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Capítulo 75: Grupo unido.

  La luna estaba alta, ba?ando el lugar con una luz plateada que hacía que la arena brillara como si estuviera hecha de peque?os cristales. Habíamos bajado de las barreras de Aya hacía apenas unos segundos, y el grupo en su totalidad estaba agotado, pero la emoción de pisar tierra nueva nos mantenía despiertos. La playa era angosta, no como las de la isla, donde podías caminar metros y metros sin encontrar nada más que conchas y las cositas brillantes. Acá, la arena terminaba rápido, en dos o tres metros, y luego empezaba una llanura de pasto largo, tan alto que casi me llegaba a las rodillas. Era un lugar extra?o, demasiado abierto, demasiado vacío. Me ponía los nervios de punta... ?Y si algo saltaba de entre las hierbas en cualquier momento?

  A mi izquierda, a unos cincuenta metros, comenzaba un bosque que ya me había dejado con la boca abierta cuando lo vi desde la pasarela. Por lo poco que podía ver de los árboles que conformaban el perímetro, los troncos eran blancos, pero no de un blanco puro, sino atravesados por rayas y manchas... ?negras? Las hojas, rojas como los pájaros que nos guiaron acá, brillaban bajo la luna, moviéndose con una brisa suave que no llegaba hasta nosotros. Podría decir que son abedules, pero el color de las hojas me descoloca. Oto?o no creo que sea, aunque no sé muy bien cómo funcionan las estaciones en este mundo, porque siempre he vivido en el clima tropical de la isla, y acá no es que cambie mucho.

  Era hermoso el bosque, sí, pero también intimidante. Esos árboles no se parecían a nada que hubiera visto en esta vida, y algo en mi cabeza me decía que entrar ahí de noche no era buena idea.

  Me agaché al ver de reojo algo tirado en el suelo. Lo levanté, notando la textura lisa. Era un pedazo de madera, peque?o, del tama?o de mi mano. Lo giré entre los dedos, frunciendo el ce?o. La textura, los bordes perfectamente cortados... Mierda, esto no era madera natural. Esto era madera moldeada, como la que yo hago con mi magia. La había trabajado tantas veces para casas, herramientas, la carreta, que podía reconocerla con los ojos cerrados. Pero, ?cómo llegó hasta acá? ?Era posible que las corrientes hubieran arrastrado pedazos de nuestra casa rota por el tsunami hasta esta costa? ?Acá también habrá llegado, destruyendo parte del lugar? Por lo pronto, no lo parecía.

  "Luciano, ?qué haces?"

  La voz de Mirella me sacó de mis pensamientos.

  "Nada. Solo me encontré un pedazo de madera", respondí, levantándome del suelo para fundirlo con la carreta.

  "No es nada que no hayamos visto antes".

  "?Y ahora qué hacemos?"

  Respiré hondo, alzando la voz para que todos me oyeran.

  "Escuchen, vamos a parar aquí por esta noche, pero no en el bosque, aunque se vea increíble y llamativo, porque no conocemos sus peligros todavía, así que mejor no arriesgarnos. Como no hay cuevas en un lugar tan liso como este, voy a usar mi magia para hacer una cueva en la tierra y que vaya hacia abajo. Será más seguro que armar una casa, porque eso llamaría demasiado la atención y aún no sabemos qué hay en este lugar. ?Les parece bien?"

  Rundia fue la primera en responder, acercándose con una sonrisa cansada pero cálida.

  "Hijo, tienes razón. Este lugar es nuevo y, aunque es emocionante, no podemos confiarnos. Confío en ti, siempre lo he hecho. Haz la cueva o lo que sea que tienes en mente, estaremos bien".

  Rin asintió, apoyando una mano en el hombro de Rundia. Su cara estaba seria, seguramente por el cansancio de haber estado empujando tanto peso.

  "Luciano, eso que dijiste me parece lo mejor. Estamos todos agotados, y una cueva nos dará refugio sin exponernos a animales. Gracias por pensar en todo, aunque no sé cómo se vería una cueva hecha por ti; no me lo imagino".

  "Gracias. Y solo voy a usar mi magia para hundir el suelo, lo que va a hacer que se parezca a una cueva".

  "Está bien. Entonces esperaremos hasta que lo hagas".

  Lucía corrió hacia mí, esquivando a los gnomos que seguían ubicados en fila. Sus ojos negros brillaban con esa mezcla de picardía y emoción que siempre me hacía sospechar que tramaba algo.

  "Hermano mayor, ?en serio vas a hacer una cueva? ?Yo quiero una casa bonita!"

  "?Ah, sí? ?Querés una casa muy grande y hermosa?"

  "?Sí!"

  Reí por lo bajo, sabiendo perfectamente que ocultaba sus verdaderas palabras bajo esa capa de dulzura e inocencia.

  "Tranquila, enana, esta vez te vas a tener que aguantar vivir en una cueva hecha por tu hermano".

  "?Oh, no! ?Yo quería una casa de madera con mi cama calentita!"

  "Tranquila, hija", intervino Rundia, poniéndole una mano en la cabeza.

  "Deja que tu hermano se encargue".

  "Ohhhh... Está bien, confiaré en mi hermano, porque soy una buena ni?a".

  No sé por qué, pero me gui?ó el ojo.

  Comenzamos a avanzar un poco más hacia la llanura, alejándonos del bosque. Mientras tanto, Mirella, flotando cerca de mi hombro, dio una voltereta en el aire, con sus alas zumbando fuerte.

  "?Luciano, una cueva! ?Eso es tan genial! Estoy super emocionada por dormir en un lugar nuevo, pero tienes razón, este lugar da un poquito de miedo con tanta oscuridad. ?Confío en ti, como siempre!"

  "Gracias por el apoyo, Mirella".

  "Eso sí, hazla bien grande para que quepamos todos", comentó, levantando un dedito.

  "Sí, no te preocupes. Vos encargate de iluminar el lugar".

  Cuando frenamos la marcha, Mirella puso una bola de luz grande, y yo me centré en poner mis manos sobre el suelo, concentrando mi magia sobre el terreno.

  Más que una cueva, lo que fui armando era una especie de sótano, con una entrada grande y rectangular que daba comienzo a unas escaleras hacia abajo, derivando en un espacio abierto con, a la derecha, un pasillo hacia otra habitación más, con paredes y piso lisos. Todo estaba formado con una mezcla de tierra y piedra compactada.

  "Pásenme los tablones, por favor", dije, mirando hacia atrás.

  Samira, que era la más cercana a la carreta, reaccionó rápido y cargó dos tablones entre sus manos. Su hermana no se quedó atrás y trajo los otros dos que faltaban.

  "Gracias, chicas".

  Bajo la atenta mirada de Mirella, parada entre las hierbas altas, puse los tablones sobre la entrada y usé mi magia para hacer una trampilla, formando primero el marco, luego dos bisagras en las esquinas superior e inferior izquierda y, por último, la tapa, con dos agujeros para que entrara el aire, y sus respectivas manijas por arriba y abajo.

  "Listo, ya pueden pasar", dije, abriendo la trampilla de derecha a izquierda.

  La tapa se quedó quieta con un crujido suave, y la luz de la luna se coló en la entrada, iluminando los dos primeros escalones de tierra que bajaban al refugio que había creado. Me hice a un lado, dejando espacio para que los demás entraran, con las piernas temblándome un poco por el cansancio acumulado del viaje. La emoción de pisar tierra nueva seguía ahí, solo que ahora lo único que quería era cerrar los ojos y descansar, aunque fuera por unas horas.

  "Eso sí, necesitaría que Mirella sea la primera en pasar, así puede iluminar el lugar. Los demás vengan con las cosas de la carreta".

  Mirella llegó a mí en un santiamén, flotando con su bola de luz brillando como un peque?o sol.

  "?Claro que sí! Yo iré primero".

  El refugio subterráneo se iluminó al instante, revelando las paredes que había moldeado con mi magia. El espacio era amplio, con un techo de poco más de dos metros, pero suficiente para que todos estuviéramos cómodos.

  "?Luciano, esto es genial!" Exclamó Mirella, dando una voltereta en el aire mientras su luz bailaba en las paredes.

  "No parece una cueva, más bien es una casa bajo tierra. ?Eres el mejor, como siempre!"

  Reí, rascándome la nuca.

  "Gracias, Mirella. Pero no es para tanto, solo quería algo rápido y seguro".

  Rin fue el primero en venir, cargando con cuidado el balde lleno de frutas y el que tenía un cuarto de carne.

  "Muy bien, Luciano. Buen trabajo con esto", dijo antes de bajar las escaleras.

  Rundia lo siguió, llevando el balde con las pieles y sosteniendo la mano de Lucía. Mi hermana, con su típica energía fingida, iba saltando como si no estuviera muerta de sue?o.

  "Hermano mayor, esto parece toda una aventura, ?no? Pareciera que fuéramos exploradores en una cueva secreta".

  "Sí, justamente estaba pensando en eso. Qué loco, ?no?"

  "?Eh? ?En serio?"

  "No".

  No pudo responderme nada, porque casi se tropieza al intentar verme a mí al mismo tiempo que bajaba.

  "Con cuidado, hija".

  "Sí, mamá..."

  Suminia y Samira vinieron detrás, compartiendo el peso de los tres baldes de agua mágica. Samira, con su cara todavía llena de la emoción de haber visto tierra, me dedicó una sonrisa tímida.

  "Es increíble, Luciano. Nunca pensé que podrías llegar a hacer un lugar así... Gracias".

  "No es nada. Solo quiero que estemos a salvo".

  Suminia, más práctica, solo asintió al pasar a mi lado.

  "Está bien hecho, supongo. No es mala idea para estar seguros de algún animal que no conozcamos", comentó, aunque su tono tenía ese dejo de cautela que siempre la acompa?aba.

  Era bueno ver que Suminia ya no era la chica que me llevaba la contraria en todo. Ahora me reconocía las cosas que hacía bien y todo, aparte de poder mantener una conversación normal con ella, claro.

  Es una buena persona, después de todo.

  Pyra pasó a mi lado sin decir nada, con los brazos cruzados, y aunque no lo admitiría, se la veía agotada. Me lanzó una mirada rápida, que yo capté como una se?al de que estaba por decir algo, pero al final solo bajó las escaleras.

  Uh... Al final ella no trajo nada del cargamento consigo. Qué rebelde es cuando quiere.

  Aya fue la siguiente, trayendo las mochilas, una en cada mano.

  "Cuidado con la cabeza, Aya. Agachate un poquito al bajar".

  "Está bien. Gracias por avisar".

  Sus ojos anaranjados analizaron bien la entrada, bajando lentamente los escalones.

  "Buen trabajo con tu magia, Luciano. Este lugar me hace acordar del santuario. Me gusta".

  "Me alegro que te guste, Aya. Después vamos a hacer algo más cómodo".

  Forn y los gnomos fueron los últimos, con los peque?os seres corriendo en una fila desordenada y sus sombreros rojos tambaleándose. Forn los guiaba como un pastor, con su capa roja ondeando detrás de él.

  "Vamos, mis ni?os. Debemos descansar".

  "?Cueva gnomo rojo! ?Cueva gnomo rojo!" Corearon los otros.

  Me parece increíble que tengan que saltar hacia el siguiente escalón para poder ir bajando, porque tienen piernas tan cortas que no pueden bajar como lo haría un humano, por ejemplo.

  Por supuesto, yo fui el último en pasar, trayendo las lanzas en mis manos. Cerré la tapa detrás de mí, dejando la carreta a la intemperie.

  Acá no habrá ladrones, ?no? Hasta ahora no me he topado con alguien con esos pensamientos, así que confío en que ma?ana veremos la carreta ahí, intacta.

  "Escuchen, los gnomos van a dormir en la otra habitación, la del otro lado del pasillo. Los demás nos quedaremos en esta, la principal. Hay espacio de sobra, así que repártanse como quieran".

  Forn asintió, guiando a los gnomos hacia el pasillo.

  "Vamos, todos a nuestra habitación. ?Sin pelear por los rincones!" Ordenó, aunque los gnomos ya estaban empujándose.

  "?Rincón gnomo! ?Rincón gnomo!" Gritaban, desapareciendo en la oscuridad del pasillo.

  Mirella se acercó a ellos rápidamente y les puso una bola de luz, aunque, según yo, ellos ya deberían poder ver en la oscuridad… si no, no vivirían siempre bajo tierra. De todos modos, está bien que esté todo iluminado.

  El resto del grupo empezó a organizarse. Rundia, Rin y Lucía extendieron algunas pieles en el suelo para al menos apoyar la cabeza sobre algo cómodo; Aya eligió una de las esquinas para dormir sentada, Mirella se quedó esperando a ver qué hacía yo, Pyra eligió acostarse al lado de la escalera y Suminia y Samira se pusieron cerca de mis padres.

  Dejé el sombrero a un lado y me acosté en el suelo, apoyando mi nuca sobre una piel que Rundia me había pasado antes de llevarles el balde a los gnomos.

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  El silencio se fue apoderando de la cueva, roto solo por los ronquidos suaves de Rin y el murmullo lejano de los gnomos en la otra habitación. El suelo era duro, y aunque las pieles ayudaban, sabía que ma?ana todos íbamos a despertar con un dolor de músculos tremendo, más que todo por el trajín del viaje. Me dolía solo de pensarlo, pero no había otra opción. Este lugar era nuestra mejor apuesta por ahora.

  Miré a Mirella una última vez y cerré los ojos, intentando relajarme mientras pensaba en algunas cosas. La madera moldeada que encontré en la playa, los árboles de hojas rojas, el reencarnado desconocido que había retrocedido el tiempo por una supuesta muerte... Todo se mezclaba en un torbellino de preguntas sin respuesta. Y Sariah... ?Qué estará esperando de mí en este momento? ?Por qué los pájaros, la pluma, el cabello rojo? Sentía su presencia en cada rincón de este mundo, y seguro que estaba observándome desde su casa, moviendo los hilos de mi vida. La adoraba, sí, pero a veces me preguntaba si alguna vez me respondería todas las preguntas que se acumulan en mi mente.

  Me obligué a respirar hondo, dejando que el cansancio me ganara mientras sentía las manos de Mirella aferradas a mi brazo. Ma?ana sería otro día, y con él vendrían nuevas respuestas... o nuevos problemas.

  ***

  El amanecer llegó demasiado rápido, o por lo menos así lo sentí yo. Un rayo de luz se coló por uno de los agujeros de ventilación de la trampilla, dándome directo en la cara. Gru?í, girándome para escapar del brillo, pero el dolor en mi espalda me hizo soltar un quejido. Mierda, el suelo había sido peor de lo que esperaba. Sentía los músculos como si me hubiera pasado un día entero en el gimnasio.

  Rundia y Rin ya estaban despiertos, metiendo las pieles dentro del balde con movimientos lentos. Rundia se frotaba la cadera con una mano, pero su sonrisa no desaparecía.

  "Ah, hijo, ya despertaste",

  "Buenos días..."

  "Estás cansado, ?no?"

  "Sí, algo así".

  "Puedes descansar más si quieres. Tu madre se encargará de la comida".

  "Gracias, pero lo mismo voy a levantarme. Y por cierto, yo creo que las frutas que tenemos en el balde todavía alcanzan para comer ahora".

  "Sí, puede ser que tengas razón. Ahora lo veré y te digo".

  Mirella, que había dormido pegada a mí toda la noche, se despertó de un salto, como si se hubiera activado un despertador en su cuerpo.

  "?Buenos días, Luciano! ?Estoy lista para explorar contigo! ?Qué hacemos hoy?"

  Sonreí, aunque el cansancio en mis piernas me hacía querer quedarme tirado todo el día, así que solo me limité a quedarme sentado.

  "?Qué pasa? ?Te levantaste contenta? ?No te sentís cansada?"

  "Bueno, mis alas están un poco agotadas, pero... Puedo hacer lo que necesites".

  "Ahora mismo, con que nos ilumines el lugar y estés a nuestro lado para protegernos, me alcanza".

  Ella tironeó suavemente la manga de mi remera.

  "?Solo eso? ?No vamos a hacer nada más?" Preguntó, con un tono de voz demasiado tierno.

  "Primero comemos, después... tengo que hablarles de algo importante".

  "?En serio?"

  "Sí".

  "?Qué cosa vas a decirnos?"

  "Ya lo verás".

  Una vez que vi que todos estaban despiertos, menos Lucía, que parecía tener mucho sue?o, y que los gnomos cruzaron a nuestro lado, curiosos por ver qué hacíamos, me levanté, alzando la voz.

  "Chicos, me gustaría que saquen algo de fruta de balde y que se sienten en el suelo. Hay cosas que necesito contarles".

  Mi tono debió sonar más serio de lo que esperaba, porque todos me miraron con sorpresa. Hasta Pyra levantó una ceja, intrigada. Rundia y Rin intercambiaron una mirada, pero no dijeron nada, solo asintieron y empezaron a repartir las frutas que quedaban en el balde.

  Nos sentamos en un intento de círculo, con el poco de luz del amanecer entrando por los dos agujeros de ventilación y la bola de luz de Mirella flotando sobre nuestras cabezas.

  Mordí una papaya que me habían dado, dejando que el jugo dulce me despertara un poco más, y respiré hondo antes de hablar.

  "Antes que nada, quiero pedirles perdón, porque les he estado ocultando algo importante, y no solo yo, sino que, en cierta parte, todos los que usamos magia. No fue porque no confiara en ustedes, sino porque... bueno, no sabía cómo explicarlo sin que sonara loco. Pero ahora que estamos acá, en un lugar nuevo, siento que es el momento de ser completamente honestos, porque ustedes han confiado completamente en mí para sumarse a este viaje".

  Rundia frunció el ce?o, dejando su manzana a un lado.

  "Hijo, ?qué quieres decir con eso? ?Qué nos ocultaste?"

  Rin, sin decir nada, puso una mano en el hombro de Rundia, pero sus ojos estaban fijos en mí, esperando.

  "Qué mentiroso", dijo Pyra de repente.

  "Yo no he ocultado nada. No sé qué dices".

  "Bueno... Sí, algo de razón tenés. Vos y Forn no tienen mucho que ver en esto, pero igual quiero contarlo".

  Me acomodé un poquito más en el suelo, intentando evitar contagiarme del bostezo repentino de Aya.

  "Esto se remonta a cuando era más chico, cuando apenas estaba empezando a entender este mundo. Una noche, en la cueva donde vivía con mis padres, vi algo en unas piedras. Eran como... cositas amarillas, peque?as, que flotaban alrededor. Al principio me pareció raro que ninguno de ellos dos hubiera mencionado algo al respecto. Aun así, decidí explorar y darles un nombre: partículas mágicas. Luego me di cuenta de que solo yo podía verlas, aunque solo en ciertos lugares, como el arroyo o cerca de seres mágicos como Mirella, Aya y demás. Por supuesto, también a mi alrededor".

  Ese era tan solo el comienzo de una extensa explicación...

  ***

  Rundia fue la primera en romper el silencio luego de que les expliqué en detalle cómo utilizábamos las partículas mágicas, con los ojos muy abiertos y una mano en el pecho.

  "Luciano... esto es... raro e increíble a la vez. ?Quieres decir que hay cosas amarillas en el agua que usamos para beber y a veces para ba?arnos? ?Y que solo ustedes, los que usan magia, pueden verlas? No sé si lo entiendo del todo, pero... es como otra bendición de Adán, ?no es así?"

  Sonreí, aunque la mención de Adán me hizo sentir una punzada de culpa. No quería contradecirla. Sin embargo, tampoco podía dejar que pensara que esto era obra de su dios inventado.

  "Yo tampoco lo entiendo a la perfección, mamá. Solo he descubierto cómo funcionan por mi cuenta. Aunque sí, es un milagro, de alguna forma, porque no estaríamos acá si no fuera por las partículas mágicas".

  "A mí lo que me gusta es que pueda curar nuestras heridas. Eso es lo más importante para mí, que todos estemos sanos".

  "Sí. Hasta ahora, todo lo que nos han dado las partículas mágicas han sido cosas buenas".

  Rin se rascó la barba. Se lo veía pensativo.

  "Esto es mucho para pensar, Luciano. Nunca vi nada en el agua del arroyo, ni en tu cuerpo, ni en nada. Aun así, lo que cuentas... explica muchas cosas que no llegábamos a entender. Como los árboles que crecieron tan rápido, o cómo nos curamos de heridas que parecían imposibles. ?Por qué no nos lo contaste antes? Ya ha pasado un montón de tiempo desde que conocimos a Mirella".

  Bajé la mirada, sintiendo el peso de su pregunta.

  "Porque no quería preocuparlos con cosas raras. Al principio, ni yo entendía qué eran. Y después, cuando empecé a utilizarlas en el día a día, no sabía cómo explicarlo sin que sonara como si estuviera inventando algo. Y creo que este fue el mejor momento que encontré para decírselos, además de que mamá ya había escuchado algo".

  "A mí me sigue pareciendo extra?o... No se supone que deberías ocultarnos cosas, ?sabes?"

  "Sí, sé que estuve mal, y es por eso que se los estoy contando ahora, para que no haya cosas importantes sin decir".

  Lo cierto era que no les había explicado nada sobre Lucía y su poder especial...

  "Está bien. A partir de ahora no vayas a ocultarnos más cosas, ?entendido?"

  "Sí, papá", respondí, y los dos esbozaron una ligera sonrisa.

  Samira, que había estado escuchando atentamente el ida y vuelta con mis padres, habló con voz suave.

  "Qué lástima que no nos lo hayas dicho antes, Luciano. Eres... eres alguien muy preciado para todos nosotros".

  Desvió la mirada hacia su hermana, aunque ella solo me observaba fijamente a mí.

  "Y sobre esas cositas amarillas, es raro pensar que hay algo en el agua, a tu alrededor, y que nosotras no podemos verlo. ?Por qué solo ustedes? ?Es porque tienen magia, entonces?"

  "Sí. Ese es el único motivo que hemos encontrado hasta ahora".

  "Hermana, ?por qué no le has preguntado lo que realmente queremos saber? ?Por qué no le preguntas que por qué él puede hacer esas cosas raras, cuando solo pareciera que lo hacen los que no son humanos? Mirella dijo que era un hada, Aya dijo que era un zorro místico, luego Luciano nos dijo que Forn era un gnomo y Pyra es... bueno, no nos lo ha dicho. ?Y el hombre pájaro? ?Y el Rey Demonio? Ellos también tenían magia, ?no es así? ?Ellos también veían las partículas?"

  "Sí, todo lo que dijiste es cierto, aunque no sé a qué querés llegar".

  "?Y entonces? ?Realmente eres... humano?"

  Rundia se puso de pie de un salto, con las manos en las caderas y los ojos encendidos de indignación.

  "?Suminia, cómo te atreves a decir eso! ?Luciano es mi hijo, es humano como todos nosotros! ?No hagas preguntas tan tontas!"

  Mirella, que había estado sentadita tranquila a mi lado, dio un aleteo furioso y empezó a volar a mi alrededor, se?alando a Suminia con un dedito acusador.

  "?Sí, no seas tonta! ?Luciano es el mejor humano que existe! ?Cómo se te ocurre dudar de él, gran tonta! ?Si no fuera por él, no tendríamos todo este lugar!"

  El resto del grupo se quedó en silencio, con las miradas saltando entre Suminia y yo.

  Me levanté despacio, recordando que no era la primera vez que alguien me miraba raro por lo que decía o hacía. En la isla, los abuelos, Ayla y Harlan, siempre me habían tratado como a un bicho raro, un error de Rundia. Y ahora, acá, en este lugar nuevo, ?iba a ser lo mismo por otros motivos? ?Todos los que conociera en este mundo iban a dudar de mí solo porque podía ver partículas mágicas, moldear la materia, o porque Sariah me había tocado con su poder de diferentes formas? Mierda, no quería que esto se convirtiera en una pelea, pero tampoco iba a dejar que Suminia, o cualquiera, pusiera en duda quién era yo.

  Respiré hondo, clavando los ojos en Suminia, que seguía sentada en el suelo. Su pregunta no era malintencionada, lo sabía. Sin embargo, eso no significaba que me doliera menos.

  "Suminia, decime una cosa", empecé, manteniendo la voz calmada, como si estuviera desarmando una trampa con cuidado.

  "?Qué es ser humano para vos?"

  Ella parpadeó repetidamente, claramente no esperando que le devolviera la pregunta. Se rascó la nuca, mirando a Samira, tal vez buscando apoyo, pero su hermana solo bajó la mirada.

  Suminia frunció el ce?o levemente antes de contestar.

  "Bueno... es... tener un cuerpo como el nuestro. Dos brazos, dos piernas, una cabeza, ojos... Comer, dormir, vivir como lo hacemos nosotros. Eso es ser humano, ?no?"

  Sonreí, aunque no era una sonrisa amable. Era la sonrisa de alguien que sabía que el otro estaba hablando desde un punto de vista cerrado. Di un paso hacia ella, inclinándome un poco para que nuestros ojos quedaran más o menos a la misma altura.

  "?Entonces es eso para vos? ?Es tener un cuerpo como el tuyo? Porque si es así, Suminia, mirame bien. Tengo dos brazos, dos piernas, una cabeza. Piel, pelo... o bueno, todavía no mucho. También como, duermo, vivo. Entonces, decime, ?qué me diferencia de vos? ?Qué me hace menos humano según tu forma de verlo? Porque no tengo ni alas, ni colas, ni unos cuernos en mi cabeza".

  Suminia abrió la boca, pero no salió nada. Sus mejillas se pusieron ligeramente rojas, y vi cómo sus manos se apretaban contra sus rodillas. El silencio en el refugio era tan pesado que podía escuchar los latidos de mi propio corazón.

  "Bueno... no tienes u?as en los pies. Y tu pelo... cambió de color. Ahora es rojo, como el de... no sé, como el de Pyra. Eso no es normal en los humanos, ?no?" Contestó, aunque su voz era más baja, casi un murmullo.

  "?Y entonces qué, Suminia? ?Las consecuencias de protegerlos a todos ustedes, de arriesgar mi vida una y otra vez, me hacen menos humano? ?El hecho de que haya perdido las u?as enfrentándome a los hombres pájaro, de que mi pelo haya cambiado porque el Rey Demonio utilizó su magia para maldecirme, significa que no soy como vos? ?Que no siento, no pienso, no amo como vos? Decime, ?eso es lo que pensás de mí?"

  Me se?alé a mí mismo con un dedo y esta vez no pude evitar que mi voz se endureciera.

  "Yo siempre voy a ser humano, y eso quiero que te quede bien claro. Y por más que mi cuerpo cambie, por más que tenga que cargar con estas marcas imborrables por toda mi vida, yo voy a seguir luchando por todos ustedes. Y también por mí, porque yo... Yo no podría estar más orgulloso de ser quien soy".

  Suminia se quedó helada, y de repente pareció mucho más peque?a. Creo que mis palabras la habían golpeado más fuerte de lo que esperaba. Bajó la cabeza, con el pelo negro cubriéndole la mitad de la cara, y sus manos temblando sobre sus rodillas.

  "Yo... no quise decir eso, Luciano. Solo... no entiendo todo esto de la magia y eso que no podemos ver que tú llamas partículas mágicas. Me confundí, perdón. Perdón por decir eso. No pienso que seas menos... nada. Eres... eres una buena persona... que se preocupa por nosotros. Lo siento mucho".

  El silencio volvió, pero esta vez lo sentí diferente, más suave. Rundia se acercó a Suminia y le puso una mano en la cabeza, con una mirada que era mitad rega?o, mitad consuelo.

  "Ya está, Suminia. Todos nos equivocamos y está bien disculparse. Pero no vuelvas a dudar de mi hijo así, ?entendido? Si no, Adán se enojará".

  Suminia asintió efusivamente.

  "Sí, Rundia. No volverá a pasar".

  Mirella, que había estado flotando con los pu?os apretados, relajó las alas y se acercó a mí, agarrándose de mi hombro mientras yo volvía a mi ubicación.

  "?Eso, Luciano! ?Le dijiste todo lo que tenía que escuchar! Nadie va a dudar de ti mientras yo esté aquí, ?eh?"

  Sonreí, esta vez de verdad, y le di un golpecito suave en la cabeza.

  "Gracias, Mirella. Pero ya está, no hace falta seguir con esto".

  "Hmmm… Está bien".

  Rin carraspeó, rompiendo el silencio.

  "Bueno, Luciano, creo que todos entendemos un poco más ahora. Gracias por contarnos lo de las partículas. Y... no te preocupes por lo que dijo Suminia. Somos una familia, y las familias a veces tienen malentendidos. Pero estamos juntos en esto, ?verdad?"

  "Sí, papá. Estamos juntos. Y ahora que saben lo de las partículas, quiero que estemos preparados para lo que venga. Este lugar es nuevo, y no sabemos qué nos espera. Pero si seguimos trabajando como equipo, no hay nada que no podamos enfrentar".

  Al ratito, me terminé una mitad de manzana que compartí con Rin y me puse de pie, estirándome para aliviar el dolor muscular.

  "Chicos, debo decirles que tengo un plan para hoy", dije, mirando a cada uno mientras me acomodaba el sombrero.

  "Voy a tener que salir a explorar un poco, a ver qué posibilidades tenemos de encontrar comida, porque solo quedan unos trozos de carne en los baldes. Si queremos quedarnos acá por mucho tiempo, necesitamos saber qué recursos hay. Si alguien quiere quedarse a descansar, no hay problema, pero los que se sientan con ganas, pueden venir conmigo. ?Qué dicen?"

  Suminia fue la primera en levantarse, sorprendiéndome. Sin dudarlo, caminó hacia una de las paredes y tomó una de las tres lanzas que estaban apoyadas, la de punta de oro. La sostuvo con firmeza, como si quisiera demostrar algo, y me miró directo a los ojos.

  "Yo voy, Luciano. Quiero ayudar. Y... Y conseguir comida, obvio".

  Me quedé helado por un segundo, no porque dudara de su capacidad, sino porque no esperaba que fuera la primera en dar un paso al frente después de lo que acababa de pasar.

  Asentí efusivamente, sintiendo una oleada de gratitud.

  "?Genial, Suminia! Gracias, de verdad. Me alegra que vengas".

  "No es nada..."

  Los demás que decidieron mantenerse en el refugio fueron: Rundia, que se quedó cuidando de la dormilona Lucía, Forn y los gnomos, porque dijeron que a ellos no les gusta estar mucho bajo el sol, y Pyra, porque me llevó la contraria, diciendo que "si iba a salir, lo haría por su cuenta, no por seguirme a mí". Si bien es una contestación relativamente normal en Pyra, creo que está más molesta de lo normal desde que comenzamos toda esta expedición.

  Y con respecto a los gnomos, Forn me pidió que le trajera algunas hojas y que le diera permiso para comenzar a construir pasadizos subterráneos... Se ve que así calman su ansiedad.

  Yo acepté, claro, con la condición de que lo hagan cuando no estemos durmiendo.

  Subimos las escaleras y yo abrí la trampilla, dejando que la luz del día entrara a raudales junto con el aire renovado que contrastaba con el ligero olor a humedad del refugio.

  El panorama que me recibió fue completamente diferente al de la noche anterior. El cielo estaba despejado, bien celeste, y las hojas rojas de los árboles, que ahora podía confirmar que eran abedules por sus troncos blancos con rayas negras, volaban por todos lados, llevadas por una brisa suave y caliente. El bosque, a unos cien metros o más, parecía aún más imponente a la luz del día.

  Giré la vista hacia la llanura, esperando ver solo pasto alto, pero lo que vi me dejó con la boca abierta. Había animales, muchísimos, correteando por ahí. Eran como ciervos, pero más peque?os, con cuernos cortos y retorcidos que brillaban como si estuvieran hechos de cristal. Sus cuerpos eran de un marrón claro, con manchas blancas. Algunos saltaban entre el pasto, otros pastaban tranquilos, y un par de ellos levantaron la cabeza para mirarnos, con ojos grandes y negros que no parpadeaban. Más allá, vi algo que parecía un jabalí, con pelaje negro y esas patas cortas que los caracterizaban.

  Me parece que vamos a comenzar una nueva alimentación basada únicamente en carnes.

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