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29 - El Gran Cataclismo

  Jennel dio unos pasos sobre la hierba espesa que se extendía bajo sus pies, el suelo ligeramente húmedo delataba un rocío reciente. Todo en su interior le gritaba que algo no encajaba.

  Debería estar en un desierto, en un planeta árido, cerca de los restos de la nave Inicial…

  Pero no.

  El paisaje que se desplegaba ante ella era de una belleza salvaje y virgen. Altas monta?as se alzaban a lo lejos, con sus cumbres nevadas, y entre ellas, lagos de un verde esmeralda brillaban bajo un sol extra?amente dorado. El aire era claro, fresco, vibrante con una energía que no lograba identificar.

  Su corazón latía con fuerza. Seguramente era Ieya… pero no la Ieya que conocía.

  Intentó de inmediato contactar con Ami, su guía, su ancla en este viaje absurdo.

  Silencio.

  Sin respuesta.

  Jennel sintió una angustia helada cerrarle la garganta. Si Ami no la había seguido…

  Si el Precursor se había equivocado en la manipulación…

  Entonces estaba realmente perdida en el pasado.

  Atrapada aquí. Sola.

  La idea debería haberla aterrorizado. Debería sentirse aplastada por la magnitud de ese error, por la perspectiva de un exilio sin retorno.

  Y sin embargo… algo le impedía derrumbarse.

  Un detalle.

  Una certeza latente que flotaba en el fondo de su mente: existía un vínculo entre Ieya y ella.

  Ese vínculo existía desde siempre. Estaba en los archivos arwianos, perdido en un pasado tan remoto que se había vuelto leyenda.

  Pero ese pasado… ?podía ser aquí un futuro cercano?

  Jennel sacudió la cabeza, alejando la espiral vertiginosa de paradojas temporales que amenazaba con devorarla.

  Y de pronto, una voz resonó en su mente.

  —Lo siento, flujo energético inestable. Proximidad del Gran Cataclismo.

  Un alivio violento la invadió.

  Ami estaba allí.

  —?Sigues conmigo? —dijo en voz alta, sin saber si el sonido tenía sentido o si todo ocurría solo en su mente.

  —Sí. Pero perturbado.

  Jennel exhaló lentamente.

  —?Dónde estamos?

  Silencio.

  Luego, una respuesta frustrante:

  —Tampoco lo sé.

  Jennel soltó una risa seca, nerviosa.

  —Genial. ?Mi guía está tan perdido como yo?

  —Energía temporal fluctuante. Dificultad de orientación.

  —Qué útil eres…

  Cerró los ojos e inspiró profundamente. Debía mantener la calma.

  Ese lugar…

  Ese tiempo…

  No era el adecuado para encontrar la nave Inicial.

  —Ami, debemos elegir el Camino correcto.

  —Confirmación.

  Jennel abrió los ojos, y las monta?as ba?adas en luz le parecieron de pronto aún más irreales.

  —Entonces dime… ?cómo se cambia de Camino temporal?

  El silencio se alargó.

  Jennel apretó los pu?os. ?Por qué no respondía?

  —?Ami? —lo llamó, con un tono más tenso del que habría querido.

  Pasaron unos instantes, segundos interminables donde su preocupación se transformó en una oleada de angustia sorda. Finalmente, la voz resonó de nuevo en su mente.

  —No hemos cambiado de lugar geográfico.

  Jennel alzó una ceja.

  —Entonces… ?dónde está la Ciudad Perdida?

  Un latido. Una vacilación.

  —Aún no está.

  Jennel sintió que el corazón se le detenía un segundo.

  —?Cómo que no está?

  —Solo se ha ausentado.

  Jennel parpadeó.

  ?Ausentado?

  La absurda frase estuvo a punto de hacerla estallar de frustración. Se contuvo de lanzar la pregunta que le venía a la cabeza, y se mordió la mejilla por dentro.

  No ahora. Aún no.

  Inspiró hondo.

  —?Y el Camino temporal?

  —Comienza más tarde.

  —?Más tarde? —frunció el ce?o—. Dijiste que iríamos al nudo temporal.

  —Ambos Caminos aún están confundidos.

  Esa respuesta la hizo detenerse. ?Qué significaba “aún”?

  —Y ese famoso nudo, ?dónde está entonces?

  Un breve silencio, luego:

  —Nos hemos deslizado ligeramente. El nudo está un poco más allá.

  La sangre de Jennel se heló.

  —?Más allá? —susurró.

  Un escalofrío le recorrió la espalda.

  ?Deslizado?

  ?Qué significaba eso?

  Giró lentamente sobre sí misma, observando el paisaje inmaculado, las monta?as imponentes, los lagos centelleando bajo un sol suave e irreal.

  Estaba perdida.

  En un pasado que quizá no era el pasado correcto.

  —?Cuánto tiempo? —preguntó con una voz más seca de lo que pretendía.

  Ami dudó.

  —Aquí, esa pregunta no tiene sentido.

  Jennel sintió que una ola de pánico comenzaba a subirle por la garganta.

  —Entonces dímelo de otra forma.

  —El Precursor nos dejó muy cerca de nuestro destino.

  Apretó más fuerte los brazos cruzados sobre su pecho.

  —?Y qué significa eso de “muy cerca”? —escupió.

  —Un poco de paciencia.

  Jennel estalló.

  —?CUáNTA paciencia, Ami? ?Un siglo? ?Mil a?os? ?Más?

  Su voz resonó en la inmensidad, se perdió en el viento suave que barría los prados.

  Sin respuesta.

  Cerró los ojos y respiró hondo.

  Respira, Jennel.

  Mantén la calma.

  Si cedía al pánico ahora, no lograría nada.

  Jennel inspiró y se obligó a formular la siguiente pregunta con calma.

  —Ami, estamos antes del Gran Cataclismo, y la nave Inicial es posterior. ?Puedes confirmármelo?

  Silencio. Luego, una respuesta simple y tajante:

  —Sí.

  Jennel asintió con la cabeza, tratando de racionalizar la situación.

  —Entonces, si queremos llegar a la nave, debemos pasar más allá del Gran Cataclismo.

  Ami no respondió de inmediato.

  Jennel sintió impaciencia, pero sabía que presionar no ayudaría. Cerró los ojos e intentó calmar su respiración.

  Pasó un largo minuto.

  Finalmente, la voz de Ami volvió, con un matiz que no había percibido antes: una vacilación casi… humana.

  —Estoy en contacto con otros Pensadores.

  Jennel se sobresaltó ligeramente.

  —Están dentro de un bucle temporal. Una época en la que la Ciudad Perdida aún no ha sido construida.

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  Jennel frunció el ce?o.

  —Explícamelo, Ami.

  Una leve pausa.

  —El Gran Cataclismo romperá este bucle.

  Jennel tragó saliva.

  —?Romper?

  —Proyectará todos los periodos hacia un futuro planetario.

  Sintió un sudor frío correrle por la espalda.

  —Todo cambiará. Excepto lo que esté protegido.

  Jennel abrió la boca, pero Ami continuó, como si supiera qué iba a preguntar.

  —En una zona estable.

  Parpadeó.

  —?Como la Ciudad Perdida?

  —Sí.

  Jennel sintió un ligero mareo.

  —Entonces… ?estamos protegidos?

  —El tiempo fluirá normalmente para ustedes.

  Jennel sacudió lentamente la cabeza.

  —?Pero entonces cómo llegaremos al momento correcto?

  —El Camino se creará.

  —?Qué Camino?

  —El suyo. Aquel del que vienen.

  Jennel se pasó una mano por la frente, intentando ordenar sus pensamientos.

  —Entonces, si resumo: estamos en una zona estable, y cuando llegue el Gran Cataclismo, ?nos proyectará al momento deseado?

  —No.

  Jennel entrecerró los ojos.

  —?No?

  —El Gran Cataclismo no los proyectará. Pero una vez en su Camino, el Precursor podrá hacerlos deslizar hacia el momento deseado.

  —?Y por qué no lo hizo directamente?

  —Lo intentó, pero el Gran Cataclismo tiene un tipo de atracción temporal que los atrapó.

  Jennel abrió la boca para protestar, luego se contuvo.

  No lo entendía todo, pero comprendía lo esencial.

  Soltó un peque?o suspiro y esbozó una sonrisa forzada.

  —Acabas de hacer un buen esfuerzo de explicación, Ami.

  No respondió, pero ella sintió que aceptaba el cumplido.

  Entonces formuló la pregunta que le quemaba los labios desde hacía minutos.

  Esta vez, su voz fue más tímida.

  —?Cuándo ocurrirá el Gran Cataclismo?

  Silencio.

  Luego, una respuesta simple:

  —Está aquí desde su llegada.

  Jennel abrió los ojos de par en par.

  Y entonces, la tierra bajo sus pies empezó a temblar.

  Jennel apenas lograba mantenerse en pie. Las vibraciones, primero suaves y espaciadas, se repetían ahora con una frecuencia creciente, como un latido creciente a través del suelo. Se arrodilló, aferrándose desesperadamente a una roca para no caer. Frente a ella, el paisaje comenzaba a ondular de forma irreal.

  Los acantilados oscuros que rodeaban los lagos parecieron desplazarse lentamente, como si se deslizaran sobre una alfombra invisible. Las aguas espejadas, que reflejaban el cielo, se retiraron de repente, como absorbidas por las entra?as de la tierra, dejando tras de sí fondos agrietados y secos. Luego, sin advertencia alguna, regresaron, llenando las cuencas con la misma brutalidad.

  El frío cayó de golpe. Un viento cortante se levantó, arrastrando consigo una ráfaga glacial. La nieve empezó a arremolinarse en el aire, formando un velo opaco que oscureció el horizonte en cuestión de segundos. Jennel sintió la mordedura del invierno caer sobre ella sin transición. Miró su refugio precario: una simple cornisa rocosa que ya comenzaba a desaparecer bajo la acumulación repentina de nieve.

  Entonces, todo cambió de nuevo. La oscuridad de la tormenta se disipó en un parpadeo. El calor regresó con violencia, derritiendo la nieve que se transformó en torrentes rugientes que descendían por las pendientes. En un instante, era verano. El sol, alto en el cielo, golpeaba las rocas que humeaban bajo la evaporación súbita. Pero el calor fue efímero, pues ya un nuevo ciclo comenzaba.

  Jennel sintió cómo la pánico crecía dentro de ella. Verano, invierno, día, noche… Todo se alternaba cada vez más rápido, como si el tiempo mismo se hubiera convertido en una tormenta desatada. El suelo tembló bajo sus pies, se abrían y cerraban grietas abismales en un caos inhumano. Quiso gritar, pero el aliento se le quedó atrapado ante el horror de lo que veía.

  Un estruendo monstruoso retumbó. Delante de ella, en un desgarrón de la tierra, surgieron acantilados titánicos. Se alzaron como impulsados por una fuerza divina, elevándose hasta ocultar el cielo. Y apenas alcanzaron su cúspide, una fuerza invisible los abatió nuevamente hacia las entra?as del planeta.

  El mar, hasta entonces ausente, se materializó en una ola colosal. Su rugido desgarró el aire mientras se precipitaba hacia Jennel. En un instante, el agua cubrió las llanuras, elevándose a una velocidad aterradora. Pero apenas alcanzó su cima, pareció evaporarse, regresando al vacío del que había surgido.

  Jennel jamás había sentido tal impotencia. Quería huir, pero ?hacia dónde correr cuando el mundo mismo carecía de lógica? Luego, sin previo aviso, la roca bajo sus pies se desmoronó. Los toques de verdor desaparecieron, reemplazados por un polvo rojizo. Un desierto se formaba ante sus ojos, mientras acantilados de ocre se alzaban lentamente a su alrededor.

  La oscuridad cayó de golpe, total, absoluta. Jennel temblaba de pies a cabeza.

  Entonces, apareció una luz ondulante. Una serpiente de energía líquida se extendió como un río fantasmal, iluminando el espacio con un resplandor irreal. Jennel comprendió que estaba en una caverna. Pero no una cualquiera. Lentamente, como surgida de las profundidades del tiempo mismo, apareció una ciudad.

  Sus contornos se definían con una lentitud fascinante. Los edificios, esculpidos en roca milenaria, se materializaban poco a poco, como si el pasado se estuviera reconstruyendo ante sus ojos. Era una ciudad de piedra, nacida de la nada, traída de vuelta por la fuerza del Gran Cataclismo.

  La Ciudad Perdida de los Precursores.

  Alan transmitió dos comunicaciones urgentes al Complejo Confederado. La primera fue dirigida a los almirantes de la Flota, ordenando la concentración inmediata de todas las escuadras disponibles en el sistema de Arw. Cada unidad, cada nave en condiciones de combatir, debía converger lo antes posible.

  La segunda transmisión estaba destinada a la Presidenta Xi Mano. Le expuso rápidamente la situación global: la nave Gull, la activación sospechosa de las microesferas, la eventualidad de un ataque directo sobre Arw… y sobre todo, el hecho de que Jennel estaba sola, en algún punto del pasado, sin que nadie pudiera decir cuándo volvería.

  Xi Mano escuchó en silencio, pero Alan percibió una tensión inusual en su Espectro. Estaba preocupada, profundamente. Y eso lo perturbó aún más: los Xi dominaban sus emociones con una maestría extrema.

  Tras cortar la comunicación, Alan se quedó inmóvil.

  Su mirada se posó sobre el holograma galáctico proyectado en el centro del puente. Una parte de él le gritaba que se quedara en Ieya, que no se moviera, que no partiera hasta que Jennel regresara. Pero otra voz, más fría, más pragmática, le recordaba sus responsabilidades.

  Si se quedaba allí y el ataque sobre Arw se confirmaba, no podría hacer nada. Tenía que asumir su papel.

  Comenzó a recorrer el puente de mando, incapaz de permanecer quieto, sintiendo el peso de la mirada de su tripulación. Todos esperaban. Ya no podía dudar.

  Se detuvo bruscamente y se volvió hacia Mehmet.

  —Rumbo al sistema donde se detectaron las microesferas. Debemos entender qué son y qué planean hacer.

  Mehmet asintió y transmitió las órdenes a los pilotos. Pocos minutos después, el crucero se lanzó al salto hiper-cuántico.

  El trayecto duró algunas horas. El salto terminó, y el crucero emergió en el vacío estelar.

  Nada más llegar, Alan abrió un canal prioritario con Xi Mano.

  —Presidenta, voy a necesitar una nave en espera sobre Ieya.

  Xi Mano no respondió de inmediato.

  —?Para esperarla?

  —Sí. Si regresa… debe tener un medio para reunirse con nosotros.

  Xi Mano aprobó sin vacilar.

  —Enviaré un crucero al lugar de su aterrizaje. Permanecerá en vigilancia.

  Alan le agradeció con un leve movimiento de cabeza antes de cortar la comunicación.

  Entonces los sensores entraron en acción. Se?ales aparecieron en la pantalla holográfica. Las agrupaciones de microesferas estaban allí, inmóviles en el espacio.

  —Los exploradores arwianos ya están en la zona —se?aló Mehmet—. Mantienen distancia, pero vigilan.

  —Aproximación prudente —pidió Alan.

  El crucero terrestre activó sus escudos y comenzó a avanzar, lenta pero inexorablemente, con los ca?ones cargados, apuntando a la primera agrupación.

  Los datos tácticos desfilaban por la pantalla principal, proyectando una imagen holográfica de las agrupaciones de microesferas esparcidas en el espacio. Estaban inmóviles por ahora, como sombras suspendidas en el vacío, pero Alan sabía que no permanecerían así para siempre.

  —?Ninguna reacción? —preguntó.

  Mehmet negó con la cabeza, los ojos fijos en los registros.

  —Ninguna. Están completamente inertes. Ningún campo energético activo, ninguna variación detectada en sus frecuencias internas.

  Alan no se dejaba enga?ar. Conocía demasiado bien a los Gulls para creer en una simple inercia.

  —Arin Tar confirmó su propulsión hiper-cuántica. Por lo tanto, fue detectable en el pasado.

  Se acercó a la consola de control y redujo la proyección holográfica, centrando la imagen en Arw y la trayectoria probable de las microesferas.

  —Escaneen a fondo su estructura. Modo espectrometría avanzada. Verifiquen toda firma energética residual.

  Un leve zumbido estático llenó el puente mientras los sensores se adentraban en las profundidades de cada microesfera, rastreando la menor se?al, la más ínfima variación de densidad o de carga.

  Pasaron algunos segundos.

  Entonces Mehmet inspiró bruscamente.

  —Almirante, tenemos algo.

  Alan se volvió hacia él, con la mirada penetrante.

  —Dígame.

  Mehmet ajustó los parámetros del análisis y proyectó un zoom sobre una microesfera en particular. Un leve estremecimiento aparecía en la onda energética, una oscilación casi imperceptible.

  —No están apagadas —confirmó—. Están en estado de reposo.

  Alan cruzó los brazos, con una expresión sombría en el rostro.

  —Están esperando una se?al de activación.

  Mehmet asintió lentamente.

  —Y no tenemos idea de cuál será esa se?al.

  Un silencio pesado se apoderó del puente. Alan sabía lo que eso significaba: debían anticipar una activación repentina y prepararse para lo peor.

  Activó un enlace con Arin Tar.

  —Almirante, hemos confirmado que las microesferas están en reposo, pero siguen operativas. Están esperando una se?al.

  Arin Tar frunció el ce?o.

  —?Tiene alguna estimación del tipo de se?al?

  —No, pero es probable que sea de origen hiper-cuántico. Seguramente emitida por la nave Gull.

  Arin Tar asintió, pensando con rapidez.

  —Ordenaré a las escuadras que estén listas ante una activación repentina. Pero sería demasiado arriesgado atacar las máquinas enemigas en su zona actual. Podrían aprovechar nuestra llegada para transportarse a Arw.

  Alan estuvo de acuerdo.

  Pero algo lo inquietaba en esa intervención de la Almirante.

  Era una sensación difusa, una disonancia apenas perceptible, pero que no quería desaparecer. Todo lo que se ponía en marcha parecía lógico. Arin Tar compartía ese análisis sin una sola objeción.

  Demasiado coherente.

  Alan repasaba y repasaba la situación en su mente, buscando el punto de ruptura, el elemento que se le escapaba. Cuanto más revisaba su razonamiento, más el escepticismo se insinuaba.

  ?Para qué servían esas microesferas?

  La respuesta más plausible: para devastar Arw.

  Pero ?era eso una certeza? No.

  ?Cuándo?

  Ese detalle, esa diminuta mota en el engranaje, se negaba a encajar en la lógica general.

  Si los Gulls conseguían su modificación temporal, no habría más microesferas, ni el Arw actual.

  Y un ataque previo a Arw no sería necesario. Y los Gulls no realizaban acciones inútiles.

  Y era altamente improbable que los Pensadores sacrificaran Ieya negándose a ayudar. Y sin embargo, esa era la hipótesis que él había sostenido.

  ?Una eventualidad altamente improbable!

  Pero aún quedaba una posibilidad…

  Si los Gulls habían previsto un acto de venganza póstuma, una activación de las esferas como último recurso.

  No. Esa posibilidad no podía sostenerse porque ellos ignoraban la tentativa de Jennel.

  ?Por qué entonces esa duda persistente?

  Los Gulls no tendrían, en principio, razón alguna para desplegar esas microesferas desde su visión táctica. No contemplarían un fallo con los Pensadores. Y probablemente tenían razón.

  Entonces, ?qué hacían?

  Habían organizado algo.

  Y también habían previsto que nosotros privilegiaríamos la protección de Arw.

  Y que los arwianos no atacarían las esferas, tal como había confirmado Arin Tar.

  Mehmet, inclinado sobre su consola, alzó bruscamente la cabeza, con el ce?o fruncido.

  —?Almirante, las microesferas acaban de ser expulsadas de sus soportes!

  Alan dirigió de inmediato la mirada al holograma táctico proyectado en el centro del puente. En la pantalla, cientos de puntos luminosos se desprendían de sus agrupaciones. Al principio inertes, comenzaron a pulsar débilmente y luego a alejarse lentamente de su posición original.

  —Se están activando… —precisó Mehmet.

  Las microesferas parecían impulsadas por motores de baja potencia, pero en lugar de dirigirse hacia un objetivo definido, comenzaron a dispersarse de forma aparentemente aleatoria.

  —?Análisis de trayectoria? —preguntó Alan con tono seco.

  —Se están separando en grupos —respondió uno de los oficiales—. Parece que intentan organizarse…

  Alan frunció el ce?o. Eso era exactamente lo que le preocupaba. No se trataba de un simple despliegue de drones ofensivos.

  —Sáquennos de esta zona inmediatamente —ordenó.

  El crucero se alejó con precaución del extra?o ballet de las microesferas, tomando suficiente distancia para observar su comportamiento sin exponerse. A medida que pasaban los minutos, surgió un patrón preciso del caos inicial.

  Las microesferas se agrupaban en una estructura colosal poliédrica, formando una gigantesca red tridimensional.

  —Es una red… —murmuró Mehmet.

  La red, en expansión al principio, pareció alcanzar un equilibrio perfecto y luego se inmovilizó súbitamente.

  Un silencio pesado cayó sobre el puente.

  Alan cruzó los brazos, con la mirada fija en la estructura iluminada.

  —?Qué nos dice el escaneo?

  El oficial a cargo del análisis negó con la cabeza.

  —Nada. Ninguna se?al activa, ninguna comunicación, ninguna firma energética detectable. Es como si estos objetos… simplemente estuvieran ahí.

  —Imposible —murmuró Mehmet—. Se han movido, funcionan, tienen un propósito.

  Alan pensaba con rapidez. Aquello era demasiado elaborado para ser solo una formación de ataque. Tenía que comprender su función.

  —Nos acercamos —declaró de pronto.

  Mehmet abrió la boca para protestar, pero se contuvo al ver el rostro decidido de su superior. El crucero volvió a ponerse en marcha, deslizándose lentamente hacia la extra?a formación.

  Al acercarse a la red, todo parecía normal. No aparecía ninguna alerta en las pantallas, ningún campo de fuerza perturbaba su avance.

  —?Aún nada? —preguntó Alan.

  —Nada detectable —confirmó el oficial encargado de los escaneos.

  Alan frunció el ce?o. Todo era demasiado tranquilo. Demasiado perfecto.

  —Penetración en la red.

  El crucero atravesó lentamente el límite invisible del poliedro.

  En un instante, los detectores de a bordo comenzaron a parpadear frenéticamente.

  —?Sensores de localización en error! —gritó Mehmet.

  —?La IA sufre un malfuncionamiento! —a?adió un técnico.

  —?Qué da?os?!

  —Interferencia en los sensores, fallos en los sistemas de navegación, las comunicaciones se vuelven inestables…

  Alan se levantó bruscamente.

  —?Salgan de ahí! ?Ahora mismo!

  Los motores del crucero rugieron mientras escapaban de la red a máxima potencia. Apenas abandonaron la estructura, los sistemas comenzaron a reiniciarse uno por uno.

  —?Informe! —ordenó Alan.

  La IA principal, aún inestable, parpadeó unos instantes antes de hablar con una voz alterada:

  —Problema detectado en el reloj del sistema. Recalibrando…

  —?Reloj del sistema? —repitió Alan, perplejo.

  La IA continuó tras una breve pausa:

  —Fenómeno temporal detectado.

  Alan se quedó inmóvil.

  Todo quedó claro de repente.

  Se volvió lentamente hacia el holograma táctico donde la red formada por las microesferas aún brillaba, silenciosa e inmóvil.

  —Esto no es una formación ofensiva… No es ningún campo de control —murmuró.

  Inspiró profundamente, y su voz se hizo más firme:

  —Es una Red Temporal.

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