home

search

19 - Una Nueva Realidad

  JENNEL

  Imposible imaginar dónde estoy.

  Sí, en una nave.

  Pero ?dónde está el suelo? Ese sobre el que caminamos, donde llueve o en el que nos hundimos. Sabemos que nunca está muy lejos. En una nave peque?a, siempre se ve. Incluso en esta nave, la esfera azul llenaba toda la pantalla.

  Mi mente se niega a aceptar que ha desaparecido, tal vez para siempre.

  Que todo está vacío.

  Peor aún, desde nuestra transferencia hiper-cuántica, es la nada en todas partes. O es todo en ningún lugar.

  Ni siquiera entiendo lo que escribo.

  Debería convertirme en una especie de mujer del Espacio.

  No va a ser fácil.

  Los tripulantes venidos de la Tierra se habían reunido en el gran vestíbulo en gradería que simulaba la plaza central de su antigua Base. Una pared gigantesca se transformó en una pantalla tridimensional que transmitía la imagen del espacio frente a la nave. La transición de la traslación hiper-cuántica a la propulsión estándar por antimateria se había realizado sin dificultades gracias al campo estástico: solo una peque?a niebla mental de menos de un segundo.

  Alan estaba entre esas mujeres y esos hombres que aguardaban su destino con aprensión. Jennel le había dicho que su sola presencia era tranquilizadora. él quería creerlo, aunque ella misma no parecía estar tranquila.

  Tras unos minutos, el complejo Gull apareció y fue aumentando de tama?o, adquiriendo proporciones cada vez más sobrecogedoras. Incontables estaciones y bases estelares salpicaban la inmensidad del espacio, formando una red de infraestructuras gigantescas que se extendían hasta donde alcanzaba la vista. Algunas de esas bases eran tan vastas que parecían rivalizar con planetas enteros, con estructuras colosales iluminadas por miles de puntos de luz.

  Alrededor de estas estaciones, una multitud de naves se movía en un ballet perfectamente orquestado. Algunas parecían enormes, con un tama?o que desafiaba toda lógica humana, mientras que otras resultaban minúsculas en comparación. Las más imponentes recordaban extra?amente a la nave que los transportaba, compartiendo estructura y proporciones similares, lo que sugería un modelo estándar utilizado por los Gulls para los viajes interestelares largos, y sin duda también para las Selecciones.

  Otras eran naves más peque?as —relativamente hablando—, estandarizadas, que se desplazaban en grupo, con siluetas alargadas y angulosas que delataban un dise?o industrial, optimizado para desplazamientos sincronizados.

  Sin embargo, entre ellas, otras formas exóticas destacaban: estructuras en anillo girando lentamente sobre sí mismas, naves esféricas de superficie reflectante e incluso extra?as construcciones fragmentadas que flotaban suspendidas sin lógica aparente.

  Cada segundo los acercaba más a ese gigantesco centro neurálgico.

  Delante de ellos, una estación colosal se iba desprendiendo del resto de las estructuras. Su arquitectura titánica dominaba el espacio, formada por un inmenso núcleo esférico constelado de luces, suspendido en el centro de una red de anillos masivos.

  A medida que se aproximaban, la escala se volvía más evidente: la estación no era una simple plataforma, sino una auténtica ciudad suspendida en el vacío. Alrededor de los anillos, módulos rectangulares estaban fijados, flotando en un equilibrio perfecto, conectados entre sí por corredores de reflejos metálicos. De los conectores salían ráfagas azuladas a intervalos, se?al de una actividad intensa.

  La densidad del tráfico espacial aumentaba conforme se acercaban. Las naves más peque?as pasaban con una precisión milimétrica entre las estructuras, mientras que las más grandes —similares a su propio transporte— se dirigían a enormes muelles incrustados en los anillos exteriores.

  Alan percibió una tensión colectiva en la sala. Aunque ya habían atravesado el espacio, esta cercanía con una megaestructura extraterrestre despertaba una mezcla de asombro y temor entre los tripulantes. La propia Jennel se abrazó ligeramente los brazos, un tic nervioso que él ya empezaba a reconocer.

  La nave redujo progresivamente la velocidad, alineándose con una de las inmensas bahías de atraque situadas bajo la esfera central de la estación. Estaban a punto de descubrir, al fin, lo que les aguardaba en el corazón del complejo Gull.

  Aquiles le indicó a Alan que su misión estaba completa, que debían abandonar la nave por el gran vestíbulo principal, donde un transporte los llevaría a su zona de alojamiento.

  El transporte les esperaba cuando llegaron: una especie de mega-lanzadera. Su dise?o imponente evocaba tanto funcionalidad militar como una enorme capacidad de carga, testimonio de la logística meticulosa de los Gulls.

  Embarcaron en una bodega inmensa, sin asientos, sin ventanas al exterior. Solo una tenue luz difusa revelaba la amplitud del compartimento. Diez minutos de traslado, pensó Alan al mirar su reloj. Sostenía a Jennel del brazo, percibiendo la tensión en su postura.

  Cuando la lanzadera se detuvo, un soplido metálico acompa?ó la apertura de las puertas. Descendieron a un lugar sorprendente: una estructura colosal de líneas geométricas complejas se alzaba ante ellos.

  El edificio parecía concebido para maximizar tanto el espacio como la resistencia a condiciones extremas del entorno espacial. Su fachada estaba compuesta de un entrelazado de módulos hexagonales translúcidos, reforzados con un entramado metálico que les daba un aspecto híbrido entre arquitectura orgánica e industrial. Cada módulo estaba protegido por una estructura de tensión blanca, tensada como una tela de protección, formando un patrón repetitivo sobre toda la superficie del edificio.

  Lejos de estar cerrado a la inmensidad circundante, el edificio ofrecía aberturas circulares con paneles de vidrio que daban al vacío del espacio. Abajo, podía verse la vasta red de anillos de la estación y la miríada de naves en movimiento, reducidas a destellos de luz en la oscuridad. La mega-lanzadera estaba conectada al edificio por un campo de fuerza invisible que mantenía una atmósfera respirable, proporcionando una transición imperceptible entre el interior presurizado y el vacío hostil.

  Los recién llegados sintieron de inmediato la extra?eza del lugar: todo parecía demasiado preciso, demasiado calculado, una mezcla de eficiencia fría y un dise?o basado en una lógica ajena a la suya.

  Cruzaron el campo de fuerza con aprensión, sintiendo que caminaban en el vacío, hasta que finalmente penetraron en el edificio.

  Dentro, descubrieron un atrio central de dimensiones impresionantes, ba?ado por una luz suave filtrada a través de las paredes. El espacio era vasto, dise?ado para albergar a un gran número de personas manteniendo una organización meticulosa. Cada módulo de la fachada exterior parecía ser una vivienda individual, conectada al atrio por una red de pozos antigravitatorios dispuestos con una simetría inquietante.

  En el centro del atrio flotaba una proyección holográfica inmensa, dominando toda la sala. La imagen mostraba una nave similar a los modelos más peque?os y estandarizados que habían observado antes. Su dise?o, depurado y funcional, sugería un modelo de serie empleado en gran número por los Gulls, optimizado para la máxima eficacia. Parecía mucho menos imponente que su nave de transporte, pero su presencia en el centro del atrio sugería que ocupaba un lugar central en la organización que les esperaba.

  Alan intercambió una mirada con Jennel. Comprendió que ella también se daba cuenta de que aquel lugar no era simplemente un centro de alojamiento. Era una etapa, una transición hacia algo aún más vasto.

  De pronto, una voz resonó en sus mentes. No hubo sorpresa: estaban acostumbrados a las comunicaciones inter-nanites. Pero la entonación era distinta, solemne, cargada de una autoridad aplastante.

  El holograma en el centro del atrio parpadeó y luego se desvaneció por completo, reemplazado por una visión que los paralizó.

  Frente a ellos flotaba una criatura de una extra?eza absoluta. Su cuerpo estaba dominado por una enorme masa esférica, blanca y lisa, que parecía casi translúcida bajo ciertas luces. Debajo se extendía un apéndice oscuro, sinuoso, similar a una columna vertebral alargada, que terminaba en una prolongación fina, cubierta de filamentos en movimiento.

  Varios ojos rojos, peque?os pero penetrantes, estaban dispuestos bajo la esfera, observando silenciosamente al grupo. A ambos lados, extensiones membranosas ondulaban lentamente, evocando a la vez alas y aletas.

  La impresión de poder y alteridad era total. El ser flotaba en una atmósfera irisada, como si se desplazara en un fluido invisible, y cada detalle de su apariencia desafiaba las nociones familiares de biología.

  El silencio se espesó en el atrio. Cada humano sentía el peso de una realidad ineludible: estaban ante un Gull.

  —Desde ahora, sois a la vez sirvientes y mercenarios del pueblo Gull. Conduciréis nuestras naves hacia la victoria o la muerte, según vuestra eficacia. Si renunciáis a esta tarea o cometéis actos contra nuestro pueblo, moriréis al instante, donde sea que estéis, por desactivación de vuestros nanites.

  Una conmoción indescriptible recorrió a las tripulaciones. Algunos se desmayaron, otros cayeron de rodillas con la mirada vacía, incapaces de comprender el alcance inmediato de lo que acababan de oír. Una mujer rompió a sollozar, un hombre intentaba levantarse, pero sus piernas no le respondían.

  Jennel temblaba de forma espasmódica, con la mirada fija en el vacío, como si su mente buscara refugio lejos de aquella realidad implacable.

  Los ojos de Alan se endurecieron con una violencia sin nombre. En su mente aparecieron en letras ardientes las palabras de la mujer del desierto: "Tu tarea."

  Los Gulls no eran solo sus amos. Eran sus objetivos.

  Acarició con ternura la espalda de Jennel, sintiendo cómo los espasmos disminuían poco a poco con su contacto. La abrazó con fuerza, absorbiendo su temblor con el calor de su cuerpo. Sus propios latidos se acompasaron con los de ella, buscando transmitirle una fortaleza que él deseaba inquebrantable. Murmuró, con la boca junto a su oído:

  —Estaremos juntos, Jennel. Siempre.

  Poco a poco, su respiración se volvió menos errática, y ella se aferró a él como a un ancla, cerrando los ojos para aferrarse a esa única certeza en medio del caos.

  Entonces, levantando la cabeza, con una voz firme que no necesitó alzarse, exclamó:

  —?Tenéis al menos los medios para vuestras ambiciones?

  Los humanos quedaron pasmados. El Gull guardó silencio unos largos segundos antes de pronunciar, con una entonación distinta:

  —Se os entregará cuando estéis preparados.

  Y, tan repentinamente como había aparecido, el Gull desapareció, sustituido por la imagen ya familiar de la nave proyectada en el atrio.

  Unlawfully taken from Royal Road, this story should be reported if seen on Amazon.

  Los miembros de la tripulación trataban de recuperar la compostura, cada uno a su manera.

  Thabo, que había decidido seguirles reorganizando sus Bases, se esforzaba en sacudir a sus vecinos, lanzándoles palabras alentadoras con su habitual energía:

  —?Arriba! ?No es momento de caer!

  Algunos se aferraban a gestos triviales, revisando sus bolsillos o pasándose una mano por el cabello. Otros murmuraban entre ellos, intentando racionalizar lo que acababan de presenciar. Una mujer, aún temblorosa, tomó la mano de su compa?ero como si necesitara asegurarse de no estar sola. Un hombre, con el rostro endurecido, apretaba los pu?os como si se negara a ceder al miedo que se había infiltrado en su ser.

  Jennel ya estaba mejor. Respiró hondo y buscó la mirada de Alan antes de susurrarle:

  —Hazlo. Tienes que hacerlo.

  Alan asintió y, sin esperar, se abrió paso entre la multitud inmóvil. Se detuvo ante el holograma central, observó durante un instante la nave proyectada antes de rodearla lentamente. Cuando habló, su voz se alzó de forma natural en el atrio:

  —Entiendo lo que sentís. Acabamos de sufrir un impacto brutal, no solo al descubrir la inmensidad de este complejo, sino también por esa puesta en escena del Gull. Ese era su objetivo: aplastarnos, hacernos sentir insignificantes. Y hemos reaccionado como ellos esperaban.

  Hizo una pausa, barriendo con la mirada a la asamblea.

  —Pero esa es una actitud que debemos erradicar a partir de ahora. Fuimos elegidos por nuestro autocontrol, por nuestra capacidad de adaptación. Y debemos demostrar que merecemos esa elección.

  Algunos alzaron ligeramente la cabeza ante esas palabras. Alan continuó, su voz ganando fuerza:

  —Su discurso, que seguramente recitan a todas las razas, no nos aporta nada realmente nuevo. ?Seguir sus deseos? Es lo que llevamos haciendo desde la Ola. ?Arriesgar la vida? Lo hacemos desde el día en que comprendimos que nuestro mundo estaba perdido. ?Convertirnos en combatientes? Era evidente. Mirad nuestras especialidades: no corresponden a una tripulación de nave turística.

  Inspiró profundamente y luego declaró con voz aún más firme:

  —?Acaso habéis olvidado el horror de la Ola? Esa que se esconde en el fondo de vuestra mente, que os despierta por las noches, que os persigue en cada silencio. Ese horror lo conocéis. El de hoy, esta demostración patética, no es más que una broma de mal gusto en comparación. Nada más.

  Siguió un silencio, más denso, pero distinto. Menos miedo, más atención.

  Alan cruzó los brazos y concluyó con una sonrisa irónica:

  —Y seamos honestos… Podemos encontrar al Gull particularmente feo, es un hecho. Pero no olvidéis que nos han enviado a su espécimen más bello, y que desde su punto de vista, los horribles somos nosotros. Creedme, vais a ver muchos otros extraterrestres, así que un poco de modestia… Puede que no seáis tan guapos como creéis.

  Algunas risas nerviosas estallaron, rompiendo por fin la opresión ambiental. Una tensión se había disipado. Algunos esbozaban una sonrisa, otros suspiraban, como si el peso sobre sus hombros se hubiera aligerado.

  Alan alzó ligeramente los hombros y concluyó:

  —Id a buscar alojamiento. Vamos a necesitar descansar.

  Cuando estaban a punto de dispersarse, un movimiento entre la multitud se produjo de pronto. Un intruso acababa de cruzar la sala con una lentitud casi irreal.

  Una esfera blanca lechosa, del tama?o de un balón de fútbol, flotaba sobre el suelo. Avanzó casi en línea recta, esquivando de forma natural los obstáculos, hasta detenerse frente a Alan.

  Sin que se pronunciara una sola palabra, una voz resonó en la mente de todos:

  —Soy una Herramienta. La Herramienta del Comandante Alan.

  Alan entrecerró los ojos y cruzó los brazos.

  —?Para qué necesita una Herramienta un Comandante?

  —Sirvo para todo.

  Johnny, que acababa de acercarse con Maria-Luisa, arqueó una ceja y dijo con tono burlón:

  —?Ah sí? ?Y puedes traerme una taza de chocolate caliente?

  Para sorpresa general, la Herramienta respondió de inmediato:

  —Los sintetizadores de las habitaciones podrán prepararlo.

  Johnny se quedó mudo un segundo antes de estallar en carcajadas.

  Alan, en cambio, adoptó un semblante más serio.

  —?Te has conectado con Aquiles?

  —He absorbido todo el conocimiento de Aquiles, y por extensión el de Léa, sobre vosotros.

  —?Por qué estás aquí?

  —He venido a informaros de que un séptimo de ciclo, es decir, uno de vuestros días, pasará antes de que comiencen los aprendizajes complementarios por hipno-ense?anza.

  Jennel frunció el ce?o.

  —?Cuáles serán los temas?

  —El funcionamiento global del complejo y sus distintas secciones, luego las razas mercenarias.

  Jennel asintió con la cabeza y se volvió hacia Maria-Luisa.

  —?Qué nombre le ponemos a nuestra Herramienta?

  Maria-Luisa no dudó: —Bulle.

  Un instante después, Alan asintió.

  —Bulle, entonces.

  Alan reflexionó un momento antes de preguntar:

  —?Cuál es la población del pueblo Gull?

  —2.127.

  Maria-Luisa y Johnny se miraron con perplejidad.

  —?Eso es todo? —preguntó Maria-Luisa.

  Alan continuó:

  —?Cuántos mercenarios?

  —5.751 hace un ciclo, pero esa cifra aún no incluye a los Terrícolas ni a las víctimas de los combates recientes.

  Jennel frunció el ce?o y observó el inmenso atrio a su alrededor.

  —?Entonces por qué este complejo es tan grande?

  —Por las enormes estructuras tecnológicas: astro-puertos, arsenales, hiper-emisores y otras instalaciones logísticas.

  Maria-Luisa alzó una ceja.

  —?Y quién gestiona todo eso?

  —Aproximadamente un millón de Herramientas.

  Un escalofrío recorrió a los miembros de la tripulación.

  Alan dejó que flotara un momento de silencio antes de hacer la última pregunta:

  —?Quién es el enemigo?

  La Herramienta pareció hacer una pausa.

  —Los Arwien.

  Johnny hizo una mueca escéptica.

  —?Y cómo son esos Arwien?

  —Como vosotros —respondió Bulle sin la menor vacilación.

  El silencio que siguió fue aún más pesado que el que había acompa?ado la aparición del Gull.

  JENNEL

  Estoy en nuestra peque?a habitación con vista gélida al espacio. Alan me ve escribir. No dice nada, pero me anima con una sonrisa.

  Estamos aquí para servir a los "espermas en frascos", como dice Johnny, y para matar a seres como nosotros.

  No hay ninguna solución para evitar este horror.

  Sí, hay una. Decir que no, y morir todos. Dadas las circunstancias, no parece una locura, y seguro que otros también lo piensan.

  Pero Alan no. él no vino para morir, vino para destruir a los Gulls. Lo sé, lo leo en sus ojos.

  Empiezo a preguntarme si ese pensamiento es solo eso, un pensamiento, o una especie de misión. Creo que no me ha contado todo sobre su encuentro en el desierto.

  O tal vez soy yo la que delira.

  Y si no estoy perdiendo la cabeza, eso significa que él de verdad lo cree. ?Pero cómo puede creerlo?

  Aparentemente no tiene ninguna posibilidad. Pero escribí "aparentemente".

  La verdad es que no quiero morir.

  Quiero ver cómo se las arregla.

  La distribución en los apartamentos se realizó sin dificultad, pues las estructuras hexagonales eran innumerables. La disposición del lugar era tan metódica que uno podía llegar a pensar que se trataba de una arquitectura viva, evolutiva, como si las propias paredes anticiparan las necesidades de los recién llegados.

  No existía una sucesión prevista de día y noche en ese lugar. Cada uno debía establecer su propio ciclo decidiendo cuándo apagar la iluminación de su habitación.

  Cuando la luz desaparecía, era como ser absorbido por la nada, flotando en una oscuridad total que reforzaba la ilusión de estar perdido en el espacio. Las inmensas superficies acristaladas que daban al complejo no ofrecían ningún punto de referencia, salvo los destellos lejanos de las estructuras circundantes, acentuando esa sensación de aislamiento absoluto.

  A muchos les costó acostumbrarse a esa extra?a sensación, y la “noche” fue difícil. Pocos lograron encontrar un sue?o reparador.

  Al día siguiente —o lo que equivalía a ello—, Bulle despertó a los afortunados dormilones a la hora convenida. La sesión de hipnoense?anza comenzó poco después y duró más de tres horas. Al salir de ella, les atacó una fuerte migra?a, y las nanites tardaron bastante en disiparla.

  Después, Alan ordenó a Bulle que cesara toda comunicación destinada al conjunto de los terrícolas y que no contactara más que con Jennel o con él. "En otras palabras", precisó, "el Comandante y su ayudante oficial". Cualquier otra conexión requeriría su autorización. Bulle no hizo objeción alguna.

  Por la “tarde”, se autorizó a los humanos a visitar, en peque?os grupos, su Salón Secundario. Ese lugar, concebido para facilitar las interacciones entre especies, era accesible mediante un respirador portátil. Podía acoger a dos otras razas extraterrestres que respiraban atmósferas similares.

  Así, siguiendo lo mejor posible las instrucciones de Alan, conocieron a los Xi, un pueblo inteligente y refinado, que aún contaba con 72 naves de las 95 originales.

  Bulle les presentó a la Comandante Xi Mano, una figura imponente a pesar de su evidente gracia. Su aspecto era tan fascinante como desconcertante: su piel resplandeciente parecía tejida de luz y metal, reflejando los destellos cambiantes del Salón Secundario. Su cabeza alargada, de líneas fluidas, desprendía una elegancia casi escultórica, y sus grandes ojos oscuros captaban hasta la más mínima variación del entorno. Cada movimiento era preciso, medido, cargado de una seguridad natural.

  Se adelantó con una prestancia indiscutible y se detuvo a unos pasos de Alan. Sin pronunciar palabra, le transmitió su saludo por vía nanítica.

  —Comandante Alan, le traigo los saludos del pueblo Xi.

  Alan respondió de inmediato por el mismo canal, percibiendo la riqueza de matices en ese intercambio mental:

  —Comandante Xi Mano, sus saludos son recibidos con respeto. Que nuestro encuentro sea portador de entendimiento mutuo.

  Los Xi eran claramente un pueblo acostumbrado a los protocolos y a las sutilezas diplomáticas. Alan percibió al instante la precisión y disciplina con la que Xi Mano evaluaba su actitud, intentando discernir quién era realmente el nuevo humano entre las fuerzas mercenarias de los Gulls.

  Entonces Alan hizo notar a Bulle que en ese salón sólo había seres de aspecto humanoide. La Herramienta respondió que eso era frecuente: formas semejantes en atmósferas semejantes.

  Curiosos por descubrir especies más alejadas de su propia biología, Alan y su grupo se dirigieron a un rincón del Salón donde un peque?o grupo de criaturas distintas se mantenía al margen.

  —Son los Rok —explicó Bulle—. Solo quedan diez. Su raza está condenada a desaparecer.

  Los Rok tenían la piel arrugada y correosa, de tonos oscuros veteados con matices sutiles. Su cabeza angulosa, enmarcada por dos protuberancias óseas, les daba un aire severo e impenetrable. Sus ojos lechosos, sin pupilas visibles, parecían atravesar la oscuridad con una intensidad casi sobrenatural. Envueltos en pesados tejidos de patrones complejos, desprendían un aura de sabiduría ancestral y un desapego casi místico.

  —Son muy reservados y distantes. Se limitarán a saludaros desde lejos —precisó Bulle.

  Efectivamente, los Rok apenas inclinaron ligeramente la cabeza, con sus ojos inexpresivos fijos en los humanos. Ninguna palabra, ninguna transmisión por nanites. Solo un reconocimiento mutuo, silencioso y solemne.

  Entonces Alan pidió a Thabo, que formaba parte de ese primer grupo, que regresara al Salón Principal para ofrecer una descripción precisa de los extranjeros, de modo que los siguientes grupos no cometieran errores.

  Luego se volvió hacia Bulle y preguntó:

  —?Qué raza es la más representada entre los mercenarios?

  —Los Zirkis —respondió Bulle—. Son guerreros orgullosos y a veces temerarios. Son combatientes formidables y cuentan con 81 naves.

  Alan asintió y declaró:

  —Quiero conocer a los Zirkis.

  —No está previsto —replicó Bulle.

  —Ahora sí —dijo Alan sin vacilar.

  Bulle no discutió más y guió a Alan y a Jennel a través de los corredores del complejo. Jennel estaba absorta por todo lo que veía, con una chispa de emoción en los ojos. Alan leía en su rostro una satisfacción apenas disimulada. Cuando cruzaron sus miradas, ella sonrió y murmuró:

  —Es extraordinario. Sus Espectros son tan extra?os como su aspecto.

  Atravesaron una esclusa y se pusieron un traje hermético y sofisticado, aunque muy ligero. Su destino: el Salón Principal, un espacio colosal donde una multitud de criaturas de toda índole, protegidas por trajes adaptados a sus morfologías respectivas, se movía en una coreografía casi orgánica.

  Alan y Jennel se detuvieron, mudos de asombro ante esa profusión de especies.

  —He aquí un Zirkis —anunció Bulle.

  La criatura que avanzaba con una gracia mecánica ante ellos era tan aterradora como hipnótica. Su silueta recordaba a una enorme ara?a, con ocho extremidades articuladas que se movían con una coordinación perfecta. Su cuerpo central, oculto bajo un traje de reflejos oscuros y metálicos, parecía albergar un organismo biomecánico complejo. Una coraza quitinosa se adivinaba bajo el material protector, y sus múltiples ojos, brillando con una luz fría, daban la impresión de analizar cada detalle de su entorno con una precisión letal.

  —Pero os ignorará —a?adió Bulle—, porque aún no sois guerreros.

  Alan y Jennel observaron a la criatura con aparente calma, aunque sentían un escalofrío instintivo de desconfianza ante esa forma de vida tan distinta de la suya.

  Volvieron por el mismo camino hacia su propio Salón. Jennel estaba exultante, sus ojos brillaban con un fulgor casi infantil. Gesticulaba mientras hablaba, interrumpiéndose a veces para recuperar el aliento, tan desbordante era su entusiasmo.

  Tomaba a Alan como testigo, sus palabras brotaban en un torrente continuo: todas esas razas, todas esas morfologías, todas esas estructuras mentales, todos esos mundos distintos… ?era inimaginable! Se detenía a veces, lanzando una mirada en torno, como si intentara absorber cada detalle para asegurarse de que no estaba so?ando.

  —?Te das cuenta? ?Es más que ciencia ficción! ?Es una nueva realidad! —exclamó, incapaz de ocultar su fascinación.

  Alan le recordó con un tono más sobrio:

  —Esos mundos están muertos, o muriendo. Sus razas desaparecerán pronto.

  Jennel se detuvo en seco y repitió, con la voz vibrante de emoción:

  —Tienes que impedirlo… ?Tienes que impedirlo!

  Alan la miró con una mezcla de determinación y cautela. Inspiró profundamente antes de responder, sin rodeos:

  —Haremos lo que podamos.

Recommended Popular Novels