Me gusta que hagamos esto, pero... ?dónde está tu lanza? ?Te harás una ahora?"
Me rasqué la nuca, un poco incómodo. No esperaba que me lo preguntara tan directo.
"Bueno, la verdad es que... no cazo. Nunca me gustó la idea de matar un animal. Pero te voy a ayudar, no te preocupes. Puedo usar mi magia para atrapar algo, y vos hacés el resto".
El sol ya estaba más alto, calentándonos la piel. Por suerte, la brisa suave hacía que el calor fuera soportable. Sin embargo, la tensión repentina en la mirada de mi padre era más pesada que cualquier rayo de sol.
"?Cómo que no cazas, Luciano?" Preguntó con voz calmada, pero noté un dejo de incredulidad, como si le hubiera dicho que no necesitaba respirar.
"Cazar es lo más normal del mundo. Siempre lo hemos hecho. En la isla, si no cazábamos, no comíamos. ?Cómo puedes decir que no te gusta la idea?"
Suspiré, ajustándome el sombrero para que el sol no me diera en los ojos. Sabía que esta conversación iba a ser complicada. Rin no era de los que se entrometían mucho en las cosas ajenas. Sin embargo, cuando se encontraba con algo que contradecía sus pensamientos, no lo soltaba fácil. Y cazar, para él, era más que una tarea: era la base de la supervivencia, la forma en que los humanos se mantenían vivos en un mundo que no les regalaba nada.
"No es que no quiera comer, papá. Es que... no me gusta pensar en matar animales. En la isla, siempre me encargaba de la huerta, de moldear la madera, de hacer herramientas, ropa, lo que fuera, menos salir a cazar. Hasta Suminia me quiso ense?ar una vez, solo que me hice el tonto y fallé los piedrazos".
Rin se detuvo en seco, clavando la parte de madera de su lanza en la tierra con un movimiento firme.
"?Estás hablando en serio? Luciano, todo lo que haces fuera de conseguir comida está muy bien, pero no siempre vas a tener a alguien que cace por ti".
Empezó a se?alar a los animales en la lejanía.
"Mira a tu alrededor. Este lugar es nuevo, no sabemos qué tanto hay aquí, qué animales son peligrosos, cuáles son comestibles. Si no aprendes a cazar, ?qué vas a hacer si un día nos quedamos sin comida? ?Si no estoy yo, o Suminia, o Aya, o quien sea? No puedes depender de otros para algo tan básico. Yo te ense?aré".
Ay... ?Cómo le explicaba a este hombre que, con un solo movimiento de mi mano, podía moldear la tierra y cortarle el cuello a cualquier animal que estuviera parado a mi alrededor? Que podía arrancar un árbol del suelo y usarlo como arma si quisiera, o reventar el corazón de un jabalí sin siquiera tocarlo. Sin embargo, no era cuestión de poder. Era porque no quería. El pensar en matar animales me revolvía el estómago, me hacía sentir como si estuviera traicionando algo, aunque no supiera qué. Quizás era una estupidez, un resto de mi vida anterior en la Tierra, donde la carne venía en bandejas y no tenías que mirar a los ojos a lo que ibas a comer. Pero acá, en este mundo, ese sentimiento seguía conmigo, y no podía ignorarlo.
"Papá, no es que no pueda", comencé, tratando de elegir las palabras con cuidado.
"Es que no quiero. No me gusta. Prefiero ocuparme de otras cosas, como construir refugios, hacer herramientas, mejorar la forma en que vivimos. Eso es lo que se me da bien. Por eso traje a todos hasta acá, porque quiero que tengamos una vida mejor, más cómoda. Además, soy bueno en lo que hago, ?no?"
Rin negó con la cabeza, dando un paso hacia mí.
"Luciano, no digo que no seas bueno en lo que haces, porque has demostrado que puedes hacer cosas increíbles. La cueva que hiciste, la carreta, la ropa, todo eso es increíble y cómodo. Aun así, no puedes dejar de lado algo tan importante como cazar. ?Qué pasa si no hay frutas para comer? ?Si este lugar no tiene... papayas? La magia no te va a llenar el estómago si no hay nada que comer".
Me mordí el labio, conteniendo una respuesta impulsiva. Quería explicarle que la magia sí podía llenarme el estómago, aunque no literalmente. Yo podría llegar a moldear trampas, atraer animales, incluso seguir usando el agua mágica para hacer crecer árboles e investigar cómo hacer para que den frutos. Pero sabía que no lo entendería. Para él, la magia era algo ajeno, algo que no podía utilizar ni imaginar sus límites. Y aunque le había explicado lo de las partículas mágicas hace un rato, seguía viéndome como un chico que necesitaba aprender las cosas 'normales' para sobrevivir.
"Papá, escuchá. Si quisiera, ahora mismo podría levantar una roca del suelo y matar a cualquier animal... menos a los que estén muy lejos. Pero no lo hago, porque no me siento preparado. Prefiero que vos, que Suminia, que los que saben cazar y no tienen problema con eso, se encarguen. Yo me ocupo de lo demás, de hacer que no tengamos que vivir en malas condiciones para siempre".
Rin frunció el ce?o aún más, y por un segundo pensé que iba a enojarse de verdad. Pero en lugar de eso, soltó una risita seca, sacudiendo la cabeza. Creo que no podía creer lo que estaba oyendo.
"Eres terco, Luciano. Terco como tu madre cuando se le mete algo en la cabeza. ?De verdad piensas que puedes vivir sin cazar, solo porque tienes magia? ?Y si un día no puedes usar tu magia? ?Si te enfermas, o te lastimas, o lo que sea?"
Esa última frase me golpeó más de lo que esperaba. No porque dudara de mi magia, sino porque sabía que tenía algo de razón. Este mundo era impredecible, como la maldición del Rey Demonio, que me había dejado calvo y al hermano de Fausto y su hijo sin la necesidad de comer. ?Y si un día algo o alguien me quitaba la magia? ?Si Sariah, por alguna razón, decidía que ya no podía usarla? La idea me dio un escalofrío. Sin embargo, no iba a dejar que Rin viera esa duda en mí.
"Por ahora tengo a gente fuerte a mi alrededor, como vos. Vos cazás, Suminia caza, Aya es veloz para atrapar peces con las manos. Yo me encargo de lo otro: construir, planear, hacer que vivamos mejor. Cada uno tiene su lugar, y el mío no es clavar una lanza en un animal. Pero te prometo algo: voy a crearte un arma nueva, una cosa que puede ser mucho mejor que una lanza".
Rin me miró fijamente, y por un momento no supe si iba a aceptarlo o seguir insistiendo.
"?Una cosa mejor que una lanza? No sé, suena raro".
"En serio lo digo. Ya la tengo imaginada en mi mente".
"Está bien, Luciano. Si eso es lo que quieres, no voy a obligarte a cazar, porque seguro que todo va a salir mal. Pero no creas que me voy a rendir tan fácil. Cuando menos te lo esperes, voy a convencerte de que agarres una lanza y vengas conmigo. Ya no porque lo necesites, sino porque quiero que estemos juntos en esto, como padre e hijo".
Sonreí, sintiendo una calidez en el pecho que no esperaba.
"Gracias por entender, papá".
A pesar de todo, Rin no estaba enojado. Solo quería lo mejor para mí, a su manera. Y aunque no iba a cazar, no podía negar que la idea de pasar más tiempo con él, como ahora, no sonaba tan mal.
"Eso sí, hablaré con Rundia sobre esta situación".
"Sí, claro. No tengo problema".
"Lo dices tan tranquilo porque sabes que se podrá de tu lado, ?no es así?"
Solté una carcajada leve, volviendo a caminar.
"Tal vez sí... Tal vez no... Solo sé que mi mamá es muy amable".
"Ya veo... Eres un ni?o muy travieso, y a veces pienso que no te importa que te podamos llegar a retar por tus malos comportamientos", contestó, alcanzándome en la caminata.
"?Malos comportamientos? Puede ser, aunque lo hago por el bien de todos".
"?No cazar es por el bien de todos?"
"Ya sabes, no puedo gastar energías en algo así".
"Cuando no tengas comida, te darás cuenta de lo importante que es esto".
"Ya... De todos modos, qué malo fue de tu parte el haberme mandado a cazar luego de un viaje tan cansador".
"?Por qué malo de mi parte? Si tú dijiste primero que había que salir a cazar".
"Claro, claro. Ahora todo es mi culpa, ?no?"
"Que ahora estemos aquí, sí. Solo que no es algo malo, sino algo bueno, aunque no quieras cazar".
?Un poco de humor, hombre!
"Bueno, creo que sería mejor que empezáramos a acercarnos a nuestra presa".
This tale has been unlawfully lifted from Royal Road; report any instances of this story if found elsewhere.
"Sí, pongámonos a caminar más rápido".
"No, porque así lo espantarás".
"?Y entonces?"
"Nada, sigamos normal".
Creo que esta era de las primeras veces que bromeaba verbalmente con Rin.
Seguimos nuestro rumbo al lado de los hermosos árboles, con el pasto alto rozándonos las piernas. Los ciervos estaban relativamente cerca, moviéndose en peque?os grupos.
Rin se detuvo, se?alando a uno que estaba un poco separado de los demás, comiendo pasto tranquilo.
"Ese animal", susurró.
"Voy a intentar con ese. Parece que no nos vio".
"Esperá, papá. Esos bichos son rápidos. Si le tirás la lanza desde acá, no le vas a dar. Vamos a acercarnos un poco más".
"?En serio?"
"Sí, los vi moverse antes. Son rápidos".
"Está bien".
Nos movimos arrastrándonos, usando el pasto como cobertura. El ciervo levantó la cabeza un par de veces, pero no parecía alarmado. Cuando estuvimos a unos veinte metros, yo lo frené y él se puso en posición, levantando la lanza con las dos manos. Su cara estaba concentrada, los ojos fijos en el animal. Yo me quedé un paso atrás, listo para usar mi magia si algo salía mal.
"Acá voy... Aunque estamos lejos", murmuró Rin, y lanzó la lanza con fuerza.
El arma voló recta y veloz. Sin embargo, no llegó por poco a la distancia que queríamos. La punta se deslizó en el suelo, y el ciervo salió disparado, uniéndose al resto del grupo, que ahora corría por el borde del bosque.
"?Maldita sea, son rápidos! Luciano, no sé cómo vamos a atrapar uno de esos".
Rin fue a recoger la lanza y yo me acerqué a él, mirando a los ciervos que se alejaban. Tenían razón en correr; este mundo no era amable con los que se quedaban quietos. Sin embargo, no podíamos volver con las manos vacías. El grupo dependía también de nosotros, y aunque no me gustara cazar, iba a hacer lo que fuera necesario para ayudar a los demás a hacerlo.
"Creo que tengo una idea", dije de repente.
"?Qué se te ocurre? ?No era que no ibas a matar animales?"
"Yo solo voy a ayudarte a cazarlos".
"?Y cómo?"
"Con mi magia, pero debemos acercarnos más".
"Está bien".
Avanzamos por el perímetro del bosque y luego nos arrastramos por el pasto, teniendo a un grupo de ciervos relativamente cerca.
Cerré los ojos, concentrándome para ver si notaba las patas de los animales... Nada, no llegaba a ellos.
"Hay que acercarse más", dije, volviendo a moverme por el suelo.
No llegué a hacer ni tres metros cuando todos los ciervos salieron corriendo hacia el lado contrario al mío.
"Se fueron..." Murmuró Rin.
"Sí..."
"?Y ahora?"
"Volvamos a los árboles. Creo que es hora de probar algo nuevo".
"?Algo nuevo?"
"Sí".
"A ver qué más se te ocurre..."
La frustración de Rin era notable; lo veía en cómo apretaba la lanza, en el ce?o fruncido que no se le iba. Yo tampoco estaba feliz. No quería matar a ninguno, pero tampoco quería decepcionarlo, ni volver al refugio con las manos vacías y que los demás nos preguntaran qué nos pasó.
"Esto no está funcionando, papá", dije, deteniéndome junto a uno de los abedules.
Su tronco era liso, perfecto para lo que tenía en mente.
"Es por eso que necesito que dejes la lanza apoyada contra algún árbol por un momento, ?sí? Voy a probar algo con magia".
Rin me miró con una mezcla de curiosidad y escepticismo, pero obedeció. Apoyó la lanza contra uno de los troncos y él hizo lo mismo con su brazo, observándome.
"?Qué estás tramando ahora, Luciano? ?No me digas que usarás tu magia para hacer aparecer comida de la nada?"
Sonreí, sacudiendo la cabeza.
"No, nada tan fácil. Vamos a hacer algo mejor que una lanza, como te dije antes. Primero, ayudame a recoger unas piedras. Buscá por el suelo, seguro que hay algunas entre el pasto y las hojas rojas".
Rin no discutió. Se agachó y empezó a buscar. Yo me acerqué al árbol y puse las manos sobre el tronco, dejando que mi magia fluyera. Con un pensamiento, arranqué un pedazo de madera, moldeándola en el aire hasta darle la curvatura de un arco. Era simple, con una longitud de menos de un metro. La madera era lisa, fuerte, pero esto era solo la base; necesitaba algo que le diera tensión.
"?Qué es eso?" Preguntó Rin, volviendo con un par de piedras peque?as en las manos.
Sus ojos estaban fijos en el invento que yo sostenía con una mano.
"Esperate, ya te explico", respondí, dejando la madera apoyada contra el árbol.
Toqué el borde de la parte baja de mi remera, cortándola por la totalidad de su circunferencia con un movimiento rápido de mi magia. El pedazo de tela extraído, que tan solo había recortado mínimamente el largo de mi remera, era resistente, mas no elástico. Lo moldeé en un hilo grueso. No era ideal, lo sabía, porque un arco necesitaba una cuerda tensa, y esto parecía más un cordón rígido que algo que pudiera disparar lejos. Aun así, era lo mejor que tenía a mano, y quería probar qué tan cerca estábamos de formar una buena herramienta de caza.
Uní con magia la cuerda a los extremos del arco, asegurándome de que quedara lo más tensa posible. Luego, volví a arrancar más madera del mismo árbol, moldeándola en siete varillas rectas y delgadas. No iban a ser flechas perfectas, porque no tenían plumas ni nada que las estabilizara, pero servirían para un primer intento.
"Ahora dame las piedras, una a una".
"Está bien".
De a poco, terminé las flechas, dejándolas con puntas de piedra bien filosas.
"?Ahora me vas a decir qué es todo esto, Luciano? Parece un palo con un pedazo de ropa. ?Y para qué son esas cosas que parecen lanzas peque?as?"
"Esto es un arco", expliqué, levantando el arma improvisada para que la viera bien.
"Y estas otras son flechas. La idea es simple: ponés la flecha acá, contra el hilo, tirás hacia atrás y soltás. La fuerza del arco lanza la flecha mucho más lejos que una lanza, y con más precisión, si sabés apuntar. No es una idea perfecta, porque el hilo no es muy elástico, pero creo que puede funcionar mejor que tirar una lanza".
Rin tomó una de las flechas, girándola entre los dedos.
"No entendí nada".
"No te preocupes, vas a aprender viéndome".
"?Y con esa cosa voy a poder cazar? Se ve... débil".
"Sí, vas a poder cazar. Yo voy a probarlo para que veas cómo se hace, pero primero tenemos que acercarnos de nuevo. Los ciervos ya nos tienen vistos, así que no va a ser fácil. Vamos despacio, usando el pasto como cobertura", respondí, dejándole cinco flechas más.
No estaba seguro de si esto iba a funcionar. En mi vida anterior, en Argentina, había visto arcos en películas, en juegos... Todo lo que sabía era la teoría, recuerdos borrosos de videos de internet y fotografías. Pero si podía moldear madera y piedra con magia, ?cuánto más difícil podía ser disparar una flecha? Solo era cuestión de intentar.
Nos movimos agachados, avanzando por el pasto alto hacia un grupo de ciervos que andaba en medio de la llanura. El viento soplaba a nuestro favor, llevándose nuestro olor en dirección contraria, pero lo mismo los animales estaban alerta. Nos detuvimos a unos treinta metros, lo más cerca que pudimos sin que salieran corriendo. Más allá, el pasto era más bajo, y no había forma de escondernos.
"Creo que esto es lo más cerca que vamos a poder estar", susurré, posicionándome con una rodilla en la tierra.
"Voy a probar. Vos quedate a mi lado y mirá mis movimientos".
"Está bien. Sin embargo, si no funciona, iré a buscar mi lanza otra vez", respondió, recostándose sobre la tierra.
"Ya veremos qué pasa".
Tomé fuertemente la flecha, la puse en el hilo del arco y tiré hacia atrás, levantando un poco el ángulo para apuntar hacia el cielo.
"Mirá bien, papá. Tenés que apoyar la punta de la flecha sobre la mano con la que sostenés la madera. Así es como vas a poder apuntar al animal".
Mis brazos temblaron ligeramente por el esfuerzo, y cuando solté, la flecha salió disparada... no muy lejos. Cayó antes de la mitad del trayecto, clavándose en el pasto. Los ciervos levantaron la cabeza, sin moverse demasiado.
"Mierda, no llegó tan lejos como esperaba", murmuré, pidiéndole una flecha a Rin.
"Vamos otra vez".
Probé cuatro veces más, ajustando mi postura, intentando tirar el hilo con más fuerza. Pero el resultado fue el mismo: ninguna flecha llegó a más de diez metros. El hilo no tenía la elasticidad necesaria y, encima, las flechas sin plumas volaban medias torcidas, como si estuvieran borrachas. Los ciervos, ahora más nerviosos, empezaron a alejarse.
Creo que hasta la lanza había llegado más lejos que mis flechas... Qué pena.
"Se escaparon otra vez. ?Qué vamos a hacer ahora? ?Volvemos a intentar?"
"Vamos a hacer mejores armas, papá. Esto fue solo un primer intento. Si consigo un material más elástico para el hilo, te prometo que vas a poder cazar un montón de animales. Pero necesitamos tiempo para perfeccionarlo".
"?Tiempo, Luciano? ?Necesitamos la comida hoy! No podemos volver a la cueva sin nada. Rundia, Lucía, todos están esperando que traigamos algo para comer. ?Y si las chicas no encuentran nada? ?Si Aya no trae pescado? No podemos depender de un... palo con un trozo de ropa que no funciona".
Su tono no era agresivo, pero sí cortante. Parecía que cada palabra estuviera cargada de la presión de ser el proveedor, el padre de la familia. Lo entendía. En la isla, él siempre había sido el que más cazaba, el que traía la mayor parte de la carne y las frutas a casa. Y ahora, afrontando cosas que pensó que no iba a tener en contra, sentía que estaba fallando. Aun así, no podía dejar que su impaciencia nos llevara a cometer un error.
"Lo sé, papá, lo sé. Pero no podemos rendirnos con esto. El arco puede cambiarlo todo, puede hacer que cacemos desde más lejos, sin arriesgarnos tanto. Solo necesitamos..."
"?No, Luciano!" Me cortó, dando un paso hacia mí.
"Escúchame. No tenemos tiempo para tus ideas ahora. Vamos a entrar al bosque a buscar frutas, bayas nuevas, lo que sea. Tiene que haber algo comestible ahí. No podemos quedarnos aquí discutiendo sobre tonterías".
Fruncí el ce?o, mirando hacia el bosque de abedules que se alzaba a nuestra izquierda. Esos troncos blancos con rayas negras, las hojas rojas brillando bajo el sol... eran hermosos, sí, pero también un problema. Sabía, por los recuerdos de mi vida anterior, que los abedules no eran árboles frutales. En un bosque como ese, las posibilidades de encontrar bayas o algo comestible eran bajas. Y entrar sin saber qué animales o seres mágicos podían estar escondidos entre los árboles, con solo mi padre y mi magia, no me parecía la mejor idea. No después de lo que pasó con esa cosa en el mar.
"Esperá, papá. No creo que sea buena idea meterse al bosque ahora".
Puse una mano en su hombro, tratando de calmarlo.
"Esos árboles son... lo que llamo abedules. No dan frutas, y las bayas... no sé si hay. No hay que suponer que todo es como en la isla. Además, no sabemos qué hay ahí dentro. Podría haber animales más peligrosos que los ciervos, o algo peor. No podemos ir, al menos no sin pensarlo bien o estando más acompa?ados".
Rin apretó los dientes, claramente no convencido.
"?Y entonces qué, Luciano? ?Nos quedamos aquí, mirando cómo se escapan los animales? ?Esperamos a que alguien más traiga comida? Me estoy impacientando".
Levanté una mano, se?alando hacia donde se extendía la enorme llanura.
"Mirá allá, papá. Creo que no vamos a necesitar entrar al bosque todavía".
Rin giró la cabeza, siguiendo mi dedo. En la lejanía se veían tres figuras moviéndose lentamente hacia el refugio. Eran Suminia, Samira y Mirella. Las gemelas arrastraban algo grande, pesado, que dejaba un rastro en el pasto corto de ese lado. Traían un jabalí.
Rin parpadeó, y la tensión en su cara se desvaneció. Soltó una risita incrédula, rascándose la barba.
"Bueno, qué te parece... Esas chicas no pierden el tiempo. Supongo que tendremos una buena cantidad de comida por el momento, aunque me molesta que se nos hayan escapado los animales a nosotros".
"Vamos, ayudémoslas a llevar eso. Y de paso, podemos empezar a pensar en cómo mejorar el arco para la próxima".
"Primero iré a buscar mi lanza".
"Sí, claro... Yo a recoger las flechas".
Caminamos hasta encontrarnos cuando las chicas ya estaban cerca de la trampilla, jadeando por el esfuerzo. Suminia tenía el pelo pegado a la frente por el sudor, y Samira parecía a punto de desplomarse, pero las dos sonreían como si hubieran ganado una guerra. Mirella, flotando sobre ellas, me vio y vino volando a toda velocidad, estrellándose contra mi pecho con un abrazo que casi me tira para atrás.
"?Hola, Luciano! ?Lo hicimos! ?Cazamos un animal gigante! ?Yo lo vi caminar rápido por detrás de un árbol! Les dije a las chicas y Suminia intentó clavarle la lanza, ?pero el animal quiso atacarla! ?Y justo en ese momento, yo usé mi magia para matarlo! ?Soy la mejor, ?verdad?!"
Solté una carcajada, poniéndole una mano en la espalda para que no se cayera.
"Sí, Mirella, sos la mejor", respondí, mirando el agujero en la cabeza que atravesaba al animal.
"Estuvieron muy bien las tres, las felicito".
"No es nada. Mirella hizo todo", contestó Suminia.
"?Y Aya?" Pregunté.
"Parece que ya terminó. ?Vamos adentro?"
Cuando estaba a punto de responderle, vi algo moverse de reojo... ?Era Pyra sentada frente al mar?
"?Esa es Pyra?"
"Parece que sí. Qué tonta. ?Qué hace ahí?"
"Mirella, ?por qué no vas ayudando a buscar ramas para encender una fogata?"
"Quieres que haga eso para irte con Pyra, ?no? ?Qué malo!" Gritó y se fue volando hacia el bosque.
Me rasqué la frente, pensativo.
Rin y las gemelas se pusieron a hablar sobre el jabalí y yo dejé el arco y las flechas en el suelo.
"Ya vengo, voy a hablar con Pyra".
"Está bien, Luciano. Te esperaremos dentro de la cueva para que nos ayudes a quitarle la piel", respondió Rin.
Me detuve a unos pasos de la pelirroja, frunciendo el ce?o. ?Qué estaba haciendo tan cerca del agua? Yo mismo había visto que el agua normal le dejaba marcas en la piel, que la irritaba, que no la soportaba.
"Pyra, ?qué hacés sentada en la arena? El agua te hace mal, ?no? ?O ya se te olvidó?"
Ella giró la cabeza de golpe, fulminándome con esos ojos rojos que parecían echar chispas. Sus mejillas estaban un poco coloradas, probablemente por el sol o por el enojo que siempre llevaba encima.
"?No estoy aquí porque quiero, idiota!" Soltó, levantándose de un salto y sacudiéndose la arena del short con movimientos bruscos.
"?Tu madre me mandó a buscar esas tontas cosas brillantes para su Adán! ?Como si yo tuviera tiempo para andar buscando esas estupideces! Qué molestia..."
No pude evitar reírme, aunque intenté disimularlo tapándome la boca con una mano. La imagen de Pyra, la gran guardiana de la isla, la reina del ego y las llamas, agachada en la arena buscando conchas y cositas brillantes para los altares de Rundia, era demasiado.
Me agaché a su lado, todavía con una sonrisa en la cara, y empecé a revolver la arena con los dedos, ayudándola.
"Bueno, no te enojes tanto. Vamos, te ayudo. Entre los dos terminamos más rápido y después podés volver a ser la gran Pyra que no se rebaja a hacer estas cosas".
Ella resopló, cruzándose de brazos, pero no se movió. Sus dedos estaban rojos, probablemente por el contacto con la arena húmeda... A pesar de que le molestaba hacer esto, no se negó a ayudar a Rundia.
"No necesito tu ayuda, humano. Solo quiero terminar con esta estupidez y que tu madre deje de molestarme con sus cosas raras. ?Quién es Adán, de todos modos? ?No entiendo por qué todos ustedes creen en él!"
Intenté ignorarla, enfocándome en la arena, encontrando lo que ella necesitaba.
"En serio, ?por qué todos los humanos hablan tanto de ese Adán? Es ridículo que hagan eso. Explícamelo, porque no lo entiendo".
"Pyra, eso es... complicado. Es como una creencia, ?sí? No es que Adán haga algo en particular, es solo... no sé, una forma de sentirse que hay alguien que juzga entre el bien y el mal".
Ella entrecerró los ojos, ladeando la cabeza. Sus cuernos brillaron un poco bajo el sol, y la vi apretar los pu?os, como si mi respuesta la hubiera ofendido más.
"?Una creencia? ?Eso es todo? ?Qué estúpido! ?Por eso los humanos son tan raros! ?Siempre inventándose cosas para no aceptar que no saben nada!"
"Bueno, no todos somos así", murmuré, gateando un poco sobre la arena para recoger más cosas entre mis manos.
Ya tenía un pu?ado decente, suficiente para que Rundia comenzara a armar el altar.
"Sí, todos son iguales. Tu madre con sus bendiciones raras, Rin que no dice nada pero siempre asiente cuando ella habla de eso, hasta las gemelas murmuran cosas sobre él cuando creen que nadie las escucha. ?Por qué al menos no creen en algo que tenga sentido?"
Su comentario me había picado la curiosidad. Pyra siempre hablaba desde el desprecio, pero nunca había dicho en qué creía ella. La miré, entrecerrando los ojos, y decidí devolverle la pelota.
"Bueno, Pyra, ya que estás tan enojada con el dios Adán, decime una cosa. ?En quién creés vos, entonces? Porque hablás mucho de lo que los humanos hacemos mal, pero nunca decís nada sobre vos. ?Qué es lo que tiene tanto sentido para la gran Pyra?"
Ella se quedó helada. Sus ojos se abrieron de golpe, y por un segundo, juro que vi un destello de pánico en su cara. Enseguida se recompuso, enderezándose y cruzándose otra vez de brazos con una mueca de desprecio.
"?No te voy a decir eso a ti, humano! ?No es asunto tuyo!"
"?En serio?"
"Yo no tengo que explicarte nada, mucho menos lo que pienso o en quién creo".
Me encogí de hombros, levantándome del suelo. No iba a insistir. Pyra era un hueso duro de roer, y si se ponía en ese plan, no iba a sacar nada útil de ella.
"Te espero en nuestro hogar provisional. Tengo cosas que hacer".
Cuando comencé a alejarme, escuché una última frase de su parte.
"Creo en Sariah, obviamente".
?Qué nombre... dijo?