Mis manos se congelaron en el aire, y todas las cosas que había recogido se escurrieron entre mis dedos, cayendo en la división entre la tierra y la arena. Mi cuerpo entero se quedó petrificado, como si el tiempo mismo hubiera decidido darme una patada en el pecho y dejarme sin aire. Sudor frío me bajó por la nuca, y un escalofrío me recorrió la espalda, haciendo que mis piernas temblaran. Lentamente, giré mi cuerpo hacia Pyra, pero todo a mi alrededor parecía... extra?o, alargado. A mis ojos, el mundo se veía estirado, con ella parada a kilómetros de distancia, aunque sabía que estaba a solo un par de metros.
?Sariah? ?Acababa de decir Sariah? ?Por qué? ?Cómo? ?Cuándo conoció ese nombre? Mi mente se convirtió en un torbellino, un caos de pensamientos que chocaban entre sí, cada uno más aterrador que el anterior. No podía ser. No había forma. Nadie, nadie en este mundo, salvo Lucía y yo, sabía de Sariah... si no contamos al Rey Demonio, claro, porque ya no era parte de nosotros.
Ella era mi diosa, nuestra diosa, la que me había traído a este lugar, la que me había dado un propósito enorme, la que me observaba desde su casa extra?a. La adoraba, le rezaba todas las noches, sentía su presencia en cada rincón de mi alma, pero nunca, nunca había oído su nombre en la boca de alguien de mi entorno. Ni Mirella, ni Aya, ni Forn, ni ningún humano había mencionado jamás a Sariah. Y ahora... ?Pyra? ?Pyra, de entre todas las personas, la mujer con cuernos morados, el ego del tama?o de una casa y una lengua más afilada que la de cualquier serpiente? ?Ella creía en Sariah?
Esto debía de ser una broma.
Mis manos temblaban, y el sudor me picaba en la frente... No podía moverme. Mi corazón latía tan fuerte que lo sentía en la garganta, queriéndoseme escapar del pecho. ?Quién era Pyra? ?Qué era Pyra, exactamente? Siempre había pensado que era un ser mágico normal, como Aya o Mirella, con su magia de fuego y su actitud insoportable. Pero ahora... ahora todo en ella me gritaba que había algo más que no había querido aceptar, algo que ya había intuido, algo que había estado frente a mis narices todo este tiempo y que había sido demasiado estúpido para pensar que era una simple ocurrencia. Su cabello rojo, largo, idéntico al de Sariah. Sus ojos rojos, penetrantes, como los de la diosa que me había dado esta segunda vida. Su piel blanca, su altura, su presencia... Mierda, ?en serio todo tenía que ser tan similar? Si le ponía un vestido rojo y largo, Pyra sería una copia casi perfecta de Sariah, salvo por esos cuernos morados que crecían desde sus sienes y apuntaban a sus ojos. ?Era Pyra... una creación de Sariah? ?Un reflejo de ella, moldeado a su imagen y semejanza, pero con un toque distinto, jugando con su propia forma? Esa teoría tenía demasiados fundamentos lógicos como para convertirse en una verdad irrefutable.
?Y si...? ?Y si Pyra no era solo una criatura mágica? ?Y si era... humana? ?Otra reencarnada, como Lucía y yo? El tan solo pensar eso me hizo sentir como si el suelo bajo mis pies se desmoronara. No, no, no, eso no podía ser. Lucía y yo éramos los primeros, ?verdad? Sariah nos había elegido, nos había traído a este mundo, nos había dado la posibilidad de mantener los recuerdos de nuestra vida pasada. Pero... ?y si había más? ?Y si Pyra era la otra persona que había decidido no conservar sus recuerdos, como lo dijo la diosa al momento de pedirme que aceptara?
También está lo de su casi milenio de a?os... Mierda, ?cómo podía alguien vivir tanto tiempo sabiendo quién es el verdadero dios de este mundo? ?Acaso nunca se lo dijo a alguien, como lo había hecho ahora?
El miedo me apretó el pecho. Era un miedo puro, visceral, como nunca había sentido en este mundo. Era un temor extra?o, uno que ni siquiera había sentido cuando enfrenté al Rey Demonio, ni cuando vi a Lucía colgada de esa enredadera. Nunca había sentido algo así. Esto era diferente. Era el terror de no saber, de estar frente a alguien que podía ser mucho más de lo que parecía, alguien que podía estar conectada a la parte más importante de este mundo de una manera que yo no entendía. ?Qué ocultaba Pyra en esa mente suya? ?Qué sabía? ?Por qué había dicho Sariah con tanta naturalidad, como si fuera obvio, como si no fuera un secreto que solo Lucía y yo cargábamos? Mierda, mierda, mierda. Quería preguntárselo, quería agarrarla de los hombros y gritarle que me dijera quién era, qué sabía, por qué conocía ese nombre. Sin embargo, no podía. Si lo hacía, si dejaba que mi miedo hablara, podía arruinarlo todo. Si esta mujer no era una reencarnada, si solo era una criatura mágica que por alguna razón conocía a Sariah, mi reacción podía delatarme. Podía exponer que yo también sabía quién era la diosa, y eso... eso podía cambiarlo todo. No podía arriesgarme. No ahora, no cuando acabábamos de llegar a este lugar nuevo, no cuando todo estaba yendo por buen rumbo.
Ella finalmente se acercó, caminando con ese aire de superioridad que siempre llevaba, con sus pasos dejando peque?as marcas en la arena y los costados de su top ondeando por el viento fuerte que se había levantado de repente.
Me miró con una ceja levantada. Creo que mi reacción la había confundido.
"No sé por qué dije eso, humano. No es como si entendieras algo de lo que significa. Eres demasiado estúpido para esas cosas", dijo, encogiéndose de hombros, y pasó a mi lado, rozándome el brazo con el suyo.
El contacto me hizo reaccionar. Sin pensarlo, mi mano salió disparada hacia su cara y le tapé la boca; mis dedos presionaron contra sus labios con más fuerza de la que pretendía. Mi respiración era un desastre, entrecortada.
"Nunca... n-nunca más digas ese nombre, Pyra... ?me escuchaste? Rundia y los demás... se van a enojar con vos s-si lo hacés. Lo tomarían como una falta de respeto, dirían q-que estás mintiendo sobre su dios, sobre Adán. Nunca más lo digas, en serio".
Mis palabras eran solo una excusa, una cortina de humo para esconder lo que yo era por dentro. No podía decirle la verdad, no podía dejar que supiera que yo también conocía a Sariah, que ella era la razón por la que estaba en este mundo. Si esta mujer sospechaba, si empezaba a hacer preguntas, todo lo que había construido podía derrumbarse. Tenía que proteger ese secreto a cualquier costo.
Pyra se quedó inmóvil, con sus ojos rojos abiertos de par en par, mirándome como si me hubiera vuelto loco. Intentó hablar, pero mis dedos seguían apretando su boca, y solo salió un murmullo ahogado. Lentamente, levanté la mano, liberándola, pero no retrocedí. Me quedé ahí, frente a ella, con el corazón latiendo tan fuerte que pensé que ella también lo iba a escuchar. El miedo seguía ahí, quemándome las entra?as, y lo enterré lo mejor que pude, forzando una expresión dura, haciendo de cuenta que solo estaba molesto por su comentario.
Ella se limpió la boca con el dorso de la mano, todavía mirándome con una mezcla de confusión y rabia.
"?Qué te pasa, idiota? No me toques así. Solo dije algo, no es para que te pongas como loco. ?Qué te importa lo que yo crea o no crea? Y no me digas qué puedo decir, no eres nadie para darme órdenes".
Tragué saliva, intentando calmarme.
"Es por el grupo, Pyra... No queremos problemas, ?sí? Rundia se toma lo de Adán muy en serio, y-y si te escucha diciendo cosas raras, se va a armar un quilombo. Solo... no lo hagas, ?está bien?"
Era una mentira tan obvia que me sorprendí de que no me lo echara en cara. Pyra solo resopló, dándome la espalda y empezando a caminar hacia el refugio.
"Como quieras, humano. No tengo tiempo para tus tonterías".
La vi alejarse, con su pelo rojo volando hacia atrás, y me quedé clavado en el suelo, con las manos temblando y el sudor pegándome la remera al cuerpo. Mi mente seguía dando vueltas, atrapada en un bucle de preguntas sin respuesta. ?Por qué había dicho Sariah? ?Qué sabía? ?Era una reencarnada? ?Una creación de la diosa? ?O solo una criatura mágica que, por alguna razón, había oído su nombre en sus novecientos noventa y dos a?os de vida? Mierda, no lo sabía, y eso era lo que más miedo me daba. No saber. No tener control de la situación. Sentirme como un estúpido que no puede ver algo que para otro sería obvio. Para colmo, justo tenía que ser esta ególatra de mierda, que ahora no sabía si tomarla como una aliada, enemiga o algo mucho peor en el futuro.
Carajo... No puedo creer que alguien me haya dicho ese nombre en la cara. Tal vez Sariah alguna vez bajó acá, al mundo de los mortales, y esta otra la vio o algo así. No se me ocurre otra idea, porque la diosa me dijo que a Mirella la creó con total libre albedrío, lo que significaría que no se entromete en la mente de sus creaciones...
No tengo respuestas, claramente. Lo único que tengo es incertidumbre.
Respiré hondo, obligándome a moverme. Recogí las cosas que se me habían caído al suelo, apretándolas con fuerza para que mis manos dejaran de temblar. No podía quedarme ahí, no podía dejar que el grupo notara que algo andaba mal. Tenía que actuar normal, seguir adelante. Y si hay que fingir, se finge.
"?Ya volví con las tontas ramas que me pediste!"
"??Ahhhh!!"
El susto que me hizo pegar Mirella hizo que se me volvieran a caer todas las cosas de las manos.
"?Ahhhh!" El grito de Mirella salió al mismo tiempo que el mío, un chillido agudo que me hizo dar un salto hacia atrás.
Las ramitas que llevaba en sus bracitos cayeron al suelo, desperdigándose en el suelo. Sus alas amarillas zumbaron como locas, y por un segundo me pareció que iba a salir volando de puro pánico.
De pronto, se llevó las manitas al pecho, con los ojos verdes abiertos de par en par, mirándome con una expresión que me decía que yo era el culpable de todo.
"?Luciano, no grites así! ?Me asustaste, tonto!" Exclamó, aunque ya estaba empezando a reírse.
?Acaso el susto había sido divertido para ella?
"Perdón, perdón. Es que me sorprendiste, Mirella. Apareciste de la nada gritando lo de las ramas y yo... bueno, estaba distraído. No fue mi intención asustarte".
Desde lo lejos pude ver la cabeza de Rin asomada desde dentro del refugio. Luego cerró la trampilla al ver que todo estaba bien.
Ella bajó despacito, aterrizando en la tierra con un saltito, y empezó a recoger las ramitas una por una.
"Ay, qué torpe soy... Todo por tu culpa, ?eh? ?Mira el desastre que hice!"
Me agaché después de ella, todavía con el corazón latiéndome a mil por hora.
"A mí me parece que vos también tuviste la culpa, ?eh! Pero bueno... me sorprendiste, nada más. No esperaba que aparecieras gritando así de la nada".
Ella levantó una ramita y me la apuntó a la cabeza, con una ceja levantada y una sonrisa pícara.
"?Ja! ?Eso te sucede por no estar atento, Luciano! ?Siempre tienes que estar listo para la gran Mirella!"
"?La gran Mirella?"
"?Sí!"
"Lo tendré en cuenta".
"Aunque… Bueno, te perdono porque eres tú. Eso sí, no vuelvas a asustarme, ?eh? Que mis alitas no resisten tantos sustos".
Sonreí a medias, porque mi mente seguía en otro lado.
Mientras recogíamos nuestras cosas, la miraba de reojo. Mirella, con su pelo rubio corto deslumbrante bajo el sol, sus alas zumbando cada tanto y esa forma de moverse como si el mundo fuera un juego gigante. Ella era... diferente a Pyra. Más pura, más directa. Nunca había sentido que ocultara nada importante. Pero ahora, después de lo que la otra había dicho, no podía evitar preguntarme... ?Y si Mirella también sabía algo? ?Y si, de alguna forma, también conocía a su creadora? No quería dudar de ella; Mirella era mi compa?era, mi amiga, la que siempre estaba a mi lado, la que me defendía sin importar qué. Sin embargo, el miedo que Pyra había despertado en mí era como una semilla venenosa, creciendo rápido y enredándose en mis pensamientos.
Controlé mi respiración una vez más, tratando de calmarme. No podía preguntarle directamente sobre Sariah. No podía arriesgarme a que, si no sabía nada, empezara a sospechar algo por mi reacción. Pero... tal vez podía acercarme al tema de otra forma. Tal vez podía preguntarle algo más general, algo que no levantara sospechas.
Mis manos seguían recogiendo las cosas del suelo y cada tanto mirándola de reojo.
"Mirella... ?vos... alguna vez pensaste en si existe un dios? O sea... no sé, algo más grande que nosotros, que esté... no sé, cuidándonos o algo así. Como Adán".
Ella se detuvo en seco, con una ramita a medio camino entre el suelo y sus manos. Sus ojos verdes se clavaron en mí; parecía que la pregunta la hubiera agarrado completamente desprevenida. Luego, ladeó la cabeza, frunciendo el ce?o levemente.
"?Un dios?" Repitió de una forma que parecía que la palabra era nueva para ella.
Se rascó la mejilla con un dedito de la misma mano que sostenía la rama, mirando al cielo como si ahí estuviera escrita la respuesta.
This story is posted elsewhere by the author. Help them out by reading the authentic version.
"Hmmm... La verdad, nunca lo pensé. Quiero decir, ?para qué pensar en algo así? Yo solo pienso en ti, Luciano. Tú eres el que me cuida, el que hace todo increíble, el que me sacó de esa piedra tonta y me dio un montón de cosas bonitas. ?Para qué quiero un dios si ya te tengo a ti? Eres como mi dios personal".
No sé por qué, pero se puso a reír de manera entrecortada, mirándome con los ojos entrecerrados, lo que hizo que la situación se transformara un tanto... extra?a, más de lo que ya era.
No era eso lo que quería escuchar de su parte, aunque por dentro sentía una extra?a sensación de alivio y culpa. Alivio porque, por lo que decía, Mirella no parecía saber nada de Sariah ni de ningún dios. Culpa porque, aunque ella no lo supiera, yo sí creía en Sariah y la había visto en persona. Una parte de mí sentía que estaba traicionando esa devoción al no contarle la verdad a esta hadita tan buena. Pero no podía, y creo que nunca lo haría.
"Tu dios personal, ?eh?" Respondí, dándole un golpecito suave en la cabeza con un dedo.
"Eso suena a mucha responsabilidad para mí. No sé si estoy listo para ser un dios, Mirella".
"?Claro que estás listo! ?Eres el mejor, Luciano!"
"?Ah, sí? Bueno, mejor creo que deberíamos ir volviendo con los demás. Vamos".
"Está bien".
Mientras caminaba, no podía sacarme las palabras de Pyra de la cabeza. Su cara, su expresión, su voz diciendo... No hace falta que lo repita.
Todo en ella ahora me parecía una advertencia, un recordatorio de que este mundo estaba lleno de secretos, y que yo, a pesar de todo lo que había hecho y aprendido, seguía siendo un ignorante.
"Por cierto, Mirella. Dentro de poco me gustaría que volaras alto y exploraras todo este lugar verde. Quiero ver si encontrás a más gente y si hay otro tipo de animales por la zona. ?Te parece bien? Podría ser ma?ana, o lo más pronto posible, porque quiero saber si hay un lugar mejor que este para hacernos la casa, para así empezar a hacer varias de las cosas que tengo en mente. Por favor".
"?Debo explorar sola? ?Por qué no irás conmigo?"
"Porque este lugar parece ser muy grande. Y la única que puede volar sos vos".
"Mmm... No sé si aceptaré".
"?En serio? Yo pensé que querías buscar más agua mágica y así poder beberla para crecer hasta mi altura".
"Ah, el agua mágica... ?Sí, sí quiero más!"
"Bueno, yo te avisaré cuando empieces a explorar".
"Si es que no prefieres hablar con Pyra primero, claro..."
"Perdón, pero no quiero hablar de ella ahora".
Sin responder nada, se adelantó a gran velocidad, tirando las ramas en el suelo con cierta bruteza.
Después de entregarle las cosas de la costa a Rundia, junto con una hoja grande que Mirella trajo de uno de los árboles de troncos gordos que están dispersos por la llanura, me puse a cortar parte del pasto de alrededor de la trampilla con mi magia, formando una bolsa hecha de las hierbas para que no quedara nada en el suelo. Solo así íbamos a poder encender una fogata sin provocar un incendio.
Luego me puse a quitarle la piel al jabalí, pensando en lo que le dije a Rin antes.
No sé por qué puedo estar tan tranquilo usando mi magia para desmenuzar un animal y preparar los trozos de carne para comer, siendo que no me atrevo a matarlo... ?Será algo psicológico?
Creo que voy a guardar los órganos en la bolsa que acabo de hacer. Tal vez podría preparar una trampa y así atrapar a algún animal salvaje que sea carnívoro. Me gustaría saber si hay otro tipo de animal que se oculta en estas tierras.
Ah, y también debería guardarme estos dientes. Son bastante grandes, y si junto varios, tal vez pueda hacer...
"?Quitar piedra! ?Quitar piedra! ?Quitar piedra!"
…un pico para los gnomos, que en este preciso momento no paran de ir y venir trayendo la piedra sobrante de la zona que están rompiendo para hacer sus pasadizos subterráneos.
Ya había pensado en algo así en el pasado, cuando se me cayó mi primer diente. Pero ahora, con un animal relativamente grande, cuento con más dientes para poder hacer algo decente.
"Hermano mayor".
"?Sí, dormilona? ?Qué hacés acá a mi lado?"
"Nada, solo estaba viendo el paisaje... Nos sacamos la lotería con este lugar, ?no?"
"Sí, la verdad es que estar comiendo todo el tiempo frutas y pescado me estaba cansando un poquito".
"No, no lo digo por eso, lo digo por los abedules".
"?Qué tienen de bueno los abedules? ?Te gustan? Yo no logro entender por qué tienen hojas rojas".
"No es por eso. Es por la comida".
"?Por la comida?" Pregunté, dejando los dientes en el suelo.
"No entendí. Explicate mejor".
Ella miró hacia la costa, asegurándose de que los demás todavía se estuvieran ba?ando.
"Podemos obtener alimento a partir de la corteza interior. Harina y savia, para ser exactos".
"??Qué?! ??Harina y savia!? ??De los abedules?!" Exclamé, levantándome tan rápido que casi tiro la bolsa que había creado.
"?Cómo mierda vamos a hacer eso? ?De dónde sacaste eso? ?Contame todo, ahora!"
"?Primero podrías bajar la voz?"
"Ah, sí... Pero contame todo".
"No te olvides, Lucianito, que yo fui profesora", dijo, con un tono que parecía ser mitad burla, mitad orgullo.
"Si bien yo estudié otra cosa que no era nada que ver con la ciencia, estas tonterías siempre se aprenden al leer y estudiar diferentes libros. Y, además, vos ya sabés que yo me llevaba muy bien con las demás profesoras; siempre hablábamos de cosas de nuestras materias que dábamos".
"Bueno, sí, pero contame lo importante".
"Bueno, resulta que los abedules, esos árboles blancos que tanto le gustan a la gente, tienen una corteza interior que se puede secar y moler para hacer harina. Y la savia, si la extraés bien durante la primavera, es dulce, como un jarabe. Podemos usarla para comer o para hacer cosas ricas".
"?Cosas ricas?" Repetí, casi babeando de solo imaginarlo.
Mi mente ya estaba volando en cosas imposibles: pan, tortas...
"Eso es increíble. La verdad es que sos una genia. Solo que… A ver, explicame cómo lo hacemos. ?Qué hay que hacer primero con la corteza? ?Y la savia cómo se saca? Necesito detalles para usar mi magia".
Lucía se calló un momento cuando los gnomos subieron trayendo piedra, tirándola cerca de la entrada.
"Es simple, pero lleva trabajo. Para la harina, hay que cortar la corteza exterior del abedul hasta llegar a la capa interior. Esa la raspás con algo afilado, como un cuchillo, o directamente la sacás con magia. La dejás secar al sol hasta que esté bien seca, y después la molés hasta que quede como polvo. Eso es la harina. Para la savia, hacés un corte peque?o en el tronco, no muy profundo, y ponés algo para recoger el líquido que sale, como un balde o un vaso".
"Ah, lo de la savia me suena, aunque no entendí una cosa... Si queremos sacar la corteza interna, ?no saldría savia también al mismo tiempo?"
"Puede ser... Bueno, supongo que tenemos que fijarnos antes si sale savia o no".
"Yo antes saqué madera para hacer las flechas y no salió nada líquido".
"Ah, perfecto entonces. Deberíamos probar primero con la harina y la savia cuando... Eh... No sé, tampoco es como si supiéramos si acá hay estaciones o algo similar. Siempre hemos estado bajo un clima caluroso".
"Sí. Supongo que será prueba y error".
"Sí".
La emoción me hacía querer salir corriendo al bosque ahora mismo, pero me contuve, porque había algo más que necesitaba sacar de mi pecho. Algo que me estaba quemando por dentro desde que cierta mujer de cabello rojo abrió la boca en la playa.
"Mami, sos increíble", dije, todavía con una sonrisa, pero mi voz se puso más seria.
Me acerqué a ella, bajando la voz para que nadie más en el refugio pudiera escuchar.
"Pero hay algo que tengo que contarte. Es... sobre Pyra. Y sobre Sariah".
Su cara cambió en un instante. La sonrisa desapareció, y sus ojos se clavaron en los míos, intensos. Se acercó más, casi rozándome la piel.
"?Qué pasó? ?Qué pasó con Pyra?"
Tragué saliva, sintiendo otra vez ese sudor frío en la nuca. Miré alrededor, asegurándome de que nadie pudiera escucharnos.
"Estábamos en la playa, buscando cosas para el altar de mamá", empecé, manteniendo la voz en un susurro.
"Y Pyra estaba refunfu?ando, como siempre, diciendo que no entendía por qué los humanos creemos en Adán. Le pregunté en qué creía ella, porque, bueno, nunca habla de esas cosas, y... mierda, mami, dijo que cree en Sariah. Así, de la nada. Dijo ‘Creo en Sariah, obviamente’, como si fuera lo más normal del mundo. Ahora estoy recagado, porque no sé qué más sabe o qué tanto puede decirles a los demás".
Lucía se quedó pensativa hasta que sus manos se apretaron en pu?os.
"?Sariah? ?Dijo ese nombre? Porque si es verdad... lo demás podrían reaccionar mal si la escuchan decir que su dios Adán es falso".
"?Claro que estoy seguro!" Respondí, un poco más alto de lo que quería, y bajé la voz otra vez, nervioso.
"No estoy loco, mami. Lo dijo clarito como el agua. Y cuando lo escuché, yo... no sé, me quedé en blanco. Sentí un miedo que no puedo explicar. Intenté disimular, le dije que no dijera ese nombre porque Rundia se iba a enojar, que era una falta de respeto y qué sé yo, pero era una mentira. Estaba muy asustado. No sé qué hacer con esto... Supongo que solo nos queda esperar a que la colorada esta no diga nada. Mientras tanto, nosotros nos hacemos los tontos".
"Eso es justo lo que estaba pensando. No nos queda otra que esperar y, si lo menciona, nos mantenemos al margen".
"Sí... Mierda, ahí vienen los gnomos de nuevo. Dejemos el tema acá por ahora. Voy a seguir con el tema de la carne y los dos pescados que trajo Aya; después me ba?o y creo que también voy a hacer una olla y una rejilla para apoyarla, todo con la piedra esta que están trayendo".
"Sí, dale. Yo también me voy a ba?ar. Y apurate con el tema de los inventos, ?eh! Que escuché que te fue para el orto con el arco".
"Na, no podés decirme eso. Qué malvada que sos".
Con una amplia sonrisa, se fue corriendo hacia la costa... Qué boca sucia que es.
***
Un nuevo amanecer comienza en este continente lleno de misterios.
Al momento de desayunar, Rundia me pasó un pedazo de pescado cocido de ayer y un trozo de carne de jabalí. El pescado estaba un poco seco, pero el sabor seguía siendo bueno. La carne de jabalí, hervida porque decidimos que esperar a conseguir sal para darle sabor al asarla era demasiado tedioso, estaba más suave, aunque le faltaba ese toque ahumado que me gustaba. Igual, no me quejé. Era comida, y en este lugar, cada bocado era una victoria.
Salí del refugio con Mirella flotando a mi lado, dejando que la luz del sol me golpeara la cara. El aire fresco de la ma?ana era un alivio después del encierro del refugio, y la llanura se extendía frente a nosotros, con el pasto lejano y alto meciéndose bajo la brisa. Todo parecía tranquilo, aunque yo tenía algo pendiente de anoche: una trampa que preparé para atrapar nuevos animales.
La había montado a unos metros, en una zona entre el refugio y el bosque. No era nada sofisticado, claro, pero confié en que mi magia y un poco de ingenio terminaran haciendo un buen trabajo.
La trampa era una especie de cajón grande, como esos que se usan en las verdulerías, hecho con la madera de algunos de los baldes vacíos que habían sobrado. La cosa esa estaba sostenida por un mecanismo sencillo: un palo delgado, también moldeado con magia, que hacía de soporte y estaba conectado a una cuerda hecha de hojas, atada a un cebo en el centro. El cebo era un montón de sobras que no cocinamos del jabalí: pedazos de grasa, órganos y el esqueleto para que pareciera un cuerpo entero. Lo había dispuesto todo con cuidado, asegurándome de que el aroma se expandiera lo suficiente como para atraer a cualquier curioso. Si algo tiraba del cebo, el palo se soltaría y la caja caería, atrapando al animal.
Por supuesto, esto se los ense?é ayer a todos los humanos de nuestro grupo, para que les sirviera la idea de las trampas.
"?Qué pasa, Luciano? ?Por qué esa cara de serio?"
Se?alé la trampa con la cabeza.
"Algo cayó en la trampa. Vamos a ver qué es, pero despacito, ?sí? No sabemos si es peligroso".
"Entendido. Voy a ser súper silenciosa".
Se puso una mano en la boca, como si estuviera conteniendo un grito, y flotó detrás de mí mientras me acercaba a la caja, que yacía en el suelo.
Me asomé por las separaciones que tenían las maderas entre sí para ver qué había dentro, y lo que vi parecía ser un cachorro, no más grande que un... gato, con piel grisácea, sucia y un hocico corto cubierto de sangre. Sus ojos, amarillos y brillantes, me miraban fijamente, con una mezcla de miedo y desafío, porque noté que tenía el hocico un poco abierto, gru?endo débilmente. Sus orejas, puntiagudas, estaban echadas hacia atrás, y sus dientes, aunque peque?os, eran afilados. La sangre en su boca venía del cebo; podía ver los restos de grasa y hueso desparramados a su alrededor. El cachorro estaba acurrucado en un rincón de la caja, con las patas delanteras flexionadas, como si estuviera listo para saltar, aunque claramente no tenía la posibilidad de hacerlo.
"?Qué animal será este amiguito?" Murmuré, más para mí mismo que para Mirella.
El cachorrito era... extra?o. Me recordaba a un perro y un zorro por la forma del hocico y las orejas, pero su cuerpo era relativamente robusto, con patas más cortas y una cola menos esponjosa. ?Un coyote, tal vez? No estaba seguro. En mi vida anterior nunca había visto un coyote en persona, solo en fotos o videos. Pero algo en su postura, en esos ojos que no parpadeaban, me hacía pensar que podía serlo.
"Luciano, ese es un bebé animal", dijo Mirella, asomándose por encima de mi hombro.
"Sí, es un cachorro, aunque no quiero que te enga?e su apariencia; puede ser peligroso igual".
"?Entonces qué hacemos?"
"Voy a buscar a alguien para que lo vea. Vos quedate vigilándolo".
"Está bien", respondió, bajando al suelo.
Corrí hacia el refugio, abriendo la trampilla de un tirón. El olor a humedad y carne cocida me golpeó la nariz, pero no me detuve. Rundia y Rin estaban organizando las semillas que habían quedado de las sobras viejas de las frutas, mientras Suminia y Samira charlaban en una esquina. Forn y los gnomos no estaban, probablemente ocupados con sus túneles. Lucía estaba sentada en el suelo, hurgando en una de las mochilas.
"Hermana menor, ?vení rápido! ?Atrapamos algo en la trampa y estaría bueno que lo veas para... aprender!"
"?Atrapaste algo? ?Qué es?"
"Es un cachorro, pero no estoy seguro. Tiene la boca llena de sangre por haber estado comiendo. Vení rápido".
Lucía no perdió un segundo. Corrió detrás de mí, esquivando a Rundia, que intentó preguntarnos qué pasaba. Subimos las escaleras y llegamos al frente de la trampa, donde Mirella estaba parada, murmurando algo mientras miraba al animal.
"?Lucía, mira qué lindo es!" Exclamó Mirella, se?alando el cajón.
"A ver..."
Lucía se arrodilló, echando un vistazo dentro.
El cachorro gru?ó de nuevo y hasta ladró aguda y repetidamente, pero ella no se inmutó.
"Es un coyote", dijo, sin dudar.
"Un cachorro de coyote que ya empezó a alimentarse con carne. Los coyotes son como zorros, pero más grandes, y suelen cazar solos cuando crecen. Este debe de haberse separado de su madre, o tal vez la perdió. Por eso cayó en tu trampa; estaba hambriento y ahora está protegiendo lo que le queda de carne".
"?Ohh...! Lucía sabe mucho", murmuró Mirella, mirándome a mí.
"?Y qué hacemos con él? ?Sirve como alimento? ?O lo soltamos?"
"?No lo suelten!" Intervino Mirella, con un puchero en el rostro.
"?Es un bebé! ?No podemos dejarlo solo! ?Miren qué ojitos amarillos tiene! Además, ahora tiene su propia casita".
"Eso no es una casita..." Musité, viendo que detrás nuestro venían Rin y Rundia.
"Yo diría que solo le quitemos la caja de encima y ver qué hace, porque estos no suelen cazar humanos".
"Ah... No cazan humanos".
"Y, por cierto, yo no recomendaría comer coyotes, porque suelen ser algo carro?eros, y se necesitaría cocinar muy bien su carne".
Rin se puso a mi lado.
"?Qué hacen, chicos?"
"Mirá, papá, la trampa funcionó. Atrapamos a un animal al que llamamos coyote".
"?Otra vez inventando nombres? A ver..."
Rundia solo siguió sin acotar nada. De todos modos, parecía bastante interesada, agachándose a su lado.
"Si se queda, hay que ponerle un nombre, ?no? No podemos llamarlo 'el coyote' para siempre", comentó Lucía.
"?Yo tengo uno!" Exclamó Mirella de inmediato.
"?Llamémoslo Sol, porque sus ojos son amarillos como el sol! ?Qué les parece?"
Lucía rio, acariciando la cabeza del hada.
"Sol... me gusta. ?Y a vos, Luciano?"
"Me parece bien. Pero no se apuren tanto. Ni siquiera sabemos si será bueno", respondí, mirando a Rin, que me observaba con el ce?o fruncido.
Qué locura esta vida salvaje...