Pensé en lo que dijo el hombre pájaro antes de que todo se fuera a la mierda... ?Acaso quería comerse un feto por una suposición? ?O quería esperar hasta que naciera y luego...?
Es imposible tratar de hablar con un psicópata así.
Desde dentro del espacio encerrado por el viento fuerte, se oía a Mirella gritando con voz desenfrenada.
"?Muérete! ?Muérete! ?Muérete! ??Cómo te atreviste a decir eso!? ?Muere!"
Estaba claro que el plan se había ido al garete en cuestión de segundos. Encima, la sangre no paraba de salir por los costados de la rama atravesada. Tengo que buscar algo para detener la hemorragia.
Podría usar la ropa que llevo puesta, pero me quedaría completamente desnudo...
Cuando intenté levantarme, vi la figura de Aya corriendo hacia mí. Apenas podía avanzar por culpa de las intensas ráfagas de viento que azotaban el lugar.
"Luciano, te vi golpeart... ??Qué te pasó?!" Gritó, agachándose y sosteniendo mi brazo izquierdo.
"Voy a quitarte esta rama".
"No... ?No! ?Esperá!"
A pesar de mis palabras, ella avanzó con su mano como si su vida dependiera de ello.
"?Waaaghhh! ?Mierda!"
El dolor que sentí cuando Aya arrancó la rama fue indescriptible. Un calor abrasador se extendió por todo mi cuerpo, como si estuvieran arrancando la vida misma de mi hombro. Mis ojos se nublaron por un instante, y el grito que brotó de mis labios no fue nada comparado con el ardor que sentía atravesando mi torso. La sangre fluyó libremente, empapando la parte inferior de mi torso, mientras intentaba, sin éxito, contener las lágrimas de rabia y desesperación. ?Por qué había hecho eso? ?Qué pensaba?
En realidad, ella no entendía nada de primeros auxilios, solo actuaba por instinto, así que me aguanté las ganas de insultarla.
"?Dame eso!" Grité, tocándole la tela roja que envolvía su yukata, la que yo recordaba que se llamaba 'obi'.
"??P-Para qué lo quieres?!"
"?Que me lo des, maldita sea!"
Tironeé de la tela para demostrarle mi desesperación.
"?E-Está bien!"
Con un poco de vergüenza en su cara, desató el nudo que estaba del lado de su espalda, haciendo que apenas quede la tela blanca del yukata sobre su cuerpo. Apresuradamente intentó cubrirse como pudo y me dio la tela.
La recibí bruscamente y sostuve un extremo con mis dientes para poder pasar el otro extremo por debajo de mi brazo izquierdo, que lo tenía demasiado dolorido como para hacer fuerza con él. Así lo hacían en las películas, y parece que es efectivo.
Le di varias vueltas y lo até, ocupando todo el espacio entre el hombro y mi axila.
"Eso... ?Así se curan las heridas? ?Por qué mejor no usas...?"
"?Usar qué cosa?"
"Nada..."
"No te preocupes. Es algo provisional para no dejar que siga saliendo sangre".
El problema ahora era que su vestimenta había quedado bastante suelta, dejando entrever mucho más de lo que normalmente mostraba. Podía ver la pureza del blanco de su ropa mezclada con la piel pálida que apenas cubría, algo que no podía pasar desapercibido. Los pliegues de la tela ondeaban con el viento violento que aún nos rodeaba, y aunque intentaba cubrirse, la forma en la que sus voluptuosos pechos se movían con cada intento de taparse me molestaba, más en un momento de urgencia como este.
Agarré una piedra peque?a del suelo y la moldeé hasta hacerla lo más fina y afilada que pude, como si fuera una especie de alfiler. No me salió muy bien, claro. Todavía no sabía bien cómo hacer cosas peque?as y detalladas.
"Vení acá", dije y tomé los bordes de su ropa entre mis manos.
Ella intentó darse la vuelta para que no la viera, pero rápidamente cubrí bien su cuerpo, lo que me hizo dar un fuerte dolor en el hombro herido.
"No te muevas. No seas tonta", agregué mientras cruzaba la peque?a creación por entre la tela para que la prenda no se abriera.
"?Q-Qué es esto?"
Lo tocó y se pinchó el dedo con la punta.
Rápidamente uní los extremos de la piedra, formando una especie de argolla.
"?No podemos perder más tiempo en explicaciones! ?Mirella no va a resistir por mucho tiempo!" Grité y me metí dentro de la cortina de polvo y hojas.
Dentro vi una batalla desenfrenada entre el pajarraco y una alborotada Mirella volando y disparando haces de luz por todos lados. Los demás secuaces intentaban atraparla, pero ella volaba lo suficientemente alto para que nadie pudiera hacerlo.
"?Aya, poné una barrera que podamos traspasar ahí, cubriendo toda la entrada!"
Le se?alé el frente del lugar donde se suponía que tenían a todos cautivos. Era la hendidura en la tierra, justo donde iba en descenso.
"?Eso haré!"
De alguna manera, Aya hace que sus barreras a veces puedan verse y a veces no, lo que hace complicado saber si está puesta, pero confío en ella.
Con una supuesta barrera para que los demás no pasasen detrás nuestro, avancé junto a Aya hasta bajar por la tierra. Allí finalmente pude verlos.
"?Papá! ?Mamá!"
Ellos fueron los primeros a los que me acerqué. Todos estaban envueltos en lo que parecían ser mini tornados individuales e invertidos. Tenían que estar sentados, ya que no eran muy altos.
Intenté atravesar mi mano por esa cosa, pero, al parecer, el viento no dejaba pasar nada hacia el otro lado. Actuaba como si fuera una jaula de aire.
Notaba que movían sus bocas, pero no lograba escuchar nada. Se ve que la potencia del viento era demasiado fuerte. Intenté usar mi magia sobre el remolino. Sin embargo, al no ser algo físico, no servía de nada el intentar manipularla.
"Aya, ?habías visto este tipo de magia antes?"
"No. Debe ser la magia que usa el hombre pájaro, como tú lo llamas. Nunca la había visto antes".
La única forma que se me ocurría de cortar con una corriente de aire tan intensa era crear una contracorriente, solo que sería imposible igualar la velocidad a la que va la que está en frente mío.
Me quedé ahí, delante de ese maldito remolino de aire que tenía atrapada a Rundia, intentando encontrar una solución. Tenía que pensar en una forma de contrarrestar este hechizo.
La adrenalina y el dolor me mantenían en pie, pero a la vez nublaban un poco mi capacidad de concentración.
"Papá... Mamá..." Murmuré para mí mismo.
Ver sus rostros distorsionados por el miedo y la impotencia me golpeó en el pecho como un martillo. No podía escucharlos, pero sus labios moviéndose desesperadamente decían todo lo que necesitaba saber. Tenía que salvarlos; ellos esperaban al menos eso de mi parte después de la gran decepción que les debí causar.
Mi mente divagaba mientras trataba de buscar soluciones rápidas, pero todo me llevaba a la misma conclusión: no tenía el poder suficiente para resolver esto por mi cuenta.
"Aya, intentá poner una barrera mágica que cruce por ese aire", dije, mirando a Rundia, que intentaba golpear el viento desde dentro con sus manos, pero la fuerza de la magia la empujaba hacia atrás.
Aya asintió y extendió sus manos, creando una barrera que esta vez sí se veía. Se notaba que el viento se ralentizaba por apenas uno o dos segundos, pero volvía en sí mismo, repitiéndose el ciclo cada vez que lo intentaba.
Cuando vi que sus partículas fueron disminuyendo poco a poco con cada intento, la tironeé de la manga, haciendo que se detenga.
"Esperá, Aya. Ya no sigas o acabarás con todas tus partículas. Tengo otra idea".
"Está bien. Dime".
"Ahora te lo voy a mostrar".
La adrenalina me empujaba a seguir moviéndome. No podía quedarme quieto. Tenía que hacer algo más, aunque cada movimiento me recordaba el dolor punzante en mi hombro.
Puse las manos contra la pared de piedra, usando mi magia para quitar un trozo en forma de rectángulo. El problema fue que, al hacerlo tan grande, me caí al suelo de espaldas con la piedra encima mío.
"?Luciano, ?qué haces?! ?Me hubieras pedido ayuda!"
Aya me lo quitó de encima con un movimiento rápido, sosteniéndolo entre sus manos como si no fuera nada.
"Perdón... Fue mi brazo herido que no resistió", respondí con una mano en el hombro izquierdo.
"Bueno... ?Y ahora qué hacemos con esto?"
Me enderecé, retomando la compostura antes de hablar.
"Tenés que..." Empecé diciendo, aunque una punzada de dolor me hizo cortar mis palabras.
"Tenés que apoyarlo en el piso justo luego de poner una de tus barreras".
"?Eso funcionará?"
"El viento no deja pasar nada hacia el otro lado, ?no? Entonces se cortará cuando choque en su interior contra algo".
"Pero mi barrera..."
"Tu barrera es magia, la piedra no", contesté rápidamente, cortando sus palabras.
"Por probar no perdemos nada. Además, ya compacté la piedra, así que será más resistente de lo normal".
"?Comp...? ?Compac…?"
"?Solo hacé lo que te digo! ?No tenemos mucho tiempo!"
Ella dudó un poco, tal vez no entendiendo muy bien mis palabras, pero me hizo caso y caminó hacia la jaula de aire.
Mientras tanto, fuera del hueco en el que nos encontrábamos, Mirella gritaba, cada vez más furiosa, cada vez más descontrolada. Si no terminábamos con esto rápido y la ayudábamos, podría llegar al punto de no retorno. Y tampoco podíamos usarla de se?uelo por tanto tiempo.
Sentí una punzada de culpa atravesarme el pecho al devolver la mirada y verlos a todos encerrados; hasta Anya y Tarún estaban allí. No puedo fallarles, no esta vez, porque si algo malo les pasa, no me lo perdonaré.
Aya extendió una mano hacia el viento mientras con la otra sostenía la piedra, finalmente creando una barrera en el mismo lugar de antes.
El viento se ralentizó momentáneamente cuando una de sus pocas partículas en su cuerpo desapareció.
"?Ahora! ?Poné la piedra atrás de tu barrera!" Grité, instándola a actuar rápidamente.
Aya empujó la roca hacia abajo, incrustándola en la tierra húmeda, como quien clava una lápida en el suelo. Tal vez esa sería una buena metáfora si realmente estuviéramos cavando nuestra propia tumba... pero no iba a ser así. No lo permitiría. Vamos a salir de esta, sea como sea.
El tornado inverso se desvió y se dispersó por completo al romper la barrera mágica y luego chocar contra la piedra.
"?Mamá!" Grité, corriendo hacia ella mientras se levantaba del suelo.
Rundia no se veía en muy buen estado: tenía algunos rasgu?os en los brazos y las manos magulladas, seguramente debido a intentar escapar. También se la notaba un poco más flaca, como a Samira.
Así que ella ahora está embarazada...
"?Hijo...!"
Rundia se ahogó en llanto cuando yo la abracé fuertemente, rodeándola solo con mi brazo derecho.
"Perdón, mamá. Me equivoqué".
"Hijo, gracias por venir... Por un momento pensé que nunca volverías con tu madre, que nos abandonarías aquí".
Ella me abrazó mucho más fuerte luego de hablar, clavando sus u?as en mi espalda. Algunas de sus lágrimas me caían sobre la cabeza.
"?Qué es eso que tienes atado a tu cuerpo?"
Dejé de abrazarla y alcé la mirada hacia ella.
"No tengo tiempo para explicarlo ahora. Después tenemos que hablar de muchas cosas, pero antes debo liberar a los demás y salir de este horrible lugar".
Ella murmuró algo, aunque tuve que dejarla hablando sola para irme corriendo hacia la pared.
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"?Aya, hay que hacer lo mismo con los demás!"
Sin decir nada, inmediatamente se fue moviendo hacia la siguiente prisión de viento, las cuales estaban separadas en línea por aproximadamente dos metros.
Con Aya esperando en el siguiente mini tornado, nos preparábamos para finalmente terminar con este calvario, hasta que de reojo logré ver algo peque?o dirigiéndose hacia mí desde fuera a gran velocidad.
Justo cuando estaba por impactarme en la cabeza, unos rayos de color rojo nos separaron y comencé a sentir una sensación de electricidad en todo el cuerpo, similar a cuando alguien toca mi cabello rojo por primera vez.
La sensación de dolor me sacudió con tal intensidad que por un momento todo a mi alrededor se volvió confuso. Sentí mis músculos tensarse, como si un millón de peque?as agujas recorrieran cada fibra de mi cuerpo.
La especie de chispa eléctrica roja que me envolvía se sentía extra?amente familiar de alguna manera. Intenté moverme, pero mi cuerpo no respondía como quería. Era como si estuviera atrapado en una red de magia de la que no tenía el control.
Como si todo esto fuera poco, no escuchaba nada de lo que sucedía a mi alrededor, porque las voces se sentían como si estuviéramos debajo del agua, completamente distorsionadas.
En medio de la extra?a situación, y con el dolor atenuándose poco a poco, detecté que la figura que estuvo a punto de estamparse contra mí se trataba de Mirella, que yacía paralizada en el aire, también atrapada en la misma situación que yo. ?Acaso la habían vencido?
Noté que mamá tiró de mi cuerpo, intentando separarme de esa fuerza extra?a que se había formado, pero no había forma de separarnos, por más que ahora Aya empezara a tironear del cuerpo de Mirella, que era mucho más peque?a. No había forma.
Pasaron tan solo unos segundos hasta que esa cosa desapareció, haciendo que los dos nos desplomáramos sobre el suelo. Sin embargo, no sentía ninguna molestia adicional a la que ya tenía. ?Será que una fuerza mágica me salvó de la... muerte?
"??Hijo, qué te pasó?!" Gritó Rundia.
Tenía el rostro enrojecido por el esfuerzo, y su mirada se cruzó con la mía mientras se agachaba para verme. No sabía cómo explicárselo, porque no tenía ni la más mínima idea de cómo poner en palabras lo que había pasado, porque ni siquiera yo lo entendía del todo.
"No sé..." Murmuré.
Con Rundia revisando mi herida en el brazo, giré la cabeza hacia Aya y Mirella.
"Mirella, ?vos estás bien?"
Ella esbozó una ligera sonrisa mientras su peque?o cuerpo se levantaba con la ayuda de las manos de Aya.
"?Sí! Nuestro pacto nos salvó", respondió, pero mi atención se desvió a otra cosa inédita: las partículas mágicas se estaban transfiriendo entre ellas dos a través del contacto, pareciendo equilibrarse en cantidad.
"El pacto de no agresión, eh..."
"??Pacto!?" Preguntaron Aya y Rundia al mismo tiempo.
Una de ellas seguro que ni sabía qué significaba la palabra, y la otra seguro que se asombró de la tontería que hicimos sin pensarlo dos veces. Pero bueno, eso nos acababa de salvar la vida. O, por lo menos, nos evitó el tener que llevarnos un susto innecesario.
Me levanté lentamente, sintiendo el peso de la misión sobre mis hombros.
"Todavía no terminamos lo que vinimos a hacer. Papá, Anya, Tarún y Suminia siguen atrapados. Ya hablaremos de esas cosas más tarde".
"Hijo..."
"No te preocupes, mamá. No es nada malo".
No solo les ocultaba cosas cruciales, sino que cada vez sumaba más secretos a una lista interminable. Era como si estuviera caminando sobre un fino hilo que podría romperse en cualquier momento. Y si lo hacía, ?qué pasaría entonces? ?Cómo reaccionarían todos cuando escucharan al menos una de las cosas que les he ocultado? Tal vez debería haberles contado algo antes, pero... Maldita sea, ?cómo iba a explicarles todo esto?
Aunque les explicara lo del pacto y lo de la magia, iba a seguir ocultando mi verdadero pasado.
Mis pies empezaron a moverse por instinto, dejando a un lado pensamientos que no debía tener en este momento.
"?Vamos, Aya! ?Sigamos con los demás!"
"?Sí, estoy lista!"
El envión no me duró ni un segundo al ver que los hombres pájaro se habían amontonado fuera de la barrera invisible, golpeándola con sus garras.
La cantidad de golpes parecía amenazar con romperla en cualquier momento, pero había algo bueno: el líder no parecía tener más partículas mágicas. Al menos eso es lo que divisaba desde mi posición.
Lo extra?o era que no hablaban, simplemente se enfocaban en intentar pasar.
Mirella, ahora supuestamente recuperada, volaba a mi alrededor, lista para actuar en cualquier momento.
"?Luciano, yo los protegeré!"
"Solo necesito que te quedes a nuestro lado. No quiero que luches sola".
Ni siquiera le pregunté qué había pasado fuera de este sitio como para que saliera volando hacia mí a esa velocidad. De hecho, vi que tenía algunas heridas en las piernas y manos.
"?Estoy bien! ?No te preocupes!"
Sin mediar más palabras, quité el rectángulo de piedra; aunque apenas lo hice, alguien se puso justo a mi lado, sosteniendo una de las esquinas.
"Así que esto es lo que dijo Mirella que estabas aprendiendo, ?no? Nunca había visto algo así, Luciano".
"Bueno, sí..."
"Yo los ayudaré, hijo".
Rundia me lo arrebató de las manos para cargarlo ella.
"?Hey, no se suponía que...!"
Ni siquiera hacía falta terminar mi frase; ella ya estaba poniéndose al lado de Aya.
"Yo la ayudaré, se?orita. Ya vi cómo lo hicieron antes", dijo con total seguridad.
Por alguna razón, las orejas de Aya se irguieron hasta alcanzar una mayor altura de la normal.
"Gracias", respondió, y las dos juntas repitieron el procedimiento.
Era la primera vez que Aya cruzaba palabras con mi madre. Sabía que estaba agotada, que sus partículas mágicas podrían llegar a agotarse en cualquier momento, pero no se quejaba. No iba a dejar de luchar hasta que todos estuvieran a salvo. Eso me daba fuerzas para seguir adelante, aunque cada músculo de mi cuerpo gritara en protesta.
Espero que luego de esto todos podamos vivir tranquilos y ellos puedan presentarse entre sí como es debido.
El intento fue un éxito y Rin fue liberado. Papá se ajustó y sacudió su prenda inferior hecha de piel de animal antes de abrazar a su querida esposa. Aunque serían más como unos novios.
No pude detenerme a saludarlo; tenía que seguir avanzando para poder salvarlos a todos.
Aya me miró; había un atisbo de preocupación en su rostro.
"Luciano, la barrera que me dijiste que pusiera está a punto de romperse".
Sus ojos demostraban que necesitaba una orden urgente para actuar. Claro, yo todavía seguía siendo el líder y los demás necesitaban que actuara como tal.
Me acerqué a ella rápidamente y le agarré la mano, sosteniéndola bien fuerte.
"Mirá, Aya. No preguntes el porqué, pero si no tenemos las partículas al máximo, estas se traspasan hacia el que menos tenga, para así quedar en la misma cantidad".
Su mirada se clavó en la mía, como si tratara de encontrar respuestas a preguntas que ni siquiera había formulado, y levantó nuestras manos unidas, intentando mirar de cerca qué es lo que pasaba.
"?Entonces eso significa que me estás dando tus partículas?"
"Sí, justamente eso".
"?Qué genial! ?Yo también quiero las partículas mágicas de Luciano!" Gritó Mirella.
De pronto, los hombres pájaros lograron pasar la barrera, cayendo de cara contra la empinada entrada.
"?Rápido, otra barrera!"
Con un movimiento rápido, pudo volver a crear otra a unos metros de nosotros. Eso fue lo que noté al ver que todos se volvían a estampar contra un muro invisible al querer avanzar.
Obviamente, volvieron los golpes desesperados. Habían acortado considerablemente la distancia y ya se encontraban a mitad del trayecto que separaba el hueco con el nivel normal de la tierra. Así que nosotros seguíamos mínimamente debajo de ellos, lo que no hacía pasar desapercibidas sus altas e imponentes figuras.
Ahora, con menos espacio disponible, Mirella volaba frenéticamente a mi alrededor con su energía nerviosa tangible en el aire. Aun así, no decía nada, solo se mantenía a mi lado.
"Tenemos que darnos prisa. Vamos rápido a liberar a los demás antes de que esa barrera caiga", dije, mirando de reojo a mis padres viniendo hacia nosotros.
"Sí, mi barrera no resistirá mucho más. Vamos".
Nos dirigimos hacia el siguiente mini tornado. Aya y mi madre, que se había empecinado en seguir ayudando, se colocaron en posición para liberar a Anya y Tarún, que estaban en el mismo lugar, esperando a que yo usara mi magia. Por alguna razón, Rundia se veía bastante motivada a pesar del contexto, ejecutando todo a la perfección. Siempre había sido así: firme, inquebrantable. Y ahora, en medio de todo este caos, su espíritu no se doblegaba.
Intenté mantener la calma mientras sentía a mi padre acercarse para ver mejor cómo utilizaba mi magia, aunque no dijo nada al respecto. Yo creo que sabían que seguir mis movimientos era la única manera de salvar a todos.
Rundia recibió la piedra y esperó la indicación de Aya.
El tiempo se estaba acabando y lo sabía. No solo lo sentía en los ruidos de las garras golpeando lo invisible, sino también en el cansancio que veía reflejado en los ojos de Aya y Mirella, en la tensión que emanaba de cada uno de los que me rodeaban.
La verdad es que me había acostumbrado a lidiar con situaciones desesperadas. Desde que había sido arrancado de la Tierra, cada día en este mundo había sido una lucha constante, un desafío tras otro. Y, a pesar de todo, acá estaba, liderando a mi familia y a estas personas que, de alguna manera, se habían convertido en parte de mi vida. Sin embargo, lo que me atormentaba era la incertidumbre que me acompa?aba, la falta de claridad sobre el propósito final de todo esto.
El viento se desvió una vez más frente a los ojos de Anya y Tarún, creando una interrupción en el flujo de aire. Se levantaron rápidamente del suelo húmedo para abrazarse con mis padres.
Me fui corriendo tan rápidamente que no escuché lo que me dijeron los dos.
Desde la última prisión de aire empecé a hacerles se?as con las manos a Aya y a Rundia para que me siguieran.
"?Vamos, todavía queda Suminia!"
“Luciano...” La voz de Mirella me sacó de mi concentración.
Volaba a mi alrededor, inquieta.
“No podemos seguir así por mucho tiempo. Tenemos que hacer algo más”.
"?Algo más? ?Por qué?"
"?Porque Aya es la que menos partículas tiene! No creo que pueda resistir si rompen su barrera".
“Vamos a liberar al último y ver qué pasa”, le respondí, sin dejarme llevar por la urgencia en su voz.
“Después encontraremos una salida. No te preocupes, todo está bien, Mirella”.
Solo estaba intentando hacerla sentir mejor; sabía que mis palabras valían el doble a comparación de cualquier otra que pasara por sus oídos.
"Está bien. Solo dime qué hacer".
"Quedate a mi lado. Nada más".
Ella asintió, y yo apoyé una vez más las manos contra la pared. Esta zona estaba un poco mohosa, pero la piedra debía de servir igual.
Gastando casi sus últimas partículas mágicas, Aya construyó la última barrera. Luego Rundia colocó el peque?o muro y el viento se cortó, mostrando la pálida cara de Suminia, que hasta parecía no querer levantarse. No se movió.
Ella estaba acostada en posición fetal y se tapaba la cara con su cabello negro. Noté que aún conservaba en su cabello aquella pluma del hombre pájaro que habían encontrado junto a su hermana.
"?Suminia, tenemos que irnos de este lugar! ?Ya levantate de una vez!"
La tironeé del brazo, pero ella se resistía. Ni siquiera nos miraba.
Sentí un tirón en mi pecho al ver a Suminia así, acurrucada en el suelo, negándose a moverse. La conocía lo suficiente como para saber que, cuando se escondía detrás de su cabello, estaba luchando contra algo interno que no quería mostrar. Aunque esa escena siempre terminaba en un insulto hacia mí, solo que esta vez era diferente.
"Todavía hay alguien esperando a que regreses. Samira está llorando por vos. ?Acaso querés dejarla sola?"
La sacudida de mis manos no logró hacerla reaccionar, ni siquiera cuando mencioné a Samira. Sabía que su hermana era su punto débil, su razón para pelear, pero ni eso parecía sacarla del abismo en el que estaba sumida. Sentí una ola de frustración, impotencia... y miedo. Los golpes de las garras de los callados hombres pájaro resonaban por el aire, cada vez más cerca, cada vez más violentos.
Ella susurró algo, pero su voz era tan baja que no pude escuchar qué dijo. Para colmo, comencé a escuchar que Anya le gritaba con furia a los pajarracos.
Vi a Aya acercarse, agotada, pero firme, comenzando a intentar levantarla desde las piernas. Incluso mi madre se arrodilló, mirándola con la misma preocupación que sentía yo. Pero esto no era algo que pudiéramos arreglar a la fuerza. Esto era algo que estaba dentro de ella, algo con lo que solo Suminia podía pelear.
"Escuchame, Suminia", le dije en voz baja, esta vez sin gritar, sin exigirle nada.
"Sé que estás cansada, sé que todo esto que nos está pasando te puso mal y esa sensación parece que nunca va a terminar. Lo entiendo más de lo que creés. Pero, por favor... no te rindas. Volvamos a nuestro hogar, así podés estar con tu hermana y seguir rega?ándome cuando no te gusta lo que hago".
Ella quitó la mano de su cabello, dejando ver su rostro entre los pelos largos y negros.
"Mi hermana... Samira..." Murmuró; su voz era casi inaudible entre el caos que nos rodeaba.
"Por favor, Suminia, levantate", susurré, mi voz casi quebrándose.
"No puedo hacer esto solo".
No sé si fue esa última frase, o si finalmente algo dentro de ella decidió reaccionar, pero, de repente, su cuerpo se movió. Lentamente y con dificultad, empezó a enderezarse sin levantar la mirada. Sus brazos se separaron de su cuerpo y, con esfuerzo, se puso de rodillas. Podía ver el cansancio en cada uno de sus movimientos y la lucha interna que estaba librando solo para hacer algo tan simple como ponerse de pie.
Mirella soltó un suspiro de alivio y Aya dio un paso hacia adelante, lista para ayudarla a levantarse por completo.
Sin prestar atención a los demás, yo la tomé del brazo y nos levantamos juntos.
Suminia ahora estaba de pie, tambaleando un poco. Su cuerpo temblaba, pero al menos había dejado de resistirse. Podía sentir su tensión, el peso de estar separada de su hermana sobre sus hombros. Parecía que cada uno de sus movimientos le costaba un esfuerzo monumental, como si el simple hecho de existir en este momento fuera una batalla. Y tal vez lo fuese.
No sabía qué otros pensamientos la estaban atormentando, pero por lo poco que había logrado escuchar y ver, Samira seguía siendo su única ancla a la realidad.
Me pregunto si alguna vez había tenido la oportunidad de realmente conocerla. Sabía que, de alguna forma, ella me veía como una amenaza, pero ?por qué? ?Qué había detrás de esa barrera que había construido contra mí? Y ahora acá estábamos, juntos, forzados a depender el uno del otro. Si salíamos de esta, tendría que encontrar una manera de llegar a ella, aunque fuese para obtener una tregua.
"?Te sientes bien, peque?a?" Preguntó Aya.
"S-Sí..."
La sostuve con más fuerza, haciéndole saber que no la iba a soltar, no ahora que por fin había mostrado se?ales de lucha.
Aya y Mirella me miraban, esperando que terminara de tomar la próxima decisión. Sabía que todos dependían de mí, o tal vez, yo hacía que ellos terminasen dependiendo de mí. No podía permitirme dudar, no ahora. Pero el peso de todo lo que aún no había dicho, todo lo que seguía ocultando, me estaba aplastando. A veces me preguntaba si alguien más, en mi lugar, habría hecho las cosas mejor. Si les hubiera contado todo de frente desde el principio, tal vez las cosas no habrían llegado a este punto.
Tomé aire, soltando un suspiro interminable. Todos estaban acomodándose detrás de Suminia.
"Chicos, tómense todos de las manos para que no nos separemos. Vamos a salir de acá todos juntos", dije mientras deslizaba mi mano por el brazo de Suminia hasta tomarnos de las manos.
Todos asintieron, menos Mirella, que se quedó frente a mi cara.
"Mirella, necesito hablar con vos rápido".
Solté un momento a Suminia y tomé la manita de Mirella, dándole la espalda a los hombres pájaro.
"?Qué pasa?"
Me acerqué a su oído.
"Mirella, vos vas a tener que volar arriba mío y, para cuando salgamos, necesito que lances una enorme luz que ocupe todo el lugar. No importa si gastas todas tus partículas. Este es el momento de escapar. ?Vas a poder hacer eso?"
"?Obvio que sí!"
Inmediatamente se subió a mi cabeza, aplastando su peque?o cuerpo contra mis mechones casta?os.
"Si te ponés ahí, te vas a caer".
"Pues me agarro de tus pelos", respondió, tomando dos mechones como si yo fuera una especie de animal que ella estaba montando.
Si ella iba a ayudarnos a salir de esta, no podía discutirle nada.
"Está bien. Confío en vos".
Tomé una pausa antes de volver a hablarles a todos.
"Vamos a salir, ?sí? ?No vayan a soltarse de las manos! No importa si no ven nada, yo voy a guiar el paso, ?entendido? ?Solo sigan caminando!"
Todos asintieron. Algunos se veían más asustados que otros, en especial Tarún y Suminia.
Anya, que era la última en la fila, fue la única en hablar.
"No entiendo algunas de las cosas que hicieron, ni quién es la mujer que vino contigo, pero creo que todos confiamos en ti, Luciano. Así que salgamos de este lugar y volvamos a nuestro hogar".
Le hice una sonrisa, de esas que intentan contagiar el entusiasmo propio a los demás, aunque en este caso solo era algo superficial.
"Tranquilos. Todo va a salir bien".
Puse la mirada en la salida; los hombres pájaros seguían ahí, queriendo romper la barrera sin decir una palabra.
?Debía compartir un poco la carga con alguien más?
"Mirella..." Murmuré.
"?Sí?"
"Si la cosa se pone complicada... tenés permiso para... matar", susurré entre dientes, intentando que solo ella me escuchara.
Mientras las palabras salían de mi boca, sentí una especie de vacío en el estómago. 'Matar' no debería ser algo tan fácil de decir, ni mucho menos decir que alguien puede hacerlo. No era lo que quería, ni lo que debíamos hacer. Pero en ese momento las opciones se sentían tan limitadas que lo único razonable era sobrevivir a toda costa, incluso si eso significaba perder una parte de nosotros mismos en el proceso.