La noche había envuelto el castillo en su manto de sombras. La luna, solitaria y pálida en el firmamento, proyectaba su luz tenue sobre los antiguos pasillos de piedra, esculpiendo siluetas fantasmales en los muros. El reino de los monstruos dormía sumido en un profundo silencio, roto apenas por el murmullo del viento que serpenteaba entre las torres y las almenas.
En sus aposentos, la reina Melty reposaba sobre un lecho de terciopelo oscuro, su respiración acompasada, su mente vagando en el etéreo mundo de los sue?os. Pero la quietud no duró mucho. Unos golpes suaves resonaron en la puerta, discretos pero insistentes, arrastrándola de regreso a la vigilia. Entreabrió los ojos, desorientada por un instante, mientras la realidad volvía a asentarse a su alrededor.
?Quién podría necesitarla a estas horas?
—Pasen —dijo, su voz aún te?ida de somnolencia.
La puerta se abrió con cautela, y dos sirvientes ingresaron en la habitación, inclinando la cabeza con reverencia. Permanecieron unos segundos en tenso silencio antes de atreverse a hablar.
—Disculpe que la despertemos, Majestad —dijo el primero con evidente timidez—, pero la ni?a humana lleva un rato llorando, y no sabemos qué le ocurre.
Melty parpadeó, su mente sacudiéndose los últimos vestigios de sue?o.
—?Llorando? —repitió en un murmullo—. ?No debería estar dormida?
Los sirvientes intercambiaron miradas vacilantes, pero ninguno se atrevió a responder. La reina suspiró y se incorporó lentamente, pasándose una mano por el cabello rizado.
—Tráiganla.
No necesitó decir más. Los sirvientes asintieron y abandonaron la estancia con pasos apurados. Pasaron unos minutos en los que el silencio volvió a llenar la habitación, pero esta vez no era un silencio sereno, sino expectante.
Cuando regresaron, traían a la ni?a en brazos.
Los sollozos aún agitaban el peque?o cuerpo de Rishia. Sus mejillas estaban húmedas por las lágrimas, y sus diminutos pu?os se cerraban y abrían en un gesto inconsciente, como si intentara aferrarse a algo que no estaba allí.
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Melty extendió los brazos.
—Dámela.
Con cuidado reverente, los sirvientes depositaron a la ni?a en su regazo. Rishia se removió inquieta, incapaz de encontrar consuelo, hasta que Melty la sostuvo con firmeza, acunándola contra su pecho. Apenas sintió el calor de la reina rodeándola, sus sollozos comenzaron a calmarse. Su respiración, antes entrecortada por el llanto, se fue tornando más pausada.
Melty la observó con atención. Era tan peque?a, tan frágil… Sus grandes ojos oscuros, aún empa?ados de lágrimas, parpadearon con una mezcla de confusión y alivio al encontrarse con los suyos.
—Majestad… —vaciló uno de los sirvientes—. ?Está segura de que quiere quedarse con ella esta noche?
Melty no apartó la vista de la ni?a. Algo en su interior ya había tomado una decisión antes incluso de que las palabras abandonaran sus labios.
—Sí. Pueden retirarse.
Los sirvientes hicieron una última reverencia y salieron en silencio, cerrando la puerta tras ellos. La estancia quedó en penumbra, iluminada solo por la luna y el suave resplandor de una lámpara de aceite en la mesilla.
La reina meció a Rishia con lentitud, permitiendo que el ritmo tranquilo la envolviera. La ni?a la miraba con una curiosidad insondable, su expresión inocente pero atenta.
—?No te gusta dormir sola, tal vez? —preguntó Melty en voz baja, más para sí misma que esperando respuesta.
No hubo más llanto. Solo el débil sonido de una risita juguetona, casi imperceptible en la quietud de la noche.
Melty arqueó las cejas, sorprendida.
No recordaba la última vez que había escuchado una risa así. Ni tampoco la última vez que se había sentido tan… natural sosteniendo a un ni?o en brazos.
Nunca había sido madre. Nunca había tenido la oportunidad.
Los monstruos no nacían de la misma forma que los humanos. No había cunas en su mundo, ni llantos de recién nacidos en los hogares. Surgían de la esencia misma del mundo, emergiendo de las monta?as, de la niebla, de las raíces del bosque. Eran parte de la naturaleza misma, sin lazos de sangre que los unieran a nadie más que a su propia existencia.
Pero sostener a Rishia así… escuchar su risa… sentir su diminuto cuerpo acurrucarse contra el suyo…
Era diferente.
Era nuevo.
Era un vínculo que no esperaba, pero que, de algún modo, ya no quería soltar.
Lentamente, con un gesto instintivo, acarició la mejilla de la ni?a con la yema de los dedos.
—No vas a estar sola nunca más, ?de acuerdo? —susurró.
Como si pudiera comprender el significado de sus palabras, Rishia tomó su mano con sus diminutos dedos, aferrándose con la fuerza de quien teme perder lo único que le queda. Sus ojos, tan profundos para un ser tan peque?o, se clavaron en los de Melty, y por un instante, la reina sintió que ese lazo invisible entre ambas se volvía aún más fuerte.
Un nudo se formó en su pecho.
?Era apego? ?Instinto?
No lo sabía.
Pero lo cierto era que, aunque Rishia no llevara su sangre… aunque no perteneciera a su mundo…
Ya la sentía como suya.
La ni?a suspiró suavemente, su cuerpecito relajándose poco a poco. Su respiración se volvió más lenta, más tranquila. En cuestión de minutos, el sue?o la reclamó de nuevo.
Pero Melty no la soltó.
Ni esa noche…
Ni nunca.