La ciudad de Panxian se extendía como una enorme bacteria anclada a un promontorio de piedra a orillas del mar de Eilna. Desde la distancia, se podía apreciar cómo rebosaba de gente en las escaleras de mármol de la urbe vertical.
?Qué extra?a sensación es ver tanta vida después de haber pasado meses en aquel desierto plagado de orcos?, pensó Ludan mientras sostenía las riendas de su caballo oscuro, que parecía tan ansioso como él de recorrer el camino que llevaba hasta la ciudad, rodeado de campos de trigo y arroz.
Delante de él, Sarric conducía el enorme alce con una parsimonia fingida, aunque el tiempo que había compartido con su socio le decía al elfo que estaba tan ansioso como él por recorrer las calles de la enorme ciudad, la tercera más grande de Anen y su principal puerto.
Sabía que Sarric quería perderse entre sus mercados, ver tantas mujeres bellas —desde nobles hasta campesinas— caminando entre sus calles con prendas cortas debido al calor.
Después de un par de horas, la ciudad los absorbió. Caminaron por los mercados como llevados sin rumbo, observando las casas y los edificios medianos que correspondían a herrerías, carnicerías, casas herbáreas, prostíbulos y todo tipo de negocios que se api?aban como moluscos entre las calles empedradas.
Al cabo de un rato, sin embargo, llegaron al castillo principal, que se alzaba como un majestuoso ser de mármol blanco y torres del mismo color en la mismísima costa, junto al puerto.
—Será mejor que nos demos prisa. La reunión será pronto.
Dejaron el caballo y al alce en una casa de monturas y continuaron a pie hasta las murallas del castillo, donde los guardias reales, ataviados con sendas armaduras blancas y alabardas más altas que ellos, les cortaron el paso.
—Hoy no se permiten visitas —les dijo uno de ellos, mirándolos como si fueran poco más que alima?as intentando trepar por su armadura.
?Y eso que llevamos menos de una semana sin ba?arnos?, pensó Ludan, recordando el ba?o que se había dado en Xelax unos días antes, después de ser atendido por sus "amigas". ?No quiero ni imaginar el trato que nos darían si nos vieran recién salidos del desierto?.
—Tenemos una cita con Lord Lororin, mi se?or.
Al escuchar el nombre, el guardia abrió los ojos como platos, pero recuperó la compostura al instante y continuó con sus miradas despectivas.
—Esperen aquí un momento.
Al cabo de un buen rato, al fin los dejaron pasar, y tuvieron que subir una serie interminable de escaleras blancas con peque?as enredaderas en los bordes.
Cuando estuvieron en la parte alta, Ludan pensó que el esfuerzo había valido la pena. Habían llegado a una terraza llena de mesas, donde varios sirvientes se movían de un lado a otro, atendiendo a los elegantes comensales que, sin duda, pertenecían a la nobleza de la ciudad.
Sarric caminó hacia el fondo, donde un anciano de túnica blanca y un cetro del mismo color los esperaba en una mesa, fumando tranquilamente en una pipa de madera en forma de caracol.
—?Mis queridos amigos! —dijo el hombre, levantándose con los brazos extendidos, mientras su larga barba blanca se movía de un lado a otro—. Pensé que no vendrían a disfrutar conmigo de este bello día. Por favor, tomen asiento.
Después de las formalidades y de que unos sirvientes les llevaran cerveza de mantequilla espumosa, el anciano continuó con su cháchara, como si llevara a?os sin hablar con nadie, mientras el brillo del mar de la tarde se reflejaba en sus ojos.
—?No es hermoso? —les preguntó, se?alando la bahía, que estaba atestada de naves de todos los tama?os, desde peque?os pesqueros y esquifes hasta galeones de tres pisos, navegando sobre un mar turquesa—. Al diablo con Dalux, ésta debería ser la capital del reino. Si el emperador tuviera una pizca de sentido común, habría trasladado la capital aquí hace mucho tiempo, y no a ese lago humeante tan alejado del mar.
—Debo admitir que es impresionante —dijo Sarric después de meditarlo un poco—. Pero resulta que la capital es tres veces más grande y está en un punto estratégico, en la mitad del país.
—Bah, qué de estratégico pueden tener tres muros en medio de un valle oscuro —dijo el anciano entre pipazos—. Claro, tú eres un vampiro; para ti, la oscuridad es lo mejor. Me sorprende que no hayas podido apreciar la belleza del sol, y sobre todo del mar, desde que te di el orbe antiquemaduras.
—Gracias al regalo de mi se?or, pude apreciar la belleza del sol... pero el mar, ya sabes lo que me ocurriría si me diera un chapuzón.
—Es cierto, es cierto... será mejor que te mantengas al margen. Pero no me han hablado de su aventura en el desierto de los gusanos. ?Qué tal ha estado la caza de orcos?
Ludan continuó degustando la cerveza espumada mientras su compa?ero respondía a la pregunta del extra?o mago que los tenía disfrutando de una de las mejores vistas del reino.
—Nada mal, mi se?or. Hemos acabado con tantos altos orcos como hemos podido... hasta que se enteraron de la amenaza y comenzaron a andar en bandadas cada vez más grandes, lo que nos obligó a salir por patas. Esperaremos a que pase otro cuarto de cosecha y volveremos una vez que hayan bajado la guardia.
—Qué noble oficio es exterminar a esas criaturas despreciables... pero me temo que podemos dejar esos cerdos de dos patas a otros novatos entusiastas... me parece que el reino ahora necesita guerreros de verdad. Guerreros de su categoría.
?Vaya, las cosas comienzan a ponerse interesantes?.
—De qué diablos hablas, maege Lororin. Sabes que somos independientes. No nos gustan los gremios, y mucho menos los ejércitos. Mi compa?ero elfo y yo no nos sentimos muy cómodos recibiendo órdenes.
El anciano dio un par de bocanadas a su pipa, con suspiros que parecían salir del fondo de su alma. Luego continuó:
—Hijo mío, tarde o temprano todos los hombres tenemos que comprender que siempre habrá alguien a quién servir por encima de nosotros, sin importar a qué nos dediquemos... pero en este caso se trata del reino mismo.
—?Qué problemas puede tener el todopoderoso imperio aneita que no pueda resolver sin un par de mercenarios al borde del retiro, mi se?or?
—Un solo hombre puede cambiar el curso de la guerra. Sobre todo si se trata de un vampiro... o de un elfo elegante.
—Tus palabras nos halagan, maege, y aunque dudo que nos convenzas, podrías hablarnos un poco de la razón por la que buscas involucrarnos en tu... empresa.
—No es mi empresa, hijo. Es la del reino que te vio nacer y que tanto les ha dado a ustedes. Se trata del emperador mismo. —El anciano bajó un poco la voz. Hizo ademán de continuar hablando, pero de pronto, como un perro que siente la presencia de un intruso, guardó silencio y se levantó de su silla, mirando hacia el horizonte, hacia el infinito mar.
Ensure your favorite authors get the support they deserve. Read this novel on Royal Road.
—?Qué ocurre, mi se?or? —dijo el vampiro, levantándose a su lado.
Ludan también presintió de pronto el peligro y dejó la cerveza a un lado. Algo se acercaba. Entonces, después de agudizar su privilegiada vista de elfo nocturno, percibió en la distancia que varios seres se acercaban volando a la ciudad.
?Maldición, arpías?.
Las alcanzó a distinguir mucho antes que los arqueros humanos que poblaban las almenas y las torres del castillo, mucho antes que los sorprendidos nobles que poblaban la terraza, que empezaron a correr espantados hacia el interior de la fortaleza cuando las arpías comenzaron a caer sobre el lugar con sus garras afiladas, emitiendo chillidos que aturdían la razón.
—??Tienen armas de rango?! —les preguntó el anciano, mientras se ocultaba detrás de una mesa de forma estratégica, tras aniquilar un par de bestias con rayos lanzados desde su cetro.
—?Sí! —respondió el vampiro—. ?Ludan, pásame la ballesta!
El elfo llevaba varios meses sin usar su ballesta de doble tiempo, que no resultaba muy útil contra los fornidos orcos del desierto, pero allí, contra seres voladores pero de pocas defensas como las arpías, era el arma perfecta.
—?Muy bien, caballeros! El nombre del juego ahora es que me mantengan vivo hasta que prepare mi habilidad definitiva. Acaben con todo lo que se acerque.
El siguiente cuarto de vela pasó con la lentitud de un siglo para Ludan, mientras disparaba y se escondía detrás de una mesa para recargar su arma. Por suerte, los a?os no habían nublado su puntería, y consiguió acabar con tantas criaturas enemigas como pudo, clavando los dardos en sus cuerpos semidesnudos cubiertos por plumaje oscuro.
?Qué bichos tan feos?, fue lo único que pudo pensar, a medida que el comedor al aire libre se llenaba de sus cadáveres.
Su puntería mejoraba con el pasar de los minutos, pero el número de arpías enemigas y arqueros montados en aguilones comenzaban a nublar el cielo como la noche.
—?Aguanten, mis guerreros, ya casi está listo! —dijo el anciano, con su cetro alzado, brillando con cada vez más intensidad.
Uno de los esperpentos voladores con forma de mujer estuvo a punto de caer sobre el anciano, rápida como el viento, pero Sarric se interpuso entre ella y su aliado con su espada larga, y después de un combate corto, le cortó la cabeza de un tajo rápido, mientras Ludan seguía disparando a la desesperada, intentando mantener a los otros monstruos a raya.
—?Solo un poco más!
Entonces, cuando el elfo pensó que todo estaba perdido ante el desbordante número de enemigos, las cosas cambiaron de golpe.
El anciano, que hasta entonces parecía un roble torcido por los a?os, se elevó un par de metros sobre el suelo de mármol de la terraza, mientras su capa se movía azuzada por el viento. Sus ojos, hasta el momento grises como la penumbra, brillaban de par en par, y del cristal en la punta del cetro comenzaron a salir rayos brillantes que caían sobre las arpías como una lluvia ácida.
—?No dejen de disparar! —les dijo el anciano con una voz gutural que no correspondía a la voz paternal con la que les había hablado hasta ahora—. ?Esto está lejos de terminar!
A pesar de sus palabras, los rayos que salían despedidos de su cetro contaban otra historia. Cada hechizo golpeaba a las arpías y las paralizaba al instante, lo que permitía que las flechas que llovían desde las torres y las almenas las acertaran con más facilidad.
Ludan, que en el fragor del combate había estado a punto de soltar la ballesta y esconderse bajo una de las mesas tumbadas, comenzó a fijarse en que las cosas se habían puesto más fáciles a medida que el anciano seguía arrojando los rayos desde su cetro con furia.
Al cabo de un rato, las arpías comprendieron que el ataque era una estupidez y se replegaron, mientras las flechas y los rayos del anciano las seguían diezmando como roedores.
En cuanto estuvo seguro de que todo había acabado, Maege Lororin volvió a la normalidad y se sostuvo sobre uno de los hombros fornidos de Sarric, rendido. Del cristal del cetro salía humo tras los incontables disparos.
—Por todos los dioses... eso ha estado cerca —dijo el anciano entre sollozos.
—?Eso ha estado cerca? Nos acabas de salvar el culo, viejo bribón.
—Sí, pero me he quedado sin maná por meses... solo espero que ustedes se unan a nuestra causa; entonces habrá valido la pena.
Los ojos de Sarric no daban crédito a las palabras del anciano, que se atrevía a seguir hablando de alianzas después de aquel ataque repentino.
—?Todavía sigues con eso, mi se?or? Creo que lo mejor es llevarte a una sala herbácea cuanto antes. Estás tan pálido como un no muerto.
—No... ya habrá tiempo para eso. Pero me temo que nuestro reino sí está contra el reloj... debemos movernos cuanto antes.
Sarric suspiró mientras tendía al viejo contra una silla que Ludan acomodó.
—De acuerdo, mi se?or. Son muchos los favores que le hiciste a mi familia. Creo que te debo una. Iremos a ver a tus amigos, y entonces consideraremos unirnos a tu causa... pero no sin antes ir a donde un archicurandero que te revise.
El anciano suspiró, pero continuó hablando:
—Gracias, hijo. Sé que no se arrepentirán de unirse a la causa correcta, la del reino.
—Ya, ya, y la del emperador Valtorius —dijo el vampiro, que conocía el discurso.
—No —la voz del archimago era apenas un hilillo—. El emperador es nuestro peor enemigo. Nuestro objetivo primordial ahora es derrocarlo.
****
Estaban en lo más profundo de la Pirámide Principal, en el corazón de Dalux. El emperador y su sobrina caminaban frente a la mesa colocada en el centro de la cripta, que se iluminaba ligeramente por las antorchas.
Detrás del mueble, el mago con cara de roedor sonreía, observando el huevo de dragón, cuyas gemas rojizas brillaban por toda la cripta.
—Qué hermosa es la magia, Su Excelencia Imperial —dijo el tipo, con su capa rojiza ondeando a medida que se movía con ansia alrededor de la reliquia.
—Hermosa, y cara.
—Todo lo que en realidad vale la pena lo es, Su Excelencia. Pero en cuanto vea a este magnífico dragón surcando los cielos, dispuesto a ir con usted hasta el fin del mundo, olvidará hasta la última gota de maná invertida.
El emperador, ansioso, comenzó a moverse alrededor del huevo, mientras las comisuras de su armadura de oro tintineaban. Jontana casi podía leer sus pensamientos, donde muchos futuros posibles bailaban en la mente de su tío.
??Cuál de ellos es el que más nos conviene, mi se?or??
La maga solo podía disimular sus temores observando el huevo, que en pocas horas se convertiría en un monstruo volador capaz de reducir una ciudad a cenizas en cuestión de minutos.
—?Hay posibilidades de que el hechizo falle, mago? En caso de que las cosas salgan mal, ya sabes que no me quedará más remedio que encerrarte en una mazmorra hasta el fin de los tiempos.
—Por supuesto que no, mi se?or. Con la cantidad de maná que me ha proporcionado, podré convertir este objeto brillante en la solución a todos sus problemas —dijo el hombrecito con una sonrisa socarrona. Era increíble que un ser tan diminuto pudiera ostentar el poder de controlar las corrientes del tiempo, y aún así, allí estaba, frente al hombre más poderoso del mundo, exudando confianza—. Cuando el sol vuelva a salir ma?ana, la capital imperial contará con un dragón firme y sumiso ante sus órdenes, alteza.
El emperador suspiró. Jontana sabía que en el fondo se sentía confiado ante las palabras de Xelax, pero la cantidad de maná invertido lo sofocaba.
—No dudo de tus poderes, y en que puedes alterar las corrientes del destino para hacer crecer a este dragón en un día, pero ?cómo garantizas que hará lo que yo le ordene?
El hombrecito sonrió, como esperando desde un principio que el emperador le hiciera aquella pregunta.
—Esos son los detalles que hacen a nuestra orden tan efectiva, Su Se?oría Imperial —dijo el hombre, mientras seguía observando con sus ojos dispares el huevo, viendo su futura forma—. Hay muchos magos capaces de modificar el tiempo, que a la larga es solo una ilusión para los hombres... pero solo nuestra orden, creada con orgullo en el profundo corazón de Anen, es capaz de sembrar las sutiles semillas que llevan a la sumisión, incluso en criaturas sin raciocinio como los dragones. Mis sortilegios crearán en la mente de su nueva mascota recuerdos y palabras que le permitirán controlarlas como al más fiel de sus guerreros.
?Si eso es verdad, me resulta increíble que este roedor de dos patas no sea el emperador, y nosotros sus simples esclavos.?
El emperador permaneció en silencio por un rato. A esas alturas, todavía podía echarse para atrás, devolver el maná al Banco Imperial y continuar la guerra a la vieja usanza, pero Jontana vio la repentina determinación en sus ojos.
—Muy bien, mago, puedes empezar el ritual. El futuro del reino y del imperio está en tus manos. No nos falles.
—Por supuesto que no, majestad, no lo defraudaré. Por lo pronto, pueden dejarme a solas en la cripta y asegurarse de que nadie interrumpa el ritual durante toda la noche, o entonces las cosas sí que podrían salir mal.
Jontana y el emperador dejaron solo al mago en la cripta, con el huevo y los incontables frascos repletos de maná azulado a lo ancho de las paredes. Aquel peque?o hombre-roedor bebería hasta la última gota de ellos... y los dioses sabrían cómo convertiría aquel indefenso objeto en un dragón capaz de dominar el mundo.
Valtorius y Jontana se quedaron en las mismísimas puertas de la cripta, donde Su Se?oría Imperial en persona se encargaría de que nadie entrara al lugar... de que nadie arruinara su inversión.
?No su inversión, la de todo el imperio.?
El emperador había jugado su última carta. O podía salir bien, o podía salir muy mal. El corazón de Jontana estaba en vilo. En una noche de hechizos y sortilegios extra?os sabrían si todo ello habría valido la pena.